ECONOMíA › EL 70 POR CIENTO DE LA PRODUCCION GRANARIA SE DA EN CAMPOS ALQUILADOS

La dura vida de los campesinos rentistas

 Por Roberto Navarro

A mediados de 2001, según datos de la consultora agropecuaria SEA, una hectárea de soja en el norte de la provincia de Buenos Aires, una zona con una rentabilidad promedio en el escenario general del país, arrojaba una rentabilidad bruta de 155 pesos. No eran los mejores tiempos para el campo, ni en Argentina ni en el mundo. En ese momento, ningún dirigente empresario del sector agropecuario propuso organizar un lockout de cuatro meses. Protesta patronal que le costó al país, por lo menos, un punto de crecimiento del PBI anual y cuatro puntos de inflación. Con los precios del viernes último, según datos de la revista Márgenes Agropecuarios, la rentabilidad por hectárea de soja en la misma zona es de 1490 pesos, un 860 por ciento más que en 2001 y aproximadamente un 600 por ciento más que la inflación acumulada desde la salida de la convertibilidad.

En el caso del maíz, el aumento de la rentabilidad supera el 2000 por ciento. En ambos casos el cálculo se refiere a un campo trabajado por su dueño. Pero esta realidad –que cada propietario trabaje su propia tierra–, que era común en 2001, se volvió infrecuente: el 70 por ciento de la producción nacional de granos se realiza en campos arrendados. De un solo campo ganan dos, el arrendador y el arrendatario. Es decir que, en la abundancia, la mayoría de los dueños de la tierra dejó de trabajar y, de todas maneras, al quedarse con más de la mitad de las ganancias (que en los últimos años fueron extraordinarias) vivieron muy bien, acumularon ahorros y vieron crecer el valor de sus tierras.

A su vez, a esta doble ganancia de los propietarios, ganar con el alquiler y con el incremento del valor de la tierra, los especialistas la llaman renta de doble piso. Pero no son sólo dos los que ganan con un solo campo. La mayor parte de los productores tercerizan las labores, tanto de la siembra como de la cosecha. Es decir, ellos tampoco se encargan de la parte más dura del trabajo. El tercer actor que gana con el mismo campo es el contratista, dueño de las maquinarias, que realiza la mayor parte del trabajo.

Esta cadena de la felicidad está compuesta por el eslabón del propietario que gana sin trabajar, del inquilino que entra en un negocio en el que no podría participar de otra manera por el alto valor de las tierras y de los contratistas que aumentan sus ingresos al ritmo de la evolución internacional de los granos. Pero como consecuencia de la crisis internacional, los precios ya no son tan irracionales.

El campo sigue siendo un gran negocio. El tema es que de aquí en más no satisfará los objetivos de ganancias de esos tres eslabones de la cadena. Entonces, el productor que quiere ser agricultor tendrá que trabajar la tierra y dejar de ser rentista.

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