EL MUNDO

Dos tragedias desde la línea del frente

La última visita médica
Por F.S.* Desde Jerusalén

El doctor Ahmed Nueman Othman murió en la madrugada de ayer a las puertas de su hospital, en Al Jader, en los suburbios de Belén. Un artillero de un tanque israelí disparó sobre la víctima tres proyectiles de 500 milímetros, mientras el médico trataba de negociar con el responsable de la unidad permiso para que su ambulancia pudiera trasladarse a los campos de refugiados cercanos, desde donde llegaban las noticias alarmantes de que los heridos amontonados se desangraban. Murió en el acto, de pie frente a la mole inmensa del tanque, cuando el gran reloj de la Basílica de la Anunciación estaba a punto de marcar la una de la madrugada, y hacía poco menos de dos horas los blindados y los soldados israelíes habían empezado a tomar la zona, sobre la que habían decretado un estricto toque de queda.
“Las fuerzas israelíes ordenaron a continuación a todos los médicos y enfermos evacuar el hospital”, aseguraba atenazado por el dolor uno de los compañeros de Ahmed, mientras trata de reconstruir el caos de un desalojo, en medio de la oscuridad de la noche, con los helicópteros aleteando con sus focos por encima de sus cabezas, mientras las tropas cortaban el suministro eléctrico de todos los alrededores y se escuchaban cada vez más cercanos los disparos de los combates. El hospital se había convertido, por su posición, en un blanco militar estratégico. Todos los pacientes fueron alojados en domicilios particulares. El cuerpo del doctor Ahmed Nueman, de 38 años, padre de cinco hijos, viajó más lejos: una ambulancia escoltada por las tropas llevó el cadáver a la morgue de un centro clínico de Beit Sahur, en el otro flanco de Belén. Tenía la cabeza destrozada.
Hijo de una familia musulmana acomodada, nacionalista, pero sin militancia conocida, había empezado su carrera profesional en el centro de Belén, donde había abierto una década atrás una próspera farmacia y una tienda de productos químicos, que vendió hace un año para abrir su sueño más ambicioso: una clínica en su ciudad natal, Al Jader. Si las autoridades israelíes lo permiten y el toque de queda no lo impide, los restos del doctor volverán este mediodía a su ciudad natal y serán enterrados en su cementerio local. Eso es lo que deseaba ayer Al Jader, de 1500 habitantes.

El patrullaje del final
Por F. S.* Desde Jerusalén

Alexander Nastrenko, 36 años, cabo de la reserva, fue enterrado ayer en el cementerio de Netanya, a poco menos de 50 kilómetros al norte de Tel Aviv. Murió baleado por francotiradores mientras patrullaba con un todoterreno por el municipio de Kerem Shalom, en territorio israelí, a escasos metros de la alambrada que anuncia la zona autónoma de Gaza, muy cerca a su vez de la frontera con Egipto.
Era de noche. Sus superiores le habían ordenado recorrer la línea fronteriza y tratar de descubrir si había en el suelo del camino trazas o pasos de presuntos infiltrados. En medio de la oscuridad se escuchó una ráfaga. El murió en el acto, un compañero resultó herido en el brazo y otros tres miembros de la dotación fueron heridos con carácter leve. Los soldados intentaron responder la agresión. Dispararon a ciegas en dirección de donde habían partido los fogonazos. Pero no llegaron a tiempo. Los activistas habían logrado salir por el mismo lugar por el que habían entrado; un conducto de agua, que discurre por debajo de la valla electrificada. Los francotiradores se encuentran a salvo en el interior de Gaza.
“Por la mañana, cuando estaba a punto de ir a la escuela, alguien golpeó la puerta de casa. Salté de alegría. Pensé que era papá. Estaba seguro que era él. Vi a un hombre de uniforme en la oscuridad del porche. El doctor se fue al dormitorio con mamá y entonces la gente que estaba con él, me explicaron que había muerto.” Aquella fue la primera mañana que Ina no fue a la escuela. Ayer fue a enterrar a su padre al cementerio.
Alexander Nastrenko había llegado de su Ucrania natal hacía cinco años. Ingeniero de profesión en su país de origen, trabajaba en Israel como conductor. Su esposa Alla perdió hace una semana su empleo. Ahora, en la soledad de su casa en Netanya, junto con sus dos hijos, trata de averiguar “¿cómo será mi vida sin él?”. El lo era todo para ellos. “Todo el mundo sabe que Israel es ahora un lugar peligroso, pero si ya estamos aquí, tenemos que continuar.” La madre de Alexander vive aún en Ucrania.
Nadie ha podido localizarla para darle la noticia de la muerte de su hijo.

* De El País de Madrid, especial para Página/12.

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