DEBATES › GUILLERMO PADILLA AMADOR, HONDUREÑO, EXILIADO POLITICO EN ARGENTINA

“Ya son catorce los periodistas asesinados en Honduras”

Participó en la resistencia contra el golpe que derrocó a Manuel Zelaya en Honduras y debió exiliarse un año después. Pese a que Zelaya regresó y en Honduras hay un gobierno electo, con el incremento de una supuesta ola de violencia delictiva, han sido asesinados decenas de opositores.

 Por Gustavo Veiga

Por Gustavo Veiga

–¿Por qué tuvo que exiliarse en la Argentina después de resistir durante un año en Honduras el golpe de Estado contra Manuel Zelaya?

–Porque en mi país hay asesinatos políticos disfrazados y el ejército hondureño tiene los mejores asesores, tanto colombianos como israelitas, para hacerlo. Están apareciendo cantantes de música popular atropellados por un auto o militantes con los bolsillos de los pantaloncillos afuera, eliminados. Han incrementado adrede la violencia para justificar el asesinato político. El gobierno de Porfirio Lobo ha permitido estas muertes, ya son catorce los periodistas asesinados en Honduras durante su gobierno. Por eso no voy a regresar.

–¿Cuándo salió de su país?

–Yo salí el 26 de junio de 2010, dos días antes de que se cumpliera el primer aniversario del golpe.

–¿Estaba amenazado?

–Sufrí un intento de secuestro con mi esposa, también un intento de asesinato del que salí bien librado, y lo que no entendían los golpistas es cómo los detectaba o cómo sabía esas cosas. Pudieron haberme matado y no lo hicieron. Lo que querían era secuestrarme y fui muy escurridizo para ellos, siempre los detecté. Querían primero sacarme información y después matarme. Ellos querían saber cómo yo sabía tanto.

–¿Y cómo hacía para obtener la información y adelantarse a los golpistas?

–Porque era el encargado de la seguridad en el Frente Nacional de Resistencia Popular. La disciplina de los indígenas nos enseñó mucho. Con 150 días en las calles empezamos a adoptar en las movilizaciones el método de tres filas. Ellos están más organizados que muchos. Hacen tres hileras y no se mueven en grupos masivos para poder saber quiénes son los que están provocando disturbios. Era la forma de saber si un infiltrado llegaba a provocar desmadres, como les decimos nosotros allá. Supimos que el alcalde opositor de Tegucigalpa en el momento del golpe mandó a gente con bombas molotov para quemar Popeyes, que son locales de una transnacional de comida rápida. Quemaron un bus y nos lo achacaron a nosotros. No sabe la cantidad de infiltrados que agarrábamos. Se los entregábamos a la Policía y no hacían nada. Tampoco la fiscalía.

–¿Usted participó de la toma de la embajada de Brasil donde se refugió el ex presidente Zelaya?

–Yo logré quedarme en la embajada y conmigo parte de mi grupo. El núcleo de seguridad de Zelaya, del frente, permaneció. Pero después, por una cuestión estratégica, salí porque había que tener alguien afuera organizando la lucha que continuaba. Con otro grupito seguimos la lucha en las calles. Uno a uno fuimos saliendo y algunos fueron bien detectados. Empezaron a asesinarlos, lo hicieron con dos y seguían a los demás. Entonces nos relevaron a todos, al núcleo, que éramos como cincuenta.

–¿Qué hizo después y hasta que logró escaparse de Honduras?

–Necesitaba un lugar desde donde luchar. No podía hacerlo desde el frente estudiantil porque ya no era estudiante, no me había matriculado. Y el coordinador era otro. Busqué la plataforma de Derechos Humanos y me dijeron: ven acá. Llegué a ser parte del Codeh, el Comité para la Defensa de los Derechos Humanos en Honduras, y en dos meses empezó una persecución, me empezaron a seguir, a mandar anónimos a la casa de mi hermana. La vigilaban, no había casas seguras, pero nosotros teníamos información fidedigna de qué cosas iban a suceder. No toda la policía y no todo el ejército estaban a favor del golpe. Y eso nos favorecía. Del Codeh pasé a la clandestinidad. En esos tres meses no pudieron sacarme del país. La Plataforma de Derechos Humanos quería hacerme salir hacia España, pero nunca me dieron una visa especial para defensores de derechos humanos, nunca hubo respuesta.

–¿Hacia dónde partió finalmente?

