Luis Maira fue militante y diputado de izquierda muy joven. Conoció, de cerca, a Salvador Allende. Señalado por la dictadura, salió del país clandestino, protegido por la progresista jerarquía de la Iglesia Católica de su país. Vivió años en el exilio, se dedicó a (y descolló en) la actividad académica, se involucró intensamente en las denuncias por violaciones de derechos humanos. Regresó a su patria, integró el comando electoral que condujo a la derrota de Augusto Pinochet en un plebiscito amañado a su favor. Siguió siendo dirigente político, en variados puestos, integra la Concertación. Es, pues, un cuadro político de vasta trayectoria, que incluyó riesgos enormes y más amigables posiciones de poder.

Es un sabedor de las ciencias sociales, “se leyó todo”. Varios presidenciables argentinos no han leído tantos libros como los que él escribió o editó.

Pedirle a Maira un balance de los veinte años continuados de gobierno de la Concertación es internarse en un relato sereno, elaborado, complejo, rico en citas y referencias históricas, pleno de compromiso. Es también compartir la introspección de un protagonista, que abarca conformidades, justificaciones y autocríticas. Las conformidades llegan hasta imaginar un consenso contrafáctico con Salvador Allende. Las autocríticas más duras son la persistencia de la desigualdad en su país. Y la oportunidad en parte perdida por los gobiernos progresistas, en toda la región: dejar pasar los años de vacas gordas y la crisis de 2008 sin consolidar una integración mayor.

Maira fue embajador en Argentina casi seis años, se está yendo. Dialogó con este cronista el lunes pasado, en la señorial embajada chilena, donde se maneja como un hombre de mundo y un anfitrión cálido y cordial. Sus pareceres son opinables, situados. La calidad y pertinencia de sus análisis, indiscutibles. Compartir con los lectores de este diario una mirada comprometida aunque no banal ni reduccionista... he ahí el porqué de este reportaje.