DISCOS › EL NUEVO ALBUM DE JONI MITCHELL

Como un documental

Con orquestaciones de Vince Mendoza e invitados como Shorter, Hancock y Wheeler, la genial artista recorre sus propios clásicos.

 Por Diego Fischerman

La palabra “travelogue” significa narración o film documental acerca de un viaje. Aparece en una de las canciones más bellas de Joni Mitchell, “Amelia”, incluida originalmente en el disco Hejira. “Entonces tu vida se convierte en un documental, lleno de cuadros-postales-encantos. Amelia fue sólo una falsa alarma”, dice. Esa palabra, “travelogue”, vuelve a aparecer como título del último trabajo discográfico de Mitchell, un álbum de dos CD presentados en un libro de tapa dura con profusión de reproducciones de cuadros de la propia artista en donde el segundo tema es, precisamente, “Amelia”. En Travelogue, en realidad, no hay canciones nuevas aunque, sin embargo, todo es nuevo. Se trata de las viejas obras de siempre, de joyas como “Woodstock”, “For the Roses”, “Hejira”, “The Circle Game” o “God Must Be a Boogie Man”, pero cantadas por la voz infinitamente más sabia de ahora, acompañada por una orquesta arreglada por Vince Mendoza y por solistas como el pianista Herbie Hancock, Wayne Shorter en saxo soprano, Kenny Wheeler en flugelhorn, Billy Preston en órgano Hammond, Brian Blade en batería y Paulinho Da Costa en percusión. El álbum se llama Travelogue y no podría haber otro nombre mejor.
Esta nueva edición, que incluye pistas interactivas con las letras de las canciones y con una galería de las pinturas que ilustran también el libro –entre las que aparecen las torres gemelas volando en pedazos, el bueno de Bush y el malo de Bin Laden con su cara surgiendo entre las piernas de una mujer semidesnuda con algo de Marilyn Monroe o de Madonna– continúa en algún sentido el rumbo señalado por Both Sides Now, en donde dos antiguas canciones de Mitchell, la que daba título al CD y “A Case of You” cobraban el status de standards al codearse con títulos com “Stormy Weather”, de Ellington. Aquí como allí, las orquestaciones –que incluyen arpas, cornos, flautas, oboes, trombones, fagotes, clarinetes, contrafagot, trompetas, tuba, percusión y hasta el laúd de Jacob Heringman además de violines, violas, cellos (el líder de la fila es el notable Anthony Pleeth) y contrabajos– recorren ese estilo casi narrativo heredado del romanticismo alemán de principio del siglo XX, desarrollado por Hollywood y llevado hasta extremos de sutileza por músicos como Gordon Jenkins, Bill Russo o Nelson Riddle junto a cantantes como Ella Fitzgerald, June Christy o Frank Sinatra. Pero aparece también ese sabor norteamericano à la Copland e, incluso, en los peores momentos, cierta ampulosidad (también norteamericana) que llega a tentarse con un coro.
Esta especie de documental de viaje a través de los estilos de una compositora, cantante, guitarrista y pianista que comenzó llamándose Roberta Joan Anderson en su Alberta natal, sirve para reencontrarse, en todo caso, con letras de poesía descarnada y, sobre todo, con una creadora que fue considerada la reina del folk aunque mantuvo con ese género todas las distancias posibles, que encontró para el pop un signo personal e inimitable en discos como Dog Eat Dog y que a pesar de no ser una cantante de jazz fue la única a la que Charles Mingus permitió cantar sus músicas. También, claro, la que en el desparejo homenaje de Hancock a Gershwin canta las mejores versiones imaginables de “Summertime” y “The Man I Love”. El álbum, por otra parte, llega en medio de una polémica iniciada por la propia Mitchell cuando dijo a la revista W que éste sería el último de su carrera y que jamás volvería a firmar un contrato con una compañía grande. En la Rolling Stone fue aún más explícita: “La industria discográfica es un nido de víboras y yo o me retiraré o buscaré canales alternativos para difundir mi música”. Que Travelogue salga a la venta con el sello Nonesuch, la más chica, refinada e intelectual de las submarcas de Warner (su antiguo sello) ya es un signo. La introspección y profundidad de sus versiones se ocupa del resto.

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Joni Mitchell, a los 59 años, canta sus viejas canciones con más sabiduría que nunca.
 
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