EL MUNDO › OPINION

Colombia no es Nicaragua

 Por Claudio Uriarte

Dos ilusiones argentinas para zafar de la crisis cayeron esta semana. La primera terminó de derrumbarse en la cumbre sobre la pobreza en Monterrey, cuando George W. Bush y su corte confirmaron que, al decir que no ayudarían a la Argentina, habían querido decir exactamente eso. La segunda, más dura de abatir, es que Argentina podría lograr algo del Imperio si se involucrara en la guerra en Colombia. En esta remake de la intervención argentina a favor de los “contras” nicaragüenses en la Centroamérica de los 80, Argentina se encargaría de algún trabajo sucio que Estados Unidos no pueda hacer en público. Es la misma lógica que apresuró al gobierno a adelantar un voto contra Cuba sin recibir nada a cambio.
La ilusión es infundada, no solamente porque Argentina no tiene nada que ofrecer que Estados Unidos no tenga (la oferta de entrenar pilotos de helicópteros parece un mal chiste), sino porque Estados Unidos es el primero en querer desescalar la guerra colombiana en este momento. Bajo el imperativo de ganar las elecciones parlamentarias de noviembre, la administración Bush ha centrado su prioridad en el mayor inmovilismo posible. Contrariamente a lo que se cree, la ayuda militar a Colombia no está aumentando. Después de los 98 millones de dólares suplementarios para proteger el estratégico oleoducto de Cayo Limón, la asistencia sigue firmemente aferrada al coto de 1300 millones de dólares asignados por Bill Clinton para el Plan Colombia, y la única diferencia es que bajo la guerra insurgente en marcha Bush ha pedido al Congreso lo que equivale a un cambio de carátula, por lo cual lo que antes estaba autorizado sólo para luchar contra “el narcotráfico” ahora también lo estará para la “lucha antiguerrillera”.
Es que incluso este nivel de involucramiento es peligroso para la administración, considerando que la guerra en Colombia está empeorando y se profundizará mucho más este año. La campaña dinamitera de las FARC contra la infraestructura energética y de servicios del país y el redoble de sus secuestros a políticos han volcado a un 60 por ciento de la población a apoyar a un candidato que las FARC acusan de paramilitar. De ganar, Alvaro Uribe Vélez tendrá que reentrenar exhaustivamente sus Fuerzas Armadas si quiere cumplir sus promesas de enfrentar eficazmente a las guerrillas. Argentina, en medio de semejante berenjenal, no puede ser más que un estorbo. Y un escándalo del tipo “Irán-contras” es lo último que la administración necesita de cara a los comicios de noviembre.

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