DEBATES › LAS INCURSIONES DE TINELLI EN LA POLíTICA Y EL ROL DEL DIPUTADO INSAURRALDE

Entre el conurbano y el estudio de TV

La aparición del diputado en el programa ShowMatch generó críticas desde el kirchnerismo. En estas páginas, Mario Wainfeld y José Natanson reflexionan sobre las implicancias de la escena, las diversas ambiciones de Tinelli y la construcción de candidatos en el FpV.

Bienvenido a la pista

Por Mario Wainfeld

La indignación es una reacción válida, a condición de saber dosificarla. La posología debe ser cauta, el uso expandido le resta razón o sentido. En general, es aconsejable no indignarse mucho ante la tele, que suele ser el imperio de lo pasatista o efímero. Ni hablar de ShowMatch, mucho más eficaz que eventuales e inocuas críticas morales o valorativas. No es bueno sulfurarse si Marcelo Tinelli “vuelve” a la política o si la política es bienvenida a la pista... pero sí vale la pena tomar nota.

“Marcelo” es un protagonista de abolengo, que participa en varias ligas en las que se construye poder. El protagonismo en la tele es uno, el mundo empresario es otro, el fútbol es otro. Las redes se entrelazan, Marcelo tiene ambiciones conocidas para televisar los partidos del campeonato de AFA. Estuvo a un tris de lograrlo merced a un error severo del Gobierno, fue dejado de lado. Nada indica que renunció para siempre a ese objetivo. La muerte de Julio Grondona cambia el escenario respectivo y seguramente acelera tiempos virtuales. No hay que ser un as de la estrategia para percibir que el cambio de autoridades en la AFA y en la Casa Rosada acontecerá en el último trimestre del año que viene.

Un hombre del poder siempre tiene planes y aliados potenciales.

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En la última semana Tinelli hizo de “Marcelo”: desempeña bien el rol, aunque los años pasen para todos y ya no es el muchachote de antaño. Con el diputado Martín Insaurralde y Jesica Cirio en el piso, comenzó una pequeña maratón de invitaciones por teléfono al casorio. Ja, ja.

Tomó el celular, llamó a la residencia de Olivos. Fue atendido con cortesía burocrática, pero no le pasaron con la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. La broma, un sutil toque de antipolítica, ya estaba hecha.

La siguieron llamadas, esta vez exitosas, a Mauricio Macri, Sergio Massa, Daniel Scioli y Aníbal Fernández. Todos atendieron con buen modo, participaron del juego. Hubo bromas cifradas, algunos lucieron más sueltos.

No se trata de juzgar si es digno participar o no. De tele hablamos, de dos minutos, de tácticas en un medio con muchos puntos de rating. Cada cual blande la herramienta como le parece y supone que saca ventaja o que no pierde o que es mejor no quedarse afuera.

Lo que sí impresionó es la centralidad de Insaurralde, quien fuera primer candidato a diputado bonaerense por el Frente para la Victoria (FpV) hace menos un año. El hombre es veleta, histeriquea con Massa y Scioli. Consultoras bien predispuestas le atribuyen poco creíbles cifras de intención de voto, mejorando mucho su fracaso de apenas ayer.

Participante sin ambages del juego mediático, el candidato del partido de Gobierno ostenta frivolidad y desapego a la pertenencia. Cuesta creer que esas características le brotaron como consecuencia de su fracaso en las urnas o del aburrimiento que padece en la Cámara. Su levedad es sustancial y comprueba que fue un error designarlo, buscar a un clon mixto de Massa y Scioli para representar a un oficialismo nacional y popular.

El intendente de Lomas de Zamora (por ahora en uso de licencia) empapela la ciudad con afiches que llevan su imagen y sus iniciales “MI”. Todo un programa y un autorretrato.

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El esquicio pudo ser divertido. Si usted no lo vio, está viralizado por donde se le ocurra. Las conclusiones más obvias son dos. La primera es que Tinelli está en operaciones y participa en varias competencias.

