DEPORTES › A SUAREZ, EL DESEO DE GANAR A VECES LO TRANSFORMA

La fábula del escorpión y la pelota

Desde Río de Janeiro

Luis Suárez es como el escorpión de la fábula que promete no picar a la rana pero que termina haciéndolo. Está en su naturaleza usar el aguijón, como en la del delantero uruguayo hincar los dientes y arruinar su imagen de uno de los mejores futbolistas del mundo. Como le pasó a la rana, muchos le creyeron. Llegó al Mundial siendo quizás el mejor jugador de los últimos seis meses, autor de 31 goles en 33 partidos –ninguno de penal, a diferencia de Cristiano Ronaldo, que sumó la misma cifra–, con un Liverpool que estuvo a punto de ser campeón de Inglaterra. Fue elegido mejor jugador de la Premier League, sólo se hablaba de sus goles, de su posible pase multimillonario a España, de su lesión de menisco.

“Quiero cambiar mi imagen de chico malo porque no creo que sea como se me representa. Me gustaría cambiarla porque es feo escuchar y leer lo que dicen de uno”, dijo en una reciente entrevista con Sports Illustrated, simultánea a otra, con retrato familiar, al New York Times en plena estrategia por purificar la imagen del delantero entre los medios anglosajones, los más hostiles hacia Suárez, los más atraídos por sus dos caras.

El uruguayo estaba en plena redención. Pero el escorpión no tiene el aguijón de adorno. La prensa inglesa, la que lo llamó en su momento “El Caníbal de Anfield”, por su mordisco al jugador del Chelsea Branislav Ivanovic en abril de 2013, y “Racista”, por sus insultos a Patrice Evra, jugador negro del Manchester United, en octubre de 2011, encontró su blanco preferido y volvió a atacar y a decir lo que no le gustaba leer y ver a Suárez ni a su familia.

El uruguayo pendula entre dos posiciones igual de dañinas: unos lo consideran culpable de todos los males del mundo, un villano de manual, y otros creen que es una víctima, un perseguido por la doble moral anglosajona que ni siquiera entiende que un futbolista se deje caer en el área buscando un penal.

De un lado, la agresión; del otro, la adulación acrítica. El miércoles, en la concentración de Uruguay en Natal se escenificaron las dos trincheras. Un periodista británico hacía a los hinchas de Uruguay la pregunta capciosa de si Suárez es un buen ejemplo para los niños. En el lado contrario, algunos periodistas uruguayos obviaban el “caso Suárez” y alimentaban las teorías conspirativas. En esa línea, estaban sus compañeros de selección, de los que el capitán, Diego Lugano, fue el portavoz. Apeló al lugar común de que “lo que pasa en la cancha, queda en la cancha” y siguió con el discurso del seleccionador Oscar Tabárez, que dijo el martes que Brasil 2014 “no es un Mundial de moralidad barata”. Lugano prefirió enfrentarse con un periodista inglés antes que reconocer que quizá Suárez pudo haberse equivocado.

John Henry, el estadounidense propietario del Liverpool, dio una buena definición para Suárez, idolatrado por sus compañeros de selección y de club, gran amigo de Steven Gerrard, el capitán. “Es una buena persona el 99 por ciento del tiempo. En el otro uno por ciento, su deseo de ganar supera todo lo demás”, dijo a Sports Illustrated.

El deseo de ganar. Eso es lo que hace de Suárez un “chico malo”, pero también lo que lo hace ser uno de los mejores futbolistas del mundo. Esa determinación lo hizo ascender desde las inferiores de Nacional de Montevideo e irse a los 19 años a Holanda, lo que le permitió reunirse con su novia, Sofía, que se había mudado a España con sus padres tres años antes y que estuvo detrás de que “Luisito” dejara su vida nocturna de adolescente y se centrara en el fútbol. “No se lo eligió para filósofo ni para mecánico ni para tener buenos modales”, lo defendió el presidente de Uruguay, José Mujica, poniendo sobre la mesa el debate acerca de si los grandes deportistas deben ser también un modelo.

Suárez, padre de dos hijos, es tan humano que a veces es bueno y a veces malo, figura fascinante en una época de estrellas pasteurizadas. El delantero, de infancia compleja y familia humilde, avanzó poco a poco también en Holanda hasta llegar al Ajax y de ahí a Inglaterra, al Liverpool, a la espera de dar el salto a uno de los más grandes y millonarios clubes. Ese salto está ahora congelado, aunque la FIFA confirmara que no hay ninguna prohibición para que sea transferido.

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A Chiellini le duele el hombro; a Suárez, los dientes.
 
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