EL MUNDO › EL ENTIERRO DE LOS MUERTOS LOCALES EN KIKAMBALA

El baile terminó en funeral

Por Sam Wollaston
Desde Kikambala, Kenia

En la mañana de ayer, en el poblado de Msumarini, Kadzo Masha se sentó sobre la tierra roja debajo de un árbol de nuez del que caían gotas. Enormes lágrimas rodaban por su cara. Alrededor suyo, sobre esterillas de paja, estaban reunidas las mujeres de su familia, sus hermanas, hijas y sobrinas. Pero faltaba una: su hermana Kafedha. Ella fue la desdichada. Tenía 20 años y era muy hermosa, de acuerdo a lo que dijo todo el mundo en la aldea. Kafedha formaba parte del grupo de baile Grianna, de cinco integrantes, que hacía su performance para los turistas en el hotel Paradise.
Tres mujeres y dos hombres bailaban con un vestuario tradicional, la mayoría de las veces por las noches, aunque también en las mañanas de miércoles, en el momento en que el Mitsubishi verde se dirigió a la entrada y estalló. Los cinco murieron: Kafedha, Riziki, Safari, Margaret y Jaraya. Todos eran del pueblo de Msumarini. “Ella amaba su trabajo, amaba bailar”, dijo la madre de Kafedha. “Ella sólo quería bailar. No tenía nada que ver con los israelíes o con los palestinos, tampoco con Al-Qaida. Ahora se ha ido.” A unos kilómetros de allí, Rehema Matin, la madre de Margaret, estaba con sus patos afuera de su choza de paja y adobe, mientras lavaba ropa en un recipiente de plástico. Se la veía triste y confundida. “Muy, muy mal, muy, muy mal”, fueron sus únicas palabras y meneaba su cabeza. Su marido viajó a Mombasa a buscar el cuerpo de su hija. Margaret tenía también unos veinte años y no estaba casada. Fraha, la menor de la familia, estaba parada en el reparo, mirando como si le hubieran robado algo. Le faltaba algo: su hermana.
En Msumarini están enojados. Enojados porque les han arrebatado a algunos de sus niños, atrapados en un fuego cruzado de una guerra de la que no eran parte, y de la que muchos de ellos no tenían idea. Y además con el enojo de que mientras el mundo se concentraba en los restos del hotel Paradise, donde tropas israelíes, la policía local y los medios periodísticos del mundo competían por el control, ellos terminaron siendo olvidados.
Tres turistas israelíes murieron, pero, ¿qué hay de los nueve keniatas? ¿Qué pasa con Kafedha y sus compañeros bailarines? ¿Eran ellos los opresores, el demonio que Osama bin Laden quería hacer desaparecer? No solo perdieron a los cinco bailarines: el jardinero Ibrahim también murió, su cabeza voló en pedazos. Msumarini es un pueblo en duelo. También sufren la pérdida de su principal fuente de ingreso. Alrededor de 100 hacían algún trabajo en el hotel.

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