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Negociar Malvinas

Todo proceso de negociación reconoce reglas específicas que deben tenerse en cuenta a la hora de intentar llevarlo a buen puerto. El reconocido especialista en Relaciones Internacionales ofrece una mirada sobre las que será necesario considerar en el caso Malvinas.

 Por Juan Gabriel Tokatlian

Habría que preguntarse si cuando argentinos y británicos hablan de la negociación y lo negociable en torno de las Islas Malvinas se nutren de puntos de partida idénticos, conciben lo mismo, se orientan de acuerdo a premisas semejantes o se comportan de igual forma. La experiencia de los últimos treinta años, en particular después de la guerra de 1982, muestra que es muy probable que así no sea: no hay coincidencias naturales y convergencias inequívocas pues existen dimensiones importantes, distintas a los atributos de poder y las asimetrías materiales de cada uno, que diferencian a las dos partes. Hay, para decirlo de modo sintético, culturas de negociación distintas. No por azar es frecuente –como sucede en tantos otros ejemplos históricos y presentes–, que cada cultura se perciba a sí misma como “superior” (y mejor) y más “normal” (y humana) que su contra-parte: los discursos respectivos aluden implícitamente a esto. Por eso mismo resulta fundamental comprender los valores, estilos, hábitos, lógicas, expectativas, argumentos y gestos de los otros desde su entramado cultural y no desde el propio. Dicha comprensión ayuda o inhibe el modo de codificar, decodificar y dilucidar los mensajes y las señales entre las partes involucradas.

Si negociar implica una situación en las que dos partes tienen simultáneamente intereses en conflicto y áreas de conveniencia mutua que permiten abocarse y resolver el problema original entre ambas, entonces la comunicación intercultural es crucial. Comunicación que se debería dirigir hacia la identificación y el intercambio de propuestas de diverso orden. Las ideas, por un lado, y las iniciativas, por el otro, son componentes centrales que alimentan la comunicación –pilar básico de un proceso de negociación–. Negociación que puede ser distributiva –una parte gana y la otra pierde– o integrativa –se genera una alternativa superadora de las posturas iniciales que satisface a las partes que logran algo importante (no todo) de lo que procuraban al comienzo–.

Para una mayor comprensión de la encrucijada en la que estamos tendríamos que explorar varias cuestiones. Primero, al menos en el plano discursivo, argentinos y británicos se expresan hoy en clave distributiva. Ninguno de los dos parece dispuesto a transar y conciliar, al menos en el corto plazo. Siempre se podrá invocar la dinámica de la política interna como principal factor que conduce a posiciones maximalistas y poco predispuestas al acuerdo. Sin embargo, la dinámica doméstica, entendida, por ejemplo, como un modo de camuflar una grave crisis o como la búsqueda de un dividendo político inmediato, no parece explicar suficientemente las rigidices recíprocas o la falta de opciones que quiebren la rutina de la desconfianza y el estancamiento. La presencia de grupos y corporaciones reacios u opuestos al diálogo –cuyas mayores ventajas o beneficios se acrecientan con la persistencia de un diferendo–; la ideología del gobierno de turno; las percepciones de las elites sobre el rumbo de la correlación de poder en el mundo; la ascendente influencia de los medios de comunicación y la preferencia de ciertos protagonistas clave por una rimbombante “diplomacia del megáfono”, entre otros, pueden reforzar las dificultades y resistencias para moverse hacia una negociación integrativa. ¿Cuáles fuerzas y actores en la Argentina y Gran Bretaña favorecen y defienden, en público o en privado, este último tipo de negociación? Hasta el momento, parecen ser escasos o, al menos, poco visibles e influyentes.

