DIALOGOS › ¿POR QUE PIERRE ROSANVALLON?

Un intelectual lejos del panfleto

 Por M. W. y F. M.

“Tenía veinte años en mayo del ‘68”, dice el profesor francés en un francés cristalino y ese dato inicial connota su propia reseña autobiográfica. Nació en el valle del Loire, ese de los grandes chateaux de los reyes “que hicieron Francia” y visitan los turistas, estudió, fue líder sindical estudiantil, militó en la “Deuxième gauche”. Fue diputado y según cifra él, hizo la gran opción: “no me hice intelectual por ser un buen alumno sino por el deseo y la preocupación de comprender las cuestiones políticas”. La izquierda llegaba al gobierno y, según referencia, en sus filas había más interesados en ser ministros que en estudiar y conocer “cosas interesantes”. Ahí se bifurcó su camino. En parte, pues siguió haciendo política en otros registros más ligado a la producción de conocimientos que a lo partidario.

Cerca de los sesenta, parece lo que es, un académico de fuste. Enseña en la prestigiosa Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales de París, investigador del CNRS (el Conicet francés) y autor de varios ensayos notables sobre la realidad social y política. Afirma una y otra vez que el rol del intelectual es de analizar, de realizar un trabajo de comprensión de la realidad, “lejos del panfleto y la denuncia fácil”.

Durante años sondeó la crisis del Estado benefactor, el vacío que fue dejando, las nuevas desigualdades, la nueva cuestión social y la crisis de la izquierda “que no se adapta a los nuevos tiempos”. Sus libros van desde Autogestión, escrito en 1976 cuando era asesor de la Central de trabajadores socialistas (CFDT), hasta el intento de analizar la recomposición del Estado a la llegada del socialismo al poder en Francia con La crisis del estado providencia, La nueva cuestión social (1995) y La democracia inacabada (2000), entre otros. Todos tienen el tono magistral y ensayístico de los académicos de su país, bastante más afín al paladar de los progresistas y (aun) de los nac&pops argentinos que el duro empirismo de los sajones.

Su background es notable e incluye una valorable versación histórica y humanística. Como buen intelectual francés intervino en la escena pública a menudo, a veces en la avanzada de la progresía, otras criticado por Pierre Bourdieu, otro bronce de ese mundo, y por jóvenes académicos. Durante las grandes huelgas del sector público en 1995 contra sus recortes jubilatorios y los del Sistema Nacional de Salud hubo una fuerte divisoria de aguas entre los intelectuales franceses: ¿qué hacer? ¿Con quiénes estar? Mientras que Bourdieu apoyó las reivindicaciones obreras y más tarde el Foro Social Mundial, otros (entre los que se contaba Rosanvallon) sostenían las propuestas de reformas de sesgo neoliberal aplicadas por el gobierno. Una disputa que sigue hasta hoy con final incierto.

Dirigió la Fundación Saint Simon hasta su autodisolución en 1999. Fue “un club de ideas” formado por industriales, intelectuales, altos funcionarios del Estado, sindicalistas y periodistas que tenía como objetivo “terminar con la demonización de toda cultura de gobierno y abrirse a un nuevo espacio reformista”.

El hombre es alpinista, rumorean que bueno. Fuera de micrófono le preguntamos si tenía ganas de escalar el Fitz Roy durante su visita a la Argentina. Contestó que ese desafío le queda grande, que se conformaba con ver el Fitz Roy. Principalmente vino a recibir un doctorado Honoris Causa de la Universidad de Buenos Aires y a difundir su libro más reciente, Contrademocracia. La política en la era de la desconfianza, que es el eje central de la entrevista que concedió a este diario.

A tamaño intelectual no se lo interroga porque se coincida plenamente con su discurso. Esa homología es, a la vez, imposible e innecesaria. Se dialoga con él, su estilo llano lo permite, para asomarse a un saber sistemático, de calidad y siempre atento a los cambios de época. Por eso, Pierre Rosanvallon está hoy a su manera (un coloquio expresado por vía del reportaje) en Página/12.

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