DEPORTES › LA PATRIA TRANSPIRADA

Fideo fino

(24 pulgadas, en reposo)

En el balance, Argentina jugó su mejor partido. Mayor cantidad de minutos controlando el juego y superando al rival, marcando los tiempos / ritmos y los espacios donde jugar, creando las pocas y mejores posibilidades de gol. Y por eso está bien que haya ganado. Sólo la pasó relativa y conceptualmente mal –si exceptuamos las dos puntuales desatenciones en el fondo durante el primer tiempo– cuando perdió el control del juego en el primer suplementario, que pareció terminal... –criteriosamente lo compensó Sabella con la entrada de Biglia– y en los minutos posteriores al gol de Di María, con el tiro en el palo y el rebote afuera, con Romerito de espectador privilegiado. Y encima ese tiro libre con el reloj que marcaba casi cinco minutos de adicional...

Pero si Argentina jugó su mejor partido y sin embargo ganó en la agonía, sin que le sobrara nada –siendo favorito ante un buen rival, pero accesible– quiere decir que todavía (le) falta. De acuerdo con el inventario de asignaturas pendientes arrastradas de los partidos anteriores, hubo mejoría notoria en el compromiso y la presión de los delanteros sobre el rival en tres cuartos, hubo mejoría leve en el remate de afuera (número, no eficacia) y ninguna mejoría en el espacio clave de definición (donde mueren las palabras): no capitalizamos ninguna de las decenas de pelotas que metimos en el área peligrosa suiza. Ya fuera en toques por adentro, centros desde los costados, corners, las contadas cortadas... No tuvimos ningún mano a mano, o casi. Es un síntoma de que hay una carencia que puede ser determinante.

En este último sentido, la ausencia del Kun se sintió, pese al despliegue sin profundidad ni contundencia de Lavezzi y de Rodrigo –que inició la maniobra del gol, recuperando– porque Higuaín, pese a su empeño, sigue ausente y ayer ni siquiera fue una presencia amenazante. Y ya sabemos y lo dijimos: no hay nadie más para poner ahí. No vamos a volver sobre el tema, ya está. Se destapará el Pipita y va a ser clave. Ojalá.

Porque en general todos cumplieron; pero el partido de Mascherano fue excepcional. El mejor, lejos. Una de sus grandes actuaciones en la Selección. Lo de Rojo, muy bueno otra vez; y lo mejor de Garay, también. Y quedan para el final los dos que ganaron el partido: Messi, que arrancó esta vez desde lejos y jugó casi todas bien, que desequilibró cada vez que se lo propuso, que fue solidario y generoso y que, como tuvo pocas para probar él, asustó menos que otras veces. Y finalmente Di María, ahí detrás de Mascherano, el más valiente y encarador, siempre listo y sin miedo. Fue y fue, buscó y tiró, a veces pasó, a veces estuvo poco preciso. Hasta la jugada del final, la definición tras la entrega magistral del Enano, que se los juntó (como Diego con Cani) para dejarlo a él. Qué manera serenísima de ponerla en el rincón lejano. Ahí, en la última, el Fideo estuvo fino, frío, crack.

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