Segundo, en el evento en que se abriera camino una negociación integrativa resulta esencial resaltar que la historia comparada muestra, una y otra vez, que los procesos exitosos son aquellos en los que se dirimen y resuelven intereses encontrados. En esencia, los principios no son negociables: la soberanía (tesis argentina) se posee o se carece; la autodeterminación (tesis británica) se obtiene o se frustra. No se trata de explicar qué principio es el correcto; el ejemplo se usa para subrayar que los intereses pueden precisarse, flexibilizarse y ser objeto de una transacción, mientras que los principios no son negociables y llevan, en muchas ocasiones, a la rigidez y a la intransigencia. En consecuencia, el gran reto es cómo transformar principios en intereses. Tarea compleja y ardua que demanda conocimiento, creatividad, sacrificio y perseverancia de parte de las dos contra-partes. La unilateralidad ampulosa –cada país por separado se autoproclama “generoso” y “abierto” en su postura– no lleva a ningún lugar; solo alimenta la manipulación y la frustración. El dramaturgo y poeta alemán Bertolt Brecht expresó en 1952 algo hoy vigente en distintos escenarios de alta conflictividad: “La guerra solo puede ser evitada si ambos eventuales adversarios la rechazan. No mediante el hecho de que por lo menos uno de ellos sea lo más pacífico posible”. Por lo tanto, pasar de principios a intereses es una labor compartida.

Tercero, cabe subrayar que los factores culturales tienen una relevante gravitación en el proceso mismo de contacto, diálogo, transacción y acuerdo entre dos partes. Los estudios más detallados sobre negociación (en Latinoamérica, uno de los grandes especialistas es el colombiano Enrique Ogliastri) destacan, por ejemplo, diferencias culturales importantes entre latinoamericanos y anglosajones: entre otras, los latinos son más propensos a la argumentación abstracta y deductiva, los anglos tienden a ser más pragmáticos y utilitarios; los latinos prefieren explorar las sucesivas reacciones del otro, los anglos tienen un rango de regateo bajo; los latinos se orientan más por el presente; los anglos operan con un criterio de largo plazo. A ello se debe agregar diferencias derivadas de realidades históricas disímiles: los anglosajones (en este caso, británicos y estadounidenses) tienen, en tanto países centrales y expansionistas, más disposición a políticas de poder, mientras que los latinoamericanos (desde México hasta Chile) tienen, en tanto experiencias surgidas de su condición periférica, más inclinación hacia el legalismo. En breve, los negociadores de los gobiernos tienden a estar influidos por un conjunto de factores (tradiciones, estilos, costumbres, prejuicios) que inciden en las conversaciones y transacciones con otras contra-partes. Entender esta característica distintiva de todo proceso negociador es importante pues ello puede facilitar o inhibir lo ya señalado en el punto anterior; esto es, la conversión de principios en intereses.

Cuarto, la negociación es un proceso muy exigente que excede la usualmente invocada buena predisposición de cada una de las partes. En el período que va de la guerra de 1982 a nuestros días hay un actor que ha logrado un lugar destacado: los habitantes de Malvinas que son súbditos británicos desde 1983. En esa dirección, es relevante subrayar el impacto que tiene o tendrá este nuevo dato en un eventual proceso negociador entre Buenos Aires y Londres. Sintéticamente, toda negociación fecunda parte de un presupuesto: reconocer al otro. Dicho reconocimiento significa la aceptación de su existencia, lo que no significa compartir su ideología, reivindicar sus creencias o convalidar su comportamiento. El reconocimiento no es un acto jurídico sino una manera de humanizar al otro. Así, una parte puede negociar incluso con una contra-parte indeseable. La Argentina, con la fórmula del “paraguas” (acuerdos en pesca, petróleo y comunicación) alcanzada en los noventa reconoció, de hecho, la realidad de la gravitación alcanzada por los habitantes de las islas y su influencia sobre las políticas de Londres. Pero, más allá de gestos simbólicos, esto no alteró en absoluto el sentir de los isleños hacia los argentinos. Visto en perspectiva, el “paraguas” –que a los fines prácticos, y excepto en lo referente a la comunicación, se congeló en 2000 (tres años antes de la llegada de Néstor Kirchner al gobierno)– nunca se enraizó ni en la burocracia ni en la sociedad argentina y británica (e isleña). O, puesto en otras palabras, no elevó el nivel de consultas y decisiones conjuntas con Gran Bretaña ni consolidó una coalición pro-”paraguas”; de allí el nivel de incumplimiento y ofuscación que fue generando. Sin embargo, restan preguntas que ameritan un análisis pormenorizado: ¿se podrá aprender de ese fracaso para extraer algunas lecciones?, ¿la fórmula fue demasiado ambigua e intrincada?, ¿no hubo una secuencia de experiencias sucesivas y positivas que produjera suficiente confianza, credibilidad y compromiso?, ¿la actitud de los isleños hacia los argentinos está y estará inexorablemente condicionada por lo ocurrido en 1982, con o sin “paraguas”, viejo o nuevo?

