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Regreso a la Argentina desde el infierno de las bombas en Beirut

Salieron de la capital libanesa en tres micros con gigantescas banderas chilenas y argentinas para evitar ser atacados. En total, eran 140 latinoamericanos evacuados con un riesgoso operativo. Los doce argentinos llegaron ayer a Ezeiza. Sus historias.

Pasaron las lágrimas de la alegría por el reencuentro y la impotencia por lo que quedaba atrás. Pasaron los abrazos con los familiares que esperaban, con los nietos y los hijos. Y después, cuando en el aeropuerto de Ezeiza los periodistas que esperaban al contingente de argentinos que regresaba del Líbano bombardeado le preguntaron a Paula Simón de Mouzaffar, una mujer de 85 años descendiente de libaneses, cuál era su mensaje para quienes podían verla por televisión, ella deshizo como pudo el nudo de su garganta: “El Líbano nunca estuvo tan bonito, después empezó esto”, dijo. Paula fue una de los doce integrantes del grupo de argentinos que ayer volvió al país huyendo de los ataques israelíes. La vuelta fue por medio de un operativo coordinado con el gobierno chileno y que permitió el regreso de unos 140 ciudadanos latinoamericanos.

“Estuve hace 30 años, y es un país hermoso”, comentó a Página/12 Leticia Villalba de Mouzaffar, mientras esperaba a Paula, su suegra. “Nos comunicábamos con ella todos los días, porque el conflicto era cada vez más serio. Ya empezaban a faltar los víveres, el agua y los medicamentos. Por eso ella quiso volver, para no usar los recursos que necesita la gente que vive allá”, explicó. Mientras, uno de sus hijos se paseaba por el hall de Ezeiza leyendo las noticias del conflicto en el diario.

Son más de una decena entre los familiares y los conocidos que aguardan la llegada de Paula. Todos ellos tienen alguna relación con la comunidad libanesa en la Argentina. No faltan las banderas rojas, blancas y con la figura del cedro en el centro. “El Líbano es un país con una gran fortaleza para reconstruirse. Diez veces caerá y diez veces se volverá a levantar”, sostuvo José, uno de los hijos de Paula. Ella ya había viajado tres veces al país de su padre. En esta última oportunidad, fue en julio para quedarse hasta agosto. Quería volver a recorrer varios pueblos y reencontrarse con algunos familiares en una suerte de despedida. El adiós no resultó como lo había imaginado.

Poco antes de las 16, el Boeing 707 de la fuerza aérea chilena aterrizaba en Ezeiza. Ya había hecho escala en Recife, Brasil, e iba a seguir su recorrido hasta Santiago. Fueron unos 140 los latinoamericanos –paraguayos, chilenos, peruanos, brasileños y argentinos– que lo abordaron en Siria, tras un largo y peligroso viaje desde el territorio atacado. Salieron de Beirut en tres micros; dos de ellos llevaban gigantes banderas de Chile y uno la de Argentina para evitar los ataques. El recorrido fue demasiado extenso: la carretera que une al Líbano con Damasco, inaugurada hace cuatro años, fue destruida por los misiles. El riesgo incluso desanimó a un pequeño grupo que prefirió quedarse en Beirut esperando que disminuya el conflicto.

“No sé cómo empezaron los ataques. Fue de golpe, de un día para otro”, relató Paula. “Quiero agradecer a la embajada chilena y a la embajada argentina, que nos ayudaron y siempre estuvo en contacto permanente con nosotros. Los micros en los que nos llevaron iban con la bandera argentina para que nos dejaran pasar”, señaló. Pero lo de ella no es una huida, está dispuesta a ayudar a paliar lo que comienza a transformarse en una crisis humanitaria. “Ya lo tengo decidido. Quiero juntar remedios para mandar, porque es lo que más se necesita”, aseguró.

Un poco más allá de Paula y el abrazo con Luli, una de sus nietas, a un costado de ese pequeño grupo que gritaba “¡Viva el Líbano! ¡Viva la Argentina!”, y que a cualquiera que se acercase le explicaba que la paz no puede esperar, estaba el embajador Agustín Colombo Sierra, jefe de gabinete de la Cancillería. “Lo que hemos visto en los últimos días es la destrucción de la infraestructura. La destrucción de las rutas y de las antenas está haciendo imposible las comunicaciones”, indicó.

Noemí Made de Aoun, junto a sus tres pequeños hijos, también regresó ayer. Ella no fue a hacer turismo: vivía desde hace nueve años en Beirut con su esposo, que es libanés. Sus tres hijos nacieron allí y espera que todo cambie para octubre, cuando los chicos tienen que volver a clases. En Beirut quedó su marido. “Nosotros sentimos mucha impotencia, porque Líbano es un país pequeño. Mi esposo se quedó porque tiene todo allá. Igual que los argentinos que se quedan, ellos tienen sus trabajos, sus vidas allá”, se lamentó.

Además de Paula, Noemí y sus tres hijos, el contingente de argentinos que había partido el sábado desde la capital siria estaba compuesto por Umaina Azzam de Torbei y sus tres hijos, Juana Norha Rodríguez y su esposo Jorge Rodríguez, y Valeria Patese. Otros cincuenta argentinos fueron desplazados de la zona del conflicto. Algunos quedaron en Siria, otros viajaron a Chipre, Turquía o Italia. Acompañando a Colombo Sierra, la recepción estaba integrada por el ministro consejero de la embajada de Chile en Buenos Aires, José Miguel de la Cruz, y el embajador del Líbano en la Argentina, Hicham Hamdan.

Para Noemí, la guerra no se anunció. “Empezó todo de golpe. Nos despertamos una noche con los ruidos de las bombas. Y no sabés dónde esconderte, si salir a la calle o quedarte en tu casa. Porque cuando bombardean objetivos estratégicos avisan, pero otras veces bombardean sin avisar y los misiles caen en la calle. La sensación es de impotencia, porque Hezbolá no es todo el Líbano”, remarcó.

En la espera del arribo del vuelo chileno estaban también los medios. La hilera de cámaras y fotógrafos llamó la atención de los curiosos. “¿Quién llega?”, preguntó un brasileño que aguardaba para abordar. Al parecer, esperaba que el operativo mediático fuera para alguna estrella de rock, porque al escuchar que quienes iban a cruzar la puerta automática eran evacuados, su rostro se transfiguró para dar su opinión sobre lo que ocurre en Medio Oriente: “Qué absurdo”, sintetizó.

Informe: Lucas Livchits.

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Paula Simón de Mouzaffar tiene 85 años, es descendiente de libaneses y fue a visitar el país.
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