ECONOMíA › OPINION

La crisis del diagnosticador siempre equivocado

 Por Raúl Dellatorre

Difícil tarea la asumida, ya desde antes de ocupar el cargo, por Dominique Strauss-Kahn: recuperar al FMI de una crisis en varios sentidos, pero fundamentalmente de desprestigio. Podría decirse que el francés se hará cargo del Fondo en el peor momento de su historia, pero nada asegura que no se diga lo mismo de quien lo suceda, dentro de algunos años. Y es que la crisis que padece el FMI excede las consecuencias de sus propios errores, que no fueron pocos. El Fondo está arrastrado por la crisis del sistema financiero internacional, del cual Estados Unidos ejerce el poder hegemónico, la Unión Europea el rol de su socio principal y los gemelos de Bretton Woods, el FMI y el Banco Mundial ocupan el rol de articuladores y ejecutores de políticas. O lo ocupaban.

Strauss-Kahn llegó como candidato al cargo propuesto por la Unión Europea, que tradicionalmente nombró al titular del Fondo. Estados Unidos, que se reserva para sí la presidencia del Banco Mundial, respaldó la postulación del francés. No hubo el más mínimo gesto de apertura para construir otro consenso con los países en desarrollo, que vienen reclamando un mayor espacio en los organismos de decisión. Podría, incluso, interpretarse que cada vez con mayor insistencia el grupo de los poderosos de Occidente busca estrechar filas para tener el control total de los organismos clave. Vaya como ejemplo la Organización Mundial del Comercio, que volvió a manos de un europeo (Pascal Lamy) luego de un único período en manos de un nacido fuera de la OCDE (Supachai Panitchpakdi, tailandés). La gira encarada por Strauss-Kahn por países en desarrollo para cosechar apoyos, cuando ya su nombramiento estaba asegurado, no implica necesariamente un cambio de política. Al contrario, parecería una convocatoria a volver al seno de la organización, luego de alejamientos parciales que dañaron a la institución. Este año el FMI tendrá ingresos inferiores a los 800 millones de dólares, contra 1309 millones en 2006 y 3190 millones en 2005. Ello es producto de la cancelación total o parcial de sus deudas por países como Argentina, Brasil y Uruguay, la reticencia de otros a tomar créditos condicionados en la entidad (casi el 50 por ciento de los préstamos hoy están concentrados en Turquía), y la búsqueda de mecanismos alternativos de financiación de emergencias por parte de los países miembro. La más reciente fue la conformación, el 5 de mayo, de un fondo mutuo de prevención de crisis financieras entre China, Japón, Corea del Sur y otros diez países del Sudeste Asiático, con respaldo de sus respectivas reservas. Aunque demorada, Sudamérica intenta crear un esquema similar con el Banco del Sur.

De hecho, Argentina enfrenta renovadas presiones para aceptar el papel de mediador del FMI en la negociación del pago de la deuda con el Club de París, cuyos socios no son otros que las potencias europeas occidentales. Hasta quizás deba aceptarlo, con el objetivo de llegar a un acuerdo de rápida cancelación de una deuda de 6200 millones de dólares que quedó como rémora de la cesación de pagos del 2001.

No hay, junto al cambio de mando en el FMI, propuestas apuntadas a resolver la crisis política y económica de los gemelos de Bretton Woods. Pero nada obligará a las naciones en desarrollo a repetir las malas experiencias de seguir los dictados del Consenso de Washington que terminaron en crisis, fracasos, atrasos y exclusión social. En medio de la agitación bursátil y la crisis financiera internacional, tampoco le será sencillo al FMI recuperar el rol de “lobbista” de la banca privada mundial y “gran negociador” en su nombre frente a los países deudores. Antes, cuando el Fondo le bajaba el pulgar a la política económica de un país endeudado, ello significaba su condena al desfinanciamiento. Hoy esos mismos países cuestionan y hasta se burlan de las proyecciones o comentarios del Fondo que vayan contra sus políticas.

¿A que viene, entonces, Strauss-Kahn? Probablemente se proponga mejorar la gestión del Fondo, incluso prestando oídos a países en desarrollo habitualmente poco escuchados. Pero la crisis actual no es por falta de buenos modales.

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