EL MUNDO › LA MEDICA RECIEN RECIBIDA
QUE SE PUSO A SOCORRER A LOS HERIDOS

Estrenar el título en medio del horror

Ante las puertas por las que entran los recién llegados al país vía aérea había una familia más impaciente que las demás. Era motivo de exaltación cada apertura de la misteriosa entrada automática. “Silvia, Silvia”, se pusieron a gritar un par de jóvenes cuando salió una mujer que ni los registró. “Nada que ver”, apreció uno de los familiares con mejor vista. “¿Por qué gritan? Nos vieron todos los periodistas”, los amonestó el padre. Como si estuvieran en una misión secreta, cuando se les preguntaba si eran familiares de Silvia Villafañe, respondían con un críptico “no”. Hasta que la mujer llegó y ya no hubo modo de ocultarlo. Su relato evidenció cómo se organiza la ayuda en la zona de desastre sólo con las manos de los sobrevivientes, ante la carencia de insumos necesarios.
Silvia Villafañe premió a su hija Bárbara con un viaje a la isla Phi Phi, de Tailandia. La chica, de 25 años, obtuvo hace un mes el título de médica. El domingo pasado, las mujeres de San Isidro saltaron de sus camas con el llamado de un despertador desesperante: el terremoto. Como estaban en un sitio a resguardo del tsunami, no sintieron los efectos con el dramatismo de otras partes. Así y todo los heridos llegaron y dieron a Bárbara la posibilidad de inaugurar el ejercicio de su profesión.
Luego del sismo, “el agua subía terriblemente”, contó la médica en la tarde de ayer en el aeropuerto de Ezeiza, minutos después de descender del vuelo de Malasyan Airlines que la trajo de vuelta. Ante el panorama, se trasladaron a una zona alta. Cuando el agua comenzó a ceder, la chica se sumó a la tarea de los rescatistas.
El agua había tapado el primer piso de su hospedaje, que contaba con visitantes de 36 países. Entre los turistas, varios eran médicos. A este grupo se sumó Villafañe para atender a los heridos. “Muchos llegaban muy deteriorados, y no podíamos salvarlos.” Toda su ciencia perdía gran parte de utilidad cuando veían que “en los hoteles había nada más curitas y algodón. Por eso, los médicos juntamos nuestros botiquines personales. Con eso hacíamos lo que podíamos”.
Contrarrestaban esta impotencia con un trabajo voluntario que no dejó fuera a ninguno que estuviera en buen estado. “Los tailandeses se re-portaron”, afirmó la joven, con los ojos azules notablemente enrojecidos por el llanto del encuentro con su familia. “Todo el mundo puso el hombro”, señaló su madre, que ayudó transportando insumos como toallas y agua, lo único a disposición para aliviar los padecimientos de los heridos. “Cada uno era solidario desde sus posibilidades”, relató la hija. Y dio cuenta de que “se organizaban grupos para salir a buscar a la gente que se encontraba desaparecida”. Pasaron los últimos días escuchando el zumbido incesante de helicópteros que recorrían el terreno intentando divisar sobrevivientes. Cuando se fueron, “aún no había materiales médicos, por lo que no había mucho por hacer”, contó Villafañe.

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