EL MUNDO › OPINION

El gerente de la Coca-Cola

 Por Miguel Bonasso

Exactamente al revés de lo que sostienen algunos medios sospechosamente uniformados, el actual conflicto entre México y Venezuela no es producto de la contundencia verbal de Hugo Chávez, sino de la imbatible torpeza diplomática del presidente mexicano Vicente Fox, en su desbordado afán por quedar bien con la Casa Blanca.
Así lo han entendido dos partidos decisivos del Congreso mexicano (PRI y PRD), cuyos diputados se preguntan en voz alta si deben darle permiso al mandatario para que se pasee por el mundo agraviando a Néstor Kirchner, al presidente Chávez y a Diego Armando Maradona, como lo hizo antes, durante y después de la Cumbre de Mar del Plata. En México, como se sabe, el presidente de la República debe contar con la autorización del Parlamento para salir del país.
La intempestiva intervención de Fox para tratar de forzar la inclusión de un párrafo a favor del ALCA también ha merecido la crítica de numerosos periodistas e intelectuales mexicanos que añoran los tiempos en que Tlatelolco era una de las cancillerías más respetadas de América latina. Hay excepciones, por supuesto, como la del ex canciller de Fox Jorge G. Castañeda, que pidió lisa y llanamente la ruptura de relaciones con la República Bolivariana de Venezuela. Pero a nadie sorprendió este exabrupto, porque Castañeda es un converso. Un advenedizo que haría avergonzar a su difunto padre, Jorge Castañeda sin G., que supo ser un honorable canciller en el sexenio de José López Portillo.
En abril de 2002, el Güero Castañeda fue el artífice en la sombra de otra memorable torpeza de Vicente Fox, cuando éste le exigió a Fidel Castro que abandonara precipitadamente la Cumbre de Monterrey antes de que llegara George W. Bush. Aún se recuerda la famosa frase de Fox en un diálogo telefónico que el líder cubano grabó y luego difundió a nivel mundial: “Me acompañas a la comida y de ahí te regresas”.
Una conducta manifiestamente indigna y discriminatoria hacia un jefe de Estado que había sido invitado a la cumbre por el secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan. Conducta que lo inhabilita para decir que Néstor Kirchner no cumplió sus deberes como anfitrión y para enrostrarle que su pensamiento estuviera “más orientado a cumplir con la opinión pública de Argentina que con el logro de la integración americana”. Crítica que, lejos de disminuir al Presidente argentino, lo enaltece, al ubicarlo en sintonía con el sentimiento mayoritario de repudio al ALCA.
Quien escribe estas líneas tiene sobradas razones personales e históricas para respetar y amar a México. Allí encontramos refugio los perseguidos por todas las dictaduras pentagonistas de nuestra América. Como antes habían encontrado generoso asilo los republicanos españoles, en cuyo homenaje Tlatelolco no restableció relaciones con Madrid hasta que se murió Franco. Durante décadas la política exterior mexicana se distinguió por su respeto irrestricto al principio de no intervención y autodeterminación de los pueblos, que Fox violó groseramente en Mar del Plata. Así, México fue el único país de América latina que no rompió relaciones con Cuba, cuando todos los otros (incluyendo a la Argentina) doblaron la cerviz ante la presión de Washington. Y supo ser, también, en tiempos de Castañeda el Digno, un interlocutor respetado de las fuerzas beligerantes en Centroamérica.
En el año 2000, el proceso de democratización, que había iniciado Cuauhtemoc Cárdenas con su escamoteado triunfo electoral de 1988, fue aprovechado por Estados Unidos y la derecha local, para sentar en la presidencia al hombre equivocado, este De la Rúa con botas tejanas. Lo hicieron, por cierto, con el concurso de conversos como Castañeda y el finado Adolfo Aguilar Zínser, que se pasaron sin respetar el tiempo de duelo desde las tiendas del PRD a las de la coalición liderada por Fox y los ultramontanos del Partido de Acción Nacional (PAN).
Con el presunto objetivo de lograr la democratización del país, ungieron al antiguo gerente de la Coca-Cola de Aguascalientes. Que sigue pensando y actuando –dicho sea con todo respeto– como un gerente provincial de la Coca-Cola. Arrogante con sus obreros, que en una célebre huelga lo sabotearon orinando en los tanques. Y humilde, muy humilde, con el míster de la casa matriz.

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