–Salí hacia Costa Rica. El Codeh me monitoreó desde que dejé Tegucigalpa hasta la frontera con Nicaragua. Crucé ese país entero y no me detuve hasta cuando entré a Costa Rica. Cecilia Arce, una defensora de derechos humanos me llevó a su casa. Ella tenía a bastantes exiliados hondureños. Me permitió quedarme una semana y luego me dijo: “Mi casa no te va a servir. Hay un hondureño que es poeta, te puede ayudar en algo” y fui hacia San José de Costa Rica. Lo busqué a mi compatriota que tiene dos restoranes y me dio trabajo. En la misma semana que empecé, detectamos que monitoreaban el restorán y me seguían.

–¿Quiénes lo vigilaban?

–Comencé a darme cuenta que Costa Rica es una plataforma de Estados Unidos donde están el DAS colombiano, el Departamento Administrativo de Seguridad, y la CIA. Incluso el FBI hace arrestos ahí, se manejan muy bien. Entonces me di cuenta de que era el peor lugar que podía haber escogido. ¿Por qué no ir a Nicaragua?, diría cualquiera. ¿O El Salvador? Pues bueno, hay cuestiones difíciles de explicar ahorita, me pondrían en una situación muy difícil... Finalmente salimos hacia Bolivia.

–¿Lo hizo junto a su familia?

–Yo partí un 13 de septiembre de Costa Rica y llegué el 14 a El Alto, en Bolivia. Y el 15 a la misma hora me reencontré con mi mujer y mi hijo. El 15 de septiembre, día de la independencia en Centroamérica, nos reunimos con mi esposa a la una de la madrugada con 6 grados centígrados y a 4 mil metros de altura. Al día siguiente estaba en la Cancillería y no tenía a dónde ir a vivir. Me llevaron a un refugio para inmigrantes, estuve un mes y después me fui a Huanuni, un pueblo minero.

–¿Es cierto que descartó como destinos a Perú y Chile porque tenían gobiernos de derecha y a Brasil por el idioma?

–Sí, nosotros con mi compañera nos fijamos un objetivo, estudiar. No es fácil. Mi mujer se quedó a media carrera. Ella estudia pedagogía del inglés, es mucho más joven que yo y le estaba deteniendo sus estudios. Tampoco está directamente involucrada en política, aunque en Honduras se expuso a cualquier cosa por mi militancia. Yo sólo tengo tres trimestres en la universidad y estoy parado con mis estudios. Quiero reorientarlos y no será sencillo. En Bolivia iba a ser muy difícil hacerlo.

–¿Cómo llegó a Buenos Aires?

–En un bus desde La Quiaca, un bus trucho, como le dicen ustedes acá. No me alcanzaba el dinero ya que si venía en un bus normal hacia Buenos Aires no comía y en el camino sólo comimos una vez para guardar dinero. Pagamos uno que nos engañó. Nos dejó en Jujuy, nos cambiaron a otro con olor a vómito y querían cobrarnos aparte porque traía siete maletas. El bus me dejó finalmente un domingo en Plaza Once.

–¿Bajo qué condiciones se encuentra en la Argentina?

–Hice contacto con Acnur y me mandaron a la comisión católica para la atención de refugiados. Entonces empezaron a investigar un poco y al día siguiente nos dieron una ayuda económica de 700 pesos que no teníamos y eso nos permitió movernos en el subte sin documentos, sin nada. Luego conseguí un documento temporal, el primero que me entregaron en la Argentina. Con él puedo trabajar. Me citaron un día para declarar todo y estoy esperando un fallo que va a ser de seis meses a un año. Si el Estado me diera refugio, yo accedería a estar dos años. Con este documento y a pesar de que es legal para trabajar, nadie nos da empleo.

–¿Cómo es su historia familiar? ¿Desde cuándo le comenzó a interesar la política?

–Mi padre tenía en su casa un cuadro del Che Guevara y otro de Jesucristo. El decía que los mejores revolucionarios eran el Che y Jesucristo. Y ahí fui entendiendo muchas cosas, escuchando música de los Guaraguao de Venezuela, música revolucionaria. Mi padre era el presidente de un sindicato, el más fuerte de San Pedro Sula, en la costa norte. A él lo hicieron renunciar los militares, le dijeron: deje el sindicato o se muere. A partir de ahí me di cuenta que mi padre tuvo que decidir, siendo miembro del Partido Comunista, entre desafiar a los militares o proteger a sus siete hijos. Mi padre dejó el sindicato ya que otros compañeros habían sido asesinados y desaparecidos. En el PC de Honduras había que estar en la clandestinidad, estaba proscripto, no se podía hablar del PC. Mi mamá tuvo que guardar el cuadro del Che, porque el hecho de tenerlo era suficiente para que te allanaran la casa y pasara algo.

