EL MUNDO › CIERRAN BANCOS Y NEGOCIOS

Tras la batalla

 Por Marcelo Justo

Un día después de su primera batalla, Lewisham y Catford, en el sudeste de Londres, parecían un paraje vaciado por los combates del lunes por la noche. En los dos kilómetros que atraviesa la avenida central que une ambos barrios, la mayoría de las grandes tiendas no habían abierto y las pocas que lo habían hecho cerraban a partir de las 12. “Due to recent circumstances we will be closing the store at 12PM” (Debido a las actuales circunstancias, cerramos a las 12) rezaba el cartel de la cadena farmacéutica Boots. El Shopping Centre, los bancos y los supermercados también habían bajado sus cortinas. Docenas de policías patrullaban las calles y vigilaban distintos puntos estratégicos del lugar aconsejando a los pocos transeúntes que se marcharan a sus casas.

La versión que corría desde muy temprano era que a partir de las 4 de la tarde iba a haber incidentes. Sahir Khan, dueño de un pequeño negocio de celulares y productos eléctricos, le comentó a Página/12 que la policía les había aconsejado que tuvieran todo listo para cerrar en cualquier momento. “Ayer cerré a tiempo porque todo empezó en la otra punta de Lewisham. Igual vinieron y patearon la cortina metálica, querían abrirla a toda costa. Fue realmente aterrorizador”, cuenta Khan. En la zona la mayoría de los comerciantes es de origen paquistaní. Un coetáneo de Khan, Javid, no corrió la misma suerte cuando un grupo de unos veinte jóvenes asaltó su negocio de antigüedades, Blackheath Antique. “No les interesaban los muebles. Les interesaba esta vidriera que estaba llena de celulares y playstations”, contó Javid a este diario mientras mostraba los destrozos.

Javid está asegurado, pero no sabe si lo cubrirá en este caso. La reparación de la vidriera le costará más de 1500 dólares y ni quiere contar sus pérdidas con los productos electrónicos. Vino de Pakistán hace 20 años y jamás se hubiera imaginado esto, pero permanecía filosófico al respecto. “No odio a esos chicos. Simplemente es gente desorientada, que no sabe qué hacer con su vida. Lo importante es que estamos vivos”, dijo Javid. Una opinión similar apuró Jeremy, un transeúnte sudafricano que vino a vivir a Lewisham a fines de los ’80. “Yo acabo de terminar mi trabajo y me estoy yendo a casa. Estos chicos se despiertan y no tienen nada que hacer. Ahí empieza el problema”, le dijo a Página/12.

Otros dos transeúntes de la misma edad que los protagonistas de los saqueos, Ben y Amy, opinaron que nada justificaba una violencia que perjudicaba a todos, incluyendo a los mismos que la perpetraban. “Nosotros también hemos estado desempleados y sabemos las dificultades que hay con los cortes, pero no salimos a destrozar los mismos negocios que nos pueden proporcionar empleo”, dijo Amy, una inglesa de 24 años, pecas y ojos celestes. Ben coincidía, pero añadía que a su juicio el gobierno tiene que invertir más en programas para los jóvenes. “Hay que crear espacios para que la gente se sienta incluida y haciendo algo”, señaló. En los escasos negocios abiertos coincidían con Amy sobre los días y el trabajo perdido. “No hay clientes. ¿Quién va a venir por acá?”, señaló a este diario con una mirada desconsolada el dueño de una carnicería, Hamid.

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