EL MUNDO › OPINION

Nuevas mayorías en América del Sur

 Por Luis Bruschtein

Por primera vez en la historia de América del Sur habrá un presidente indígena, con Evo Morales en Bolivia, surgido de elecciones democráticas. Hace poco fue la primera vez que Lula en Brasil protagonizó la llegada de un obrero a la presidencia. Y si Michelle Bachelet gana en Chile, la segunda vuelta de las presidenciales el próximo 15 de enero, será la primera vez que una mujer llegue a ese cargo por la vía electoral.
Aunque todos les ganaron a oponentes de la derecha, expresan movimientos políticos con singularidades, producto de la acumulación de que han sido capaces los pueblos en cada uno de sus países, según sus historias y procesos culturales. También en Uruguay y Argentina, los nuevos gobiernos tienen una identificación con las franjas políticas y generacionales más golpeadas por las dictaduras que abrieron el ciclo neoliberal en la región: el Frente Amplio y la generación de los ’70. En Venezuela, el país más rico del continente, aparece Hugo Chávez como expresión de los pobres históricamente marginados de la vida política y económica.
Todos, como lo demostró Evo, surgieron de elecciones democráticas en las que vencieron pese a sistemas preparados para favorecer a las mayorías tradicionales. Para ganar, tuvieron que generar mayorías inéditas, con mucho esfuerzo y expresando representaciones que hasta ahora eran marginales y poco valoradas. Estas nuevas mayorías tienen vasos comunicantes y muchas diferencias. Pero cada una está expresando el agotamiento de los sistemas de representación política en sus países tras el ciclo neoliberal y protagonizan el intento de superarlos en forma democrática.
Que Chávez exprese a los pobres marginados en el país más rico; que Bachelet –que es madre soltera– represente a las mujeres en una de las sociedades más conservadoras; que el presidente de la economía más grande e industrializada sea el obrero Lula, o que los gobiernos uruguayo y argentino reivindiquen a fuerzas políticas y a una generación devastada por dictaduras emblemáticas y luego estigmatizada por los partidos tradicionales tiene sintonía con que Evo Morales será el primer presidente indígena en el país que tiene más población indígena de la región, la que ha sido discriminada y empobrecida.
Identidades, denominaciones, orígenes y prácticas son diferentes, pero todas expresan profundas transformaciones culturales. Ahora que Evo Morales ganó, todo el mundo se pregunta cómo en 180 años de un país donde la gran mayoría de su población es indígena no haya habido ni un solo presidente de esa pertenencia cultural. Surge como una revelación acusadora e incontrastable.
Las denominaciones y tradiciones confunden. A veces, las que expresan una tradición de izquierda impulsan políticas más tibias que otras que tienen marcas más populistas o nacionalistas, pero todas son protagonistas de fenómenos de democratización e inclusión en sus sociedades. La gran deuda es que estos procesos se verifiquen con el mismo vigor en las economías. Aun así, los logros que representan generan lazos de solidaridad concretos intrarregionales de los que dependerá en mucho la suerte del nuevo gobierno boliviano. Porque es muy probable que Evo Morales afronte situaciones críticas y desestabilizadoras y la actitud que asuman los gobiernos de la región tendrá una incidencia fundamental para que las supere.

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