Quinto, una buena negociación siempre combina firmeza y flexibilidad. Por eso, y paralelo a un diálogo directo Buenos Aires-Londres, parece indispensable desplegar ahora una política efectiva, no retórica, de cooperación hacia los habitantes de Malvinas; lo cual podría reforzar el eventual proceso de negociación entre la Argentina y Gran Bretaña y sería útil para el país si en el futuro las Malvinas fueran, finalmente, recuperadas pacíficamente. Dos ejemplos al respecto y con una mirada de muy largo plazo. Si se acuerda coparticipar, en términos humanos y materiales, en el proceso de desminado de las islas –hay todavía unos 15.000 minas antipersonales colocadas durante la guerra–, ¿no se estaría dando un paso para, al menos, mejorar la calidad de vida de los isleños? Si la Argentina iniciara una política activa de exploración y explotación de hidrocarburos en el Atlántico Sur y creara un fondo especial de regalías que, en el futuro, se destine a un mayor sostenimiento económico de las Malvinas, ¿no sería esto atractivo para los isleños? En breve, no es contradictorio buscar que Gran Bretaña se siente a negociar y a la vez desplegar una política cooperativa hacia las islas. Es bueno, para el caso, reiterar que la experiencia demuestra que las negociaciones satisfactorias han sido aquellas en las que se armoniza firmeza y flexibilidad. Ni la una ni la otra solas conducen a soluciones integrales y perdurables; ambas deben ir de la mano si se pretende la resolución pacífica de un diferendo. Pero esto nos lleva a un punto ya mencionado: la falta de fuerzas y actores predispuestos a soluciones integrativas. En este caso tan particular que es Malvinas, también se necesitan isleños dispuestos a valorar buenos gestos argentinos y abiertos a opciones innovadoras para dirimir las diferencias entre Gran Bretaña y la Argentina. Es difícil que nos quieran después de lo ocurrido en 1982, pero es posible que sean menos recalcitrantes en el futuro si hacemos cosas sensatas y prácticas, para nosotros y para ellos.

Sexto, un factor pernicioso que incide sobre la apertura de un proceso negociador lo constituye lo que el especialista de origen húngaro Lorand Szalay ha identificado como ruido: esto es, los mensajes “contaminantes” que formula cada emisor en su comunicación hacia la contra-parte. Ello conduce a alterar el sentido original de la información que se busca transmitir al otro. Así, una determinada expresión o señal, voluntaria o involuntaria, puede ser emitida y recibida de modo distinto; lo cual redunda en errores de percepción, malentendidos y fricciones. El sentido y alcance de un mensaje debiera tener el mismo valor de utilidad para que la comunicación resulte eficaz. ¿Ocurre eso ahora entre británicos y argentinos? Probablemente, no. Los ejemplos abundan: cuando los británicos dicen “defender las islas” nosotros leemos “perpetuarse en las islas”; cuando los argentinos dicen “voluntad de diálogo”, los británicos intuyen “artimaña agresiva”. En consecuencia, ambos países debieran hacer un esfuerzo sostenido para reducir el ruido derivado de lo que emiten e interpretan las autoridades de uno y otro país. Pero eso resultará efectivo cuando se conozcan y comprendan más los entornos culturales en los que operan los decisores; tarea ésta que exige un rol activo de actores no gubernamentales (académicos, especialistas, medios de comunicación, ONG). Esto indica que, en este caso específico, en el que existe una disputa entre dos democracias y no entre dos naciones con regímenes opuestos, debiera ser menos engorroso “descontaminar” la relación de nuevos “ruidos” y estimular formas de información recíproca que hagan inteligible a las respectivas sociedades nociones básicas. Una de ellas es la idea misma de negociación: reducir los errores de percepción, las confusiones y las tergiversaciones respecto de lo negociable bien podría ser un objetivo central de los actores no gubernamentales en Gran Bretaña y la Argentina.

Séptimo, precisar el “momento” apropiado para una negociación es clave. Según el académico estadounidense William Zartman, uno de los mayores especialistas mundiales en el tema, ese “momento” es cuando se está frente a un “estancamiento dañino” (hurting stalemate); es decir, cuando las partes se convencen de que ya no pueden alcanzar sus objetivos de máxima a un costo razonable y advierten que corren el riesgo de que en el futuro sus posiciones relativas se debiliten. ¿Perciben Londres y Buenos Aires que están próximos a ese “momento”? Nada indica que eso esté ocurriendo. Para Londres, a pesar de que la Argentina pretende elevar los costos (de diverso tipo) de mantener las islas, la preservación de Malvinas no resulta hoy, en realidad, muy onerosa. Para Buenos Aires, a pesar de que Gran Bretaña sabe que la Argentina sólo tiene hoy soft power, es difícil sostener que el país está agotado ya con su política malvinera. (Cabe acotar que la posesión de “poder blando” es una condición necesaria pero no suficiente si la Argentina pretende elevar su capacidad negociadora.)

Si bien ahora no se ven las condiciones reales para una negociación efectiva, ello no es necesariamente negativo. Esta bien podría ser una etapa de pre-negociación donde cada parte, hacia adentro de sus respectivas sociedades, vaya aclimatando un entorno que pueda conducir, en un futuro, a la negociación propiamente dicha. Argentinos y británicos –y más allá de lo que dicen y hacen los gobiernos– parecen necesitar un diálogo hacia el interior de sus naciones. En estas circunstancias, es factible pensar de manera no convencional o, más aún, de modo contra-convencional. Esto significa concebir fórmulas innovadoras y realistas pues es bueno tener siempre en mente que un proceso negociador exitoso no es un mecanismo para ganar, perder o salir empatado; es una vía para hallar e implementar una solución operativa y verificable a una disputa. ¿Cuánto facilitan las respectivas culturas la concepción de iniciativas creativas y prácticas? No hay a priori nada que impida a argentinos y británicos idear fórmulas imaginativas y provechosas; esa posibilidad se debe recrear. Aunque a esta altura no es tan claro el efecto que podrían tener encuentros binacionales, a puerta cerrada, entre algunos actores influyentes de los dos países (como ocurrió en el pasado) para recrear ámbitos de reflexión tendientes a conceptualizar nuevas alternativas de diálogo. Quizá sea el momento de que terceras partes (un Estado, un conjunto de estados, una organización mundial), genuinamente interesadas en el caso y pensando en futuras generaciones de líderes, contribuyan a que la Argentina y Gran Bretaña se preparen para cuando resulte evidente a ambos el “estancamiento dañino”. No se trata de una mediación, sino de discretos buenos oficios que ayuden a encontrar un espacio de mejor comunicación intercultural. En últimas, la negociación concreta y definitiva solo será entre argentinos y británicos. Sería un error garrafal, como en su momento ocurrió antes y durante la guerra de 1982, confiar en una suerte de “diplomacia por sustitución”: ni ayer Estados Unidos ni mañana Brasil pueden hacer lo que la Argentina debe hacer, cara a cara, con Gran Bretaña.

Para terminar, argentinos y británicos traemos al tema Malvinas bagajes que nos pesan e incomodan demasiado. El aniversario de una guerra que nunca debió ocurrir, pero que aconteció bien puede servir para comenzar, al menos entre las respectivas sociedades civiles, un gradual proceso de nuevos acercamientos y conversaciones facilitadoras. El resultado de ello, así como su impacto sobre lo que vayan a realizar los dos países, deberá ser necesariamente abierto. De lo contrario, repetiremos los errores (algunos involuntarios) que la Argentina y Gran Bretaña hemos cometido y nos han traído hasta aquí. De lo que se trata, en últimas, es de comprender y asimilar que negociar Malvinas será un proceso complejo, exigente y prolongado.

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