–¿De qué años está hablando?

–1976, 1977... casi el ’78.

–¿Quién era el dictador de Honduras en ese momento?

–En ese momento estaba Juan Alberto Melgar Castro, después hubo un triunvirato de militares con Policarpo Paz García a la cabeza. Esos son los que recuerdo porque tenía siete u ocho años. Cuando cambió el escenario político, mi padre empezó a militar dentro del Partido Liberal, que era el partido de Zelaya. Pero siempre formó parte de una facción rodista. Porque en 1981 se hablaba de que Modesto Rodas Alvarado iba a ser el presidente. Pero falleció antes de las elecciones. Es el padre de la que fuera canciller de Zelaya, Patricia Rodas. Y la línea de este hombre era progresista. Yo tengo un hermano gemelo, René, y a ambos mi padre nos decía que leyéramos, nos enseñó a leer. Mi hermano salió de Honduras hacia España al cumplirse el tercer mes del golpe, cuando intentaron asesinarlo.

–¿El resto de su familia permanece en su país?

–Yo tengo tres hermanos en Estados Unidos y dos en Honduras que estudian en la Universidad Pedagógica. Uno es una persona especial porque tiene quemaduras en casi todo su cuerpo y aun así pertenece a los movimientos estudiantiles. Incluso recibió amenazas y ha sido arrestado ahorita. Se llama Pedro Joaquín. De los cinco varones que somos, el único que hizo el servicio militar fui yo. Me tocó en la fuerza naval en la costa norte, en el Atlántico. Tuve oportunidad de conocer ahí el entrenamiento de la CIA. Lo hacían con el escuadrón piraña y los comandos navales hondureños a los que entrenaban para apoyar a la Contra nicaragüense y atacar a los sandinistas. Además perseguían a los del FMLN de El Salvador en todo el golfo de Fonseca. Recibí en dos meses el entrenamiento de recluta y pasé a ser de Comunicaciones porque antes de entrar era operador de radio. Mi padre me había metido a eso en los medios periodísticos donde trabajó. Así tuve contacto más directo con los oficiales y empecé a saber muchas infidencias, muchas cosas de espionaje desde ahí hacia Nicaragua y El Salvador. Y me di cuenta que se hacía desde la punta de la isla del Tigre, donde había una base de radar norteamericana a donde sólo accedían ciertos oficiales hondureños.

–¿Su padre además de sindicalista también es periodista?

–Es un luchador ante todo y Premio Nacional de Prensa 2007 Oscar A Flores. Se llama José Manuel Amador y vive en Honduras como jubilado.

–¿Después que finalizó el servicio militar, usted qué camino siguió?

–Empecé la lucha dentro de los frentes estudiantiles y nos comenzamos a acoplar a algunos que estaban prohibidos en Honduras. Luego, mi hermano gemelo pasó a militar a finales de los ‘90 en el sindicalismo. El ingresó al mismo gremio donde mi padre había sido forzado a irse. René llegó a ser secretario de conflicto, dentro de la directiva. Después integró una organización política llamada Los Necios. Era el único obrero y todos los demás universitarios.

–¿Por qué Los Necios? ¿Quiénes son?

–Los Necios son una agrupación política que se llama así por la canción de Silvio Rodríguez. Y forman en la Universidad Pedagógica una cadena enorme de jóvenes que empezaron un proyecto político para tener formación política, que no existía. Los estudiantes organizados teníamos que hacer algo y todos los frentes redactamos un manifiesto en el que apoyamos al gobierno de Zelaya y a la cuarta urna. No fue ese día que pasamos a la lucha, pero un miércoles el Congreso se reunió para declarar loco al presidente o algo así. Y al día siguiente, él convocó al pueblo por cadena nacional y miles lo acompañamos en las calles y en buses hacia la Fuerza Aérea para sacar el material electoral que un juez había decretado decomisarlo. Literalmente miles de personas con el presidente a la cabeza sacamos el material electoral de la consulta popular. El gobierno nos había empezado a dar apertura para poder luchar y como los movimientos sociales, sindicales, estudiantiles y profesionales nos fortalecimos, porque él nos escuchaba, estábamos por introducir lo de la cuarta urna. Nosotros veíamos a la Constitución como el despegue para poder salir...