La segunda es la frecuente debilidad del FpV para seleccionar candidatos. Entre el conurbano profundo y el set del 13 hay una distancia mucho mayor que la geográfica. El kirchnerismo hizo cola para criticar a “Martín”, también es buen momento para repensar cómo y por qué llegó tan lejos, volando tan bajito.


Insaurralde, Tinelli y los commodities

Por José Natanson *

En su acepción básica, un commodity es un bien genérico e indiferenciable que cotiza a un precio unificado en el mercado internacional. Soja o petróleo, café, oro o trigo, los commodities implican un proceso de producción de escaso valor agregado y tienen una forma homogénea, que en cierto modo los autonomiza de su origen: da lo mismo si la soja se cultivó en Argentina, Brasil o Estados Unidos, lo importante es que sea soja. Por su alta demanda y su precio único, que varía de acuerdo a las condiciones meteorológicas, tecnológicas y geopolíticas, los commodities se han convertido en uno de los centros de la especulación financiera contemporánea y todo su complejo sistema de derivados, bonos y seguros de riesgo.

El gran commodity de nuestra política es Martín Insaurralde, que la semana pasada adquirió un protagonismo impensado en el programa de Marcelo Tinelli, cuando, tras anunciar su compromiso con una cada vez más musculosa Jesica Cirio, esperó a que el conductor se comunicara por teléfono con los tres aspirantes a la presidencia que lideran las encuestas –Daniel Scioli, Sergio Massa y Mauricio Macri– para invitarlos al festejo. Posible candidato de los dos primeros (y no cuesta mucho imaginárselo como opción potable del tercero), el diputado observaba divertido como su precio se elevaba en el mercado de futuros de la política bonaerense, mientras se limitaba a dejar que la televisión hiciera el resto del trabajo.

No es casual que el episodio haya sucedido en el programa de Tinelli, que disputa con Javier Grossman su legítimo lugar de gran constructor de escenas públicas nacionales. En un célebre post publicado en el blog “labarbarie”, Alejandro Sehtman cuestionaba la crítica anti-tinellista del progresismo, que lo ataca por individualista, ramplón y cosificador y la asociaba con la crítica anti-populista: la idea de que Tinelli, como Perón, engaña narcóticamente a las masas ofreciéndoles algo que no es lo que realmente necesitan sino otra cosa, obviamente peor. Autodefinido tinellista, Sehtman afirma que confesar su condición equivale a proclamarse puto o peronista: produce en el otro un rechazo que –el autor toma el concepto de Zizek, pero seguramente estaba antes en Lacan– deriva de un exceso de goce.

Pero volvamos a Insaurralde, penúltimo representante de una generación que, como señalamos en otra oportunidad, expresa la cruza entre política, deporte y espectáculo típica del menemismo. La “generación del ’90”, cuyos máximos exponentes son los tres presidenciables que pujaban por el diputado en la bolsa de cereales de ShowMatch, se ha especializado en la construcción de cuidadosas intimidades públicas que, ellos lo saben bien, valen más que mil actos militantes. Pero como no son improvisados ni les gusta comer vidrio, también son conscientes de que en la Argentina actual el éxito político está definido –recurramos, como ellos en sus campañas, a la simpleza del acrónimo– por una doble t: televisión, claro, pero también territorio, sin cuyo piso –aunque sea el piso enlodado y riesgoso del conurbano– ningún salto a la fama es posible. Con un botín clavado en los ’90 y el otro en la década actual, todos, incluso Macri, son cultores de un peronismo axiomático: un peronismo que, como apuntó Martín Rodríguez, no se discute ni se teoriza y del que casi ni se habla; se ejerce.

Resulta interesante recordar que aunque Insaurralde, como la soja, se ha autonomizado de su origen, hace no tanto tiempo fue escogido para liderar las listas del kirchnerismo en la provincia de Buenos Aires, una jugada que en aquel momento parecía electoralmente astuta –oponer al crecimiento de Massa un intendente joven y exitoso–, pero que terminó en una sonada derrota. Igual que Scioli, Massa y Macri, Insaurralde no se privó de recurrir a la “construcción de marca” para instalar su figura, en su caso recurriendo al pronombre personal singular MI, lo que no le alcanzó para frenar al intendente de Tigre (+ a). Pero más allá del diputado, que es más un síntoma que una causa del estado de nuestra política, tal vez valga la pena llamar la atención sobre el proceso que terminó con la decisión de ubicarlo al frente de la boleta oficialista.

Mirada con la distancia del tiempo, la estrategia es reveladora de uno de los déficit del estilo de construcción política del kirchnerismo. En efecto, a lo largo de sus más de diez años en el poder, el Gobierno ha demostrado una sorprendente capacidad para generar militancia, especialmente juvenil, que no es, como suele banalizar la oposición, el simple resultado de una política pública de reparto de contratos, sino el efecto de un esfuerzo complejo que incluye recursos, pero también ideología y liderazgo y que no se veía en Argentina desde los lejanos tiempos del alfonsinismo. También ha sabido construir o sumar gestores para diferentes áreas de gobierno, lo que le ha permitido renovar el gabinete en varias oportunidades sin mayores inconvenientes. Sin embargo, el kirchnerismo, con la única excepción de Cristina, cuyo ascenso a la gran escena nacional data del lejano 2005, ha enfrentado serias dificultades para construir candidatos. Y como en las sociedades democráticas la principal vía de acumulación política es electoral, se ha visto obligado a buscar postulantes en ecosistemas lejanos e incluso hostiles: Insaurralde es uno más de una lista larga en la que también figuran Scioli y Obeid, Massa y Cobos.

A esta altura bastante evidente, el déficit se verifica al repasar los ensayos electorales de los ministros kirchneristas, y en este sentido llama la atención que –salvo alguna excepción perdida, como la de Juan Manzur en las últimas elecciones en Tucumán– el Gobierno no haya logrado convertir a sus funcionarios en candidatos ganadores. Los pocos que lo intentaron –Daniel Filmus en Capital, Agustín Rossi en Santa Fe, Norberto Yahuar en Chubut, Rafael Bielsa en Capital y Santa Fe– fracasaron más o menos ruidosamente, tendencia que se hace todavía más notable si se considera la experiencia de dirigentes oficialistas que se alejaron disgustados del Gobierno y que sí lograron caudales importantes de votos propios (Lousteau, Massa, Cobos, Lavagna), como si el éxito de la candidatura dependiera de la intensidad del portazo (aclaremos que no es condición suficiente, como demuestra la siempre postergada –por motivos de audiencia– candidatura de Alberto Fernández). Las razones de esta singularidad habrá que buscarlas en un sistema de poder demasiado concentrado en la figura del líder, que incluso cuando se propone erigir liderazgos complementarios lo consigue sólo a medias, como demuestra el caso reciente de Jorge Capitanich.

También está el caso de Florencio Randazzo, que ha logrado un crecimiento de su imagen pública gracias a su gestión en materia de documentos, reforma política y, ahora, trenes. Es, de los presidenciables con chances, el único que carece de un distrito, aún municipal, sobre el cual cimentar sus aspiraciones: su territorio en cierto modo es la red ferroviaria, en especial los siete ramales que conectan la Capital con el conurbano, unos 835 kilómetros lineales por los que todos los días pasa más de un millón de personas. No sabemos aún qué piensa de muchos de los problemas centrales de la Argentina, porque limita sus apariciones públicas a las cuestiones de su estricta competencia, una forma de evitar definiciones sobre temas en los que tal vez se sentiría menos cómodo. Tampoco conocemos el nombre de su mujer, todo un atributo en tiempos de videopolítica. ¿Forma parte de la “generación del ‘90”? Técnicamente sí: tiene la edad (50 años), el origen (duhaldista) y las ambiciones (irrenunciables).

* Director de Le Monde diplomatique, Edición Cono Sur, www.eldiplo.org

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