EL MUNDO › MáS DE SEISCIENTOS ATLETAS SORTEARON EL MURO EN SUS 28 AñOS DE EXISTENCIA

Esