EL MUNDO › CONSECUENCIAS ECONOMICAS DE TRES SEMANAS MAS DE CAMPAÑA

Brasil, el FMI, la soga y el ahorcado

 Por Claudio Uriarte

En Brasil, lo peor en las noticias económicas puede estar por venir. De aquí a fin de año hay cuatro vencimientos de deuda externa que totalizan 16.700 millones de dólares –8000 de ellos en deuda pública–, y el carácter indeciso del triunfo de Lula en la primera vuelta significa que habrá tres semanas más de campaña –y, por lo tanto, de incertidumbre política y turbulencia financiera– hasta que se pueda poner en marcha una transición que parece un campo minado. Ayer, por lo pronto, el dólar volvió a subir, cotizándose a 3,73 reales (un ascenso del 3,17 por ciento desde el viernes), el riesgo país volvió a atravesar la línea roja de los 2000 puntos y el índice Bovespa, de la Bolsa de San Pablo, cayó un 4,28 por ciento. Pero esto es sólo el comienzo: el lunes deberán salir 2000 millones de dólares en términos de pagos de deudas de las empresas, y las oscilaciones que puedan surgir de la campaña por la segunda vuelta significan algo así como el sueño de un especulador financiero.
Detrás de esto, lo que está agitando todo es la posibilidad de que Brasil entre en cesación de pagos (o default) de su titánica deuda externa de 265.000 millones de dólares. Michael Pettis, analista y director ejecutivo del banco de inversiones estadounidense Bear Stearns, no vaciló en opinar ayer que Brasil “caerá este año en un proceso de cesación de pago de su deuda”, agregando que “ese proceso es inevitable en países altamente endeudados”. Pettis excluyó que el triunfo de Lula tenga algo que ver con ese horizonte: “Desde hace dos años estoy diciendo que Brasil va a caer en default debido a la estructura de su deuda interna –dijo–; no hay nada que hacer para evitar un proceso que se produce al final de un ciclo de globalización.” Pettis sostuvo que cuando un país tiene una deuda inestable y entra en problemas –como sería el caso de Brasil, la primera economía de América latina–, el FMI y otros organismos multilaterales de financiación, en lugar de analizar los balances, recomiendan austeridad para mejorar el flujo de caja, pero eso tendría un alto costo social que “incluso haría aumentar los costos de refinanciación y debilitaría a los bancos y las empresas”.
Sin embargo, esto último no debe ocultar lo que parece una paradoja, y pero en realidad es el dato más alarmante de todos: que Brasil está hoy sosteniendo al Fondo Monetario como la soga al ahorcado, y no al revés. Porque si Brasil entra en default de su deuda (en lo que podría ser seguido por Turquía, que está en medio de una deriva peligrosa en medio de una campaña electoral caótica donde seguramente se fortalecerá el partido islamista Justicia y Desarrollo), es el Fondo el que corre el riesgo de quebrar, frente al hecho de que su principal contribuyente, Estados Unidos, está él mismo en una profunda crisis económica, con un déficit de 165.000 millones de dólares este año (una cifra que constantemente es revisada a la suba) y cifras aún mayores en los años por venir, al menos hasta 2005 (para no hablar de la recesión que se ahonda en el resto de las economías industrializadas). De alguna manera, se ha cumplido la vieja máxima cínica de los economistas de la dictadura militar desarrollista de Brasil: “Si uno debe un millón de dólares, tiene un problema; si debe cien mil millones de dólares, es su acreedor el que tiene el problema”.
Por eso, y por lo menos desde fines de agosto, el FMI, el Tesoro y el Departamento de Estado norteamericanos se encuentran en una especie de frenético ejercicio para calmar a los mercados, asegurando que todo estará bien, incluso si gana Lula. En ese sentido, el préstamo de 30.000 millones de dólares que Paul O’Neill anunció inesperadamente en ese momento tras aterrizar en Brasil (sólo días después de haber dicho que no veía motivos para ayudar a Brasil para que el dinero terminara en “alguna cuenta suiza”) tradujo un nuevo pánico: ese dinero, más que una ayuda a Brasil, puede verse como un salvavidas que el FMI se arrojó a sí mismo, ante la perspectiva del colapso de la novena economía mundial. Después de eso, todos fueron mimos: Donna Hrinak, la embajadora en Brasilia, recibió a Lula con un beso; O’Neill no se cansa de decir que confía en la economía brasileña, y el Departamento de Estado repite machaconamente que “trabajará con quien gane”. El objetivo de tanta cortesía es tranquilizar a los mercados que la debacle no está a la vuelta de la esquina. Pero los mercados no lo creen, y su escepticismo aproxima la debacle.

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