–¿Cuál es su opinión sobre Manuel Zelaya?

–El ha tenido entre sus principales colaboradores no solo a Patricia Rodas, también a toda una gente que en los ’80 formó parte del frente de reforma universitaria de izquierda, que luego se graduaron y pasaron a formar su equipo. Muchos llegaron a ser ministros. Algunos habían sido desaparecidos temporales y torturados en los ‘80. Esta gente fue la base de la Alianza Liberal del Pueblo (Alipo) del Partido Liberal, que eran de centroizquierda. Y Zelaya en su juventud fue un rebelde, apoyaba al movimiento hippie a pesar de que es un terrateniente de la corona española y su padre, un ganadero y deforestador del bosque en su región, Olancho.

–Salvo por esto último, parece la versión idealizada de un joven reformista.

–Siempre quería cambios, por eso digo que habría que haberlo conocido en su juventud. También hizo cambios importantes cuando fue ministro en el Fondo Hondureño de Inversión Social durante ocho años. Estuvo en ese tiempo en las regiones más inhóspitas del país y se topó con el pueblo más pobre. O sea, logró ver y palpar la pobreza hondureña como ministro. Llevó a los rincones más apartados las obras sociales. Y se propuso en ese entonces, cuando era ministro, llegar a la presidencia. Sabía que con Estados Unidos no lo iba a hacer y que tenía que desligarse y buscar otra alternativa para poder sacar a Honduras de la pobreza. Fue cuando empezó a chocar con el embajador Charles Ford, quien le llevó la lista de los futuros ministros y le dijo: “Acá están”. ¿Y qué contestó Mel? Nada. Le dio a su edecán la lista, dejó a los que coincidían en ella, pero no le hizo caso. Mandó una ley donde prohibía la minería a cielo abierto y favoreció a los campesinos. Empezó a sacarse de encima a los sectores sindicales e incluso hasta las feministas, que lo tenían entre ceja y ceja, lo apoyaron porque vetó la ley de la píldora del día después, una ley que iba a perjudicar a las mujeres.

–¿Dónde lo sorprendió el golpe de Estado del 28 de junio de 2009?

–El día del golpe, a las 5.20 de la mañana, me desperté y encendí el Canal 8, que es el canal que Zelaya colocó como canal del Estado porque no existía, porque tuvo que sacar hasta un periódico por toda la avalancha mediática que se le venía encima, y sucedió algo extraño. Empecé a ver programas que no tenían nada que ver con la cuarta urna, cuando ya debían estar informando sobre ello. No pasaba nada. Me parecía raro y cinco minutos después, en la TV alguien dejó colocado el cartel “Todos a Plaza Libertad”. Sacaron fuera del aire el canal pero el operador logró poner esas palabras. Los militares ya lo habían allanado. Nadie sabía nada. Y los celulares Tigo y Claro no funcionaban, pero si Digicel, una compañía que se declaró neutral, ya que las otras dos tomaron partido por los golpistas. Se filtró entonces por un mensajito el golpe de Estado y que Zelaya estaba siendo secuestrado en ese momento. Fue la hija del presidente que les escribió a Los Necios, específicamente a Gilberto Ríos, el coordinador del grupo: “Gilberto, estoy debajo de la cama, están sacando a mi papá”.

–Con Zelaya de regreso en Honduras, ¿cuál es la situación ahora?

–Con él allá, el Frente Amplio de Resistencia Popular ganaría ampliamente el Ejecutivo pero no el Congreso bajo la Constitución que queremos cambiar. ¿Cuál es el verdadero poder en Honduras? El Congreso. No hay otro poder. Pone a la Corte Suprema, a los fiscales. ¿Y a qué le apuesta la embajada de Estados Unidos? A neutralizar a la izquierda y a los nuevos emergentes como nosotros con el asesinato político disfrazado, a la infiltración de políticos que dicen ayudar a Zelaya y lo hacen equivocarse, a la división partidaria. En el Frente hay peleas para saber quién va a ser el candidato. Apuestan a dividirlo para que no gane la mayoría de diputados. Incluso ganaría con su esposa Xiomara Zelaya como candidata porque Mel no puede serlo. La embajada gringa ya sabe que no tiene más poder en elecciones. Podría hacer un fraude como lo hicieron con López Obrador en México, pero estallaría una guerra civil.

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Imagen: Pablo Piovano
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