EL MUNDO › OPINIóN

Iglesia y revolución

 Por Bernardo Barranco V. *

La Iglesia Católica fue atravesada durante 1968 por dos eventos determinantes que la marcaron en los años subsecuentes: el movimiento estudiantil de ’68 y el progresismo católico desatado por la reunión de Medellín, Colombia, realizada en agosto de ese año.

Hay que recordar que en aquellos años la jerarquía católica era de las más conservadoras del continente, sólo equiparable con el reaccionario Episcopado argentino; sin embargo, la atmósfera libertaria del ’68 alcanza y cimbra a todos los actores eclesiales.

Mientras la posición de la alta jerarquía ante el conflicto estudiantil es de extrema prudencia que se convierte en apoyo y hasta sumisión acotada al gobierno de Díaz Ordaz, sectores minoritarios del clero expresan repudio y desaprobación por los métodos represores desatados por el régimen.

A diferencia de la jerarquía eclesiástica, muchos sectores cristianos se mostraron solidarios con las causas estudiantiles, defendiendo sus derechos; destacaron congregaciones como las de los jesuitas y dominicos; organizaciones seglares como la Juventud Obrera Católica (JOC), la agraria (JAC), universitarios (MEP); centros de apoyo como el secretariado social mexicano y Cencos.

El ’68 es un año emblemático que acentúa la evidente división de la Iglesia mexicana entre conservadores y progresistas; también es un año en que se polarizan las posturas de sus actores y se disparan antagonismos. En cierta forma la jerarquía pierde parte del control tradicional que ejercía en sus organizaciones ante la pérdida de valores tradicionales y el cuestionamiento a la autoridad. Así, el ’68 hace más reaccionarios a los conservadores y más radicales a los progresistas. El Concilio y Medellín de alguna manera son parte de una “revolución cultural” interna que lleva a muchos católicos mexicanos a repensar su papel social frente a la injusticia. Surgen nuevas corrientes eclesiales como la de sacerdotes populares, centros de reflexión, investigación, y aparecen revistas que dan nuevos contenidos a la práctica pastoral. Muchas de estas posturas tienen sus raíces en el viejo catolicismo social desde el siglo XIX. Asimismo florecen rutas de un catolicismo que vuelve a reivindicar lo popular y los tejidos sociales básicos, como son las comunidades de base.

En efecto, sectores de las pastorales juveniles y universitarias se radicalizan tanto a la derecha como a la izquierda. El Movimiento Universitario de Renovación Orientadora (MURO) recrudece su discurso anticomunista y ejerce acciones violentas de extrema derecha con sabor fascista; por otro lado, el movimiento de estudiantes y profesionistas (MEP) de la vieja Acción Católica nutre de católicos activistas guerrilleros a la 23 de Septiembre, cuyo emblema será Ignacio Salas, quien pasa de ser dirigente católico a uno de los guerrilleros urbanos más buscados por el régimen de Luis Echeverría.

Al igual que en Argentina, Montoneros; Uruguay, Tupamaros, y Colombia, M19; los dirigentes universitarios mexicanos se incorporan a movimientos insurgentes y son perseguidos y reprimidos en la llamada guerra sucia que se expande por todo el continente.

Después del 2 de octubre de 1968 nada fue igual; cambios políticos, culturales y religiosos se activan lenta e inexorablemente. A 40 años de aquel suceso trágico y paradigmático, se antoja hacer un balance.

* De La Jornada de México. Especial para PáginaI12.

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