DISCOS › HOY SALE A LA VENTA “REALITY”, LO NUEVO DE DAVID BOWIE

Signos de una vejez elegante

El flamante CD termina de delinear un perfil de madurez en la vida de uno de los artistas más influyentes de la historia del rock.

 Por Esteban Pintos

El rock siempre lidió con una exclusiva idea de vejez: según el ideario fundacional de su existencia, envejecer, cuanto menos, era empezar a morir. Idea tan asumida como la que indicaba que se trataba de música hecha por jóvenes, y para jóvenes. Conclusión: el rock no es para viejos. Hay muchos ejemplos para citar en contrario –y a medida que el tiempo pasa, aumenta su número– pero el de Bob Dylan viene al caso, tratándose de David Bowie y su vigesimosexto disco titulado Reality. Dylan volvió de algo parecido a la muerte para grabar Time out of mind en 1997. Ese fue el disco de un hombre viejo: una amarga reflexión sobre la cercanía de la muerte y el tiempo transcurrido de vida. Bajo semejante paraguas, cabía todo. Bowie, que es mucho más coqueto y egocéntrico que Dylan (aunque lo admira, al punto de haber escrito hace ya mucho tiempo “A song for Bob Dylan”), hace rato que graba discos de hombre viejo. Pero lo disimulaba, o prefería hacer como que no era así. En los noventa persiguió la eterna juventud a caballo de su fama de esteta y vanguardista –condición que había dejado de comprobarse en los hechos nomás comenzada la década del ochenta.
Todo lo que vino después del suceso de Let’s dance, esto es: las producciones brillosas de discos monótonos, las giras mastodónticas, el experimento alternativo (y fallido) Tin Machine, el recuento de inventario de canciones (Changesbowie), la farsa de “la última vez que toco estas canciones” (gira Sound + Vision), el cumpleaños 50 rodeado de sus pequeños saltamontes (Trent Reznor, Robert Smith, Billy Corgan, más que todos ellos Brian Molko de Placebo), la fallida serie de novelas-disco que comenzó y acabó con Outside, el coqueteo electrónico de Earthling. Todos parecieron intentos de reanimación artificial no desesperados, pero sí insistentes y consecuentes. Paralelamente, Bowie disparó su ambición en otros terrenos, casi siempre financieros (con los “Bonos Bowie” como símbolo de época). Pero sus dos últimos discos, ...hours y Heathen, fueron discos de un hombre mayor, con modos y maneras más concretas. El flamante Reality –a la venta desde hoy en el mundo, Argentina incluida– termina de delinear un triángulo maduro en la carrera de uno de los cinco artistas más influyentes de una historia que ya supera el medio siglo.
Reality suena a rock and roll espacial, de alta fidelidad, cantado por un veterano entretenedor de masas, que como al pasar suelta sentencias y consejos de quien recorrió un largo camino. Pero que decide darlos a conocer ahora: “nunca vi por sobre los hombros de la realidad”, canta en un pasaje de la canción que da nombre al CD. Entonces, esta mirada del presente (que es igual a realidad) no es trágica ni resignada (convengamos que Bowie, más allá del paso de los años, no tendría mucho de qué quejarse por su vida), sólo certera, a veces sutil, casi siempre cargada de la solemnidad propia de su voz. Si ...hours sonaba como grabado a bajo volumen y Heathen había recuperado la intensidad del sonido rock, Reality se presenta controladamente furioso, con algunos momentos de calma en medio de las tormentas eléctricas que desatan los guitarristas Gerry Leonard y Earl Slick.
El clima de “The Loneliest guy” recuerda la escalada dramática de “Wild is the wind”, tanto como el aire folk de “Days” recuerda sus baladas pastorales de fines de los sesenta (cuando tenía pelo largo y usaba vestidos de mujer). “Try some, buy some”, una oscura canción cuasi vals compuesta por George Harrison y grabada en 1971 por la cantante Ronnie Spector (una de las célebres The Ronnettes), aquí es versionada de modo impecable. Con una curiosidad extra. Según Bowie, aquella canción que fue single exitoso para el sello beatle Apple Records en la voz de la esposa del difícil Phil Spector, “fue el único single de un solista que tuvo a los cuatro beatles tocando juntos, otra vez. Ellos estaban separados, pero querían mucho a Ronnie, y Harrison era el productor. Grabaron susdiferentes partes por separado, pero ahí están”. El cierre del CD tiene algo de esa misma densidad sonora, sostenida en el piano de Mike Garson y un leve golpe de escobillas. Ocho minutos de lento e hipnótico desarrollo, resabio de jazz moderno, sobre el que Bowie da rienda suelta a su garganta. La base instrumental se extiende, el piano mantiene su protagonismo y el cantante, algo cansado, se retira en medio de la penumbra. No tiene más que decir, por ahora. Así concluye su tercer disco en la era de la vejez.

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David Bowie, un vanguardista que asumió el paso del tiempo.
 
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