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Paraguay tiene cura

En 1947, tras una terrible guerra civil, miles de paraguayos debieron irse del país, pues se iniciaba un período de suma violencia política en ese país. La hegemonía que la Asociación Nacional Republicana –Partido Colorado (ANR–PC)– inició tras la guerra civil convirtió al partido en una de las maquinarias políticas más sólidas del continente (comparable con el PRI mexicano). La ANR-PC logró sintetizar en su accionar la mezcla “partido–Estado” que completaría pocos años después, en 1954 –de la mano del dictador Alfredo Stroessner–, con el agregado del ejército y su “coloradización”. Ese tridente –partido/Estado/ejército– gobernaría el país durante 35 años. La suma del período iniciado en 1947 y las consecutivas presidencias coloradas posteriores a la caída del dictador en 1989 da como resultado la hegemonía de la ANR-PC durante sesenta y un años, hecho que tantos comentarios ha levantado en estos días electorales. Durante esos sesenta y un años se produjeron decenas de miles de expulsiones del Paraguay a la Argentina, y en menor medida a Brasil y Uruguay. Esa emigración-exilio fue generadora de dirigentes y movimientos políticos, en general de fuerte corte antistronista, novedosos para la historia del Paraguay. Entre sus actores principales estuvieron miembros de la Iglesia expulsados del Paraguay por su vinculación con la Teología de la Liberación y su opción por los pobres. Pero junto con esos miembros de la Iglesia –una parte de ella no fue cómplice de la dictadura– hubo una gran actividad política de exiliados que fortaleció no solo la lucha contra la dictadura sino también la construcción de una comunidad en la Argentina, con una cultura política más que significativa y en general desconocida en nuestro país.

Tan desconocida que el jueves último, cuando un millar de paraguayos salió en tren hacia el Paraguay para participar de las elecciones que le dieron la victoria a Lugo, la prensa local, marginalmente, solamente supo comentar que los que viajaban debían estar pagos por los partidos, que debían estar vinculados con la embajada, o que eran la expresión de las lógicas prebendarias, fraudulentas y corruptas del Paraguay. Nadie se preocupó por pensar que ese millar de paraguayos que salió desde Buenos Aires retornaba al Paraguay para votar contra los motivos que los obligaron a irse de su lugar de origen. Que retornaban a votar para poder ejercer el derecho a no migrar. Que retornaban organizados y con la convicción de su participación política a pesar de que el Estado de origen no tuviera el más mínimo interés en que estos paraguayos participaran. Que retornaban a votar –y no votaban desde su lugar de residencia– porque el Estado paraguayo les impidió desde la Constitución de 1992 ejercer su ciudadanía política (los paraguayos que no residen en Paraguay no pueden votar).

Nadie se preocupó por pensar que esa emigración-exilio tiene mucho que ver con los vientos de cambio que sobrevuelan el Paraguay. Que ese exilio, entre otras cosas, ha participado de múltiples movimientos, muchos de los cuales han sido articulaciones entre militancia social, progresismo, religiosidad popular, organización de migrantes y defensa de derechos humanos. Y que esa militancia se reunió con Lugo treinta días antes de las elecciones para exigirle y comprometerlo con políticas que frenen el drenaje poblacional y generen inclusión, trabajo y retorno.

Que muchos paraguayos en Argentina festejaran el domingo por la noche y que la mayoría de los paraguayos que viven en Argentina y pudieron viajar a votar al Paraguay lo hicieran por Lugo tiene lógica social, histórica y política. Y que el cambio en Paraguay tuviera componentes de la Iglesia que se opuso a la dictadura y componentes del exilio rebelde es el corolario de la lucha de miles de paraguayos, sostenida durante más de seis décadas, desde adentro y desde afuera del Paraguay, que no se resignaron ni se resignan a ver en la emigración-exilio la única y última opción de sus vidas.

* Doctor en Filosofía y Letras. Investigador del Conicet.

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