DISCOS › EL NUEVO ALBUM DE KEITH JARRETT

Música como travesía

En vivo en Japón, el genial pianista, junto a Gary Peacock y Jack De Johnette, se sumerge nuevamente en el mágico mundo del riesgo estético.

 Por Diego Fischerman

En las novelas de aprendizaje, el personaje es, al terminar, alguien distinto del que comenzó. Silvio Astier, Stephen Dedalus, Huckleberry Finn, Julien Sorel o Holden Caufield son apenas algunos de ellos. Encuentros con hombres notables no es una novela, pero el esquema es el mismo. Allí Gurdjeff plantea el viaje, o más bien la travesía –incluyendo la de los propios fantasmas–, como una forma de acceder al conocimiento. Y Keith Jarrett, estudioso de Gurdjeff que alguna vez llegó a grabar los himnos que él dejó escritos, construye su música exactamente de esa manera. La improvisación, para él, no es una manera de embellecer un tema ni de demostrar habilidad para la paráfrasis. Tampoco una forma de demostrar el virtuosismo instrumental. La improvisación es, sencillamente, un itinerario. Y, como en el libro de Gurdjeff y en las novelas de aprendizaje, ese recorrido marcará siempre una transformación.
Always Let Me Go, el último álbum del trío extraordinario que Jarrett conforma junto al contrabajista Gary Peacock y el baterista Jack De Johnette, es un gran disco en sí mismo. Pero si se toma en cuenta el lugar que ocupa en la producción del pianista y se lo lee como parte de una serie, su importancia es aún mayor. Por empezar es el primero en que los dos mundos de Jarrett, el de sus largas improvisaciones solitarias y el de su trío, más circunscripto a la medida, se juntan de manera tan clara. Y además, llega después de una suerte de movimiento en retroceso, en el que el músico fue progresivamente dedicándose con exclusividad a los temas clásicos del jazz y, además, ciñéndose a su letra cada vez con mayor literalidad.
El punto máximo de esa tendencia estuvo en su primer disco grabado después del retiro al que lo obligó la fatiga crónica que padeció durante casi dos años. En ese registro, realizado en su propia casa, apenas se alejaba de las melodías originales de las canciones. Tal vez, para alguien para quien tocar el piano es una metáfora de la vida –y del acceso al conocimiento– el miedo a perder pie apenas se desplazara de los lugares más conocidos no podía sino traducirse en su manera de hacer música. Como si hubiera recobrado la confianza de golpe o, quizá, como si hubiera llegado a la conclusión de que ese camino había tocado su límite, en las actuaciones en Japón de 2001 recogidas en el nuevo álbum de dos CD hay un salto descomunal hacia adelante. Un salto, por otra parte, que se entronca con el viejo Jarrett de la Survivors Suite o de pasajes de sus improvisaciones en Bremen o en Köln.
Si todo Always Let Me Go (en el que no hay temas clásicos sino nuevas composiciones de Jarrett o, en algunos casos, del trío en su conjunto) puede entenderse como una travesía, el primer tema, “Hearts in Space”, de 32 minutos de duración, condensa ese principio como si se tratara de fractales o muñecas rusas. Un comienzo de rápidas ráfagas ostensiblemente atonales, con De Johnette y Peacock interactuando de manera asombrosa, da lugar a secuencias en que estos dos músicos (De Johnette sin usar las bordonas del redoblante y apostando por un sonido contenido y mate) ocupan el lugar central. El paroxismo de De Johnette (que aquí vuelve a ser uno de los mejores bateristas de la historia del género) desemboca en una especie de gospel que a su vez deriva en una sección be-bop à la Bud Powell en la que, finalmente, se integra la célula atonal del comienzo. Al terminar ese viaje, los tres, por supuesto, son distintos que cuando comenzaron.

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Keith Jarrett, Jack De Johnette y Gary Peacock saludan satisfechos en Japón. No es para menos.
 
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