DIALOGOS › ¿POR QUE LUIS MAIRA?

Una historia, una generación

 Por Mario Wainfeld

Cuando Allende fue asesinado, Luis Maira tenía 33 años y cumplía su tercer mandato como diputado nacional. Debió asilarse, exiliarse, y se consagró a la actividad académica. Participó activamente en las denuncias por violaciones de derechos humanos contra el régimen de Augusto Pinochet. Vuelto a Chile, regresó a la función pública en 1994. Ahora es embajador en la Argentina. Si se escudriña más a fondo su currículum se ve que alcanza marcas muy infrecuentes para políticos argentinos de fuerzas mayoritarias. Es un científico social de fuste, tiene una biblioteca bien leída que incluye un anaquel de libros de su propia autoría. Ha tenido una consistente conducta en materia de derechos humanos. El promedio es una sólida conformación de cuadro político, distinta, más vasta que la corriente entre dirigentes argentinos. Las clases medias chilena y argentina tienen distinta expansión, lo que debe tener su correlato en el perfil promedio de los respectivos dirigentes.

Maira integra (hasta tienta decir “sin embargo, Maira integra”) un gobierno más centrista que de centroizquierda que ha convivido con la rancia derecha de su país, incluido el dictador. Para los argentinos suele ser entre chocante e incomprensible la relación entre ese pasado (militante, de izquierda comprometida y en ciertos casos radical) y estos años de coexistencia con la derecha. Esa lectura adolece de falta de conocimiento acerca de cómo se produjo la transición chilena, tan distinta de la Argentina, donde el poder militar implotó y jamás hubo un liderazgo de esa derecha encarnado en un hombre.

Maira es un hombrón cuyo trato cálido excede para bien la cortesía profesional de la diplomacia que también lo viste. Conocedor profundo de la historia de la región, coautor de un libro notable sobre el conflicto entre Bolivia y su país, Maira hilvana un relato, una cifra del pasado reciente de Chile. Algunas palabras, algunas anécdotas (la del campesino y el fax) evocan al militante que no sería fácil intuir en los salones y despachos de la elegante, diríamos asentada, Embajada de Chile.

Maira habla de modo muy sosegado, en el volumen de voz, en el tono, en su exégesis de la historia. La palabra “batalla” suena rara en sus labios, pero la repite una y otra vez. La transición chilena fue, interpreta, una batalla en cámara lenta contra un régimen sólido, pleno de recursos, dominador de la escena. El plebiscito de 1998, que rememora con fervor, fue un hito, una trabajosa conquista democrática del movimiento social. Los últimos 33 años fueron una batalla entre Salvador Allende y Pinochet. Una batalla que, concluye el embajador, ha ganado Allende. Su propia vida, sus opciones políticas, la historia de su generación discurren en ese tiempo. Es la suya una versión de la historia, protagónica, situada, sesgada como todas, cuyo desenlace edificante puede ser compartido o rebatido. Pero vaya si vale la pena escucharla.

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