DEPORTES › OPINIóN

Rock and roll del país

 Por Eduardo Fabregat

La pregunta fue formulada por el colega Pablo Vignone: Y si esto fuera un recital, ¿quién estaría tocando? Corrían 43 minutos del anodino primer tiempo, y la respuesta la aportó Roque Casciero: Keane. La alegoría era exacta. Salvo algún tobillo maltratado más por torpeza que por real malicia, el encuentro entre argentinos y uruguayos era como esas canciones que no merecen ser defenestradas, pero de todos modos andan bien lejos del área. Nada hacía prever ese pogo final, el rock and roll del país amargando –pero no tanto, que al cabo el repechaje parece accesible– a la noble murga celeste. En ello tuvo mucho que ver Mario Bolatti, el que nadie esperaba, una suerte de Brian Johnson que entró en el grupo cuando nadie daba dos guitas por él y lo terminó llevando a la gloria, con una definición exquisita, como si siempre hubiera jugado de eso.

Atrás quedaban las demás alegorías. El deseo de que el partido, como un show de los Ramones, durara apenas 55 minutos, palo y a la bolsa y a pensar en Sudáfrica. Que este Messi sin camiseta blaugrana es como John Deacon: toca bien, se sabe que tiene una enorme habilidad, pero es tan inexpresivo como un poste de luz. Que Cáceres, el 3 uruguayo, decidió encarnar la más virulenta expresión de la garra charrúa y, como Lars Ulrich o John Bonham, empezó a repartir golpes, redobles, palazos, y en sólo seis minutos –de los 77 a los 83– consiguió que le mostraran la roja. Justo en el medio de ese lapso, su compañero Scotti no quiso ser menos, y supo hachar a un argentino con la violencia de un Pete Townshend reventando la guitarra contra el tablado. Ajeno a tanto hardcore, Demichelis parecía Prince, capaz de tocar 32 instrumentos, cantar afinadamente y no perder nunca el tempo: lo que todavía no puede volver a hacer Mascherano –ese Mick Jagger del mediocampo– lo hizo el Micho en un segundo tiempo casi perfecto.

En el final, Argentina durmió el asunto desenchufando todos los equipos, esperó los bises poniendo unplugged a los uruguayos y en especial al Loco Abreu, que entró para tratar de pescar alguna pero no pudo superar su crisis de identidad: el hombre ha integrado tantos y tantos grupos que ya no sabe quiénes son sus compañeros ni qué música hay que tocar. Al cabo, el representante de la banda, ese gordito que ha sabido ocupar el escenario como nadie, se llevó las últimas fotos. Y, como suele sucederles a los músicos, no pudo evitar que al lado apareciera el plomo de ocasión, eso que en el medio rockero se conoce como monitor, a abrazarse para la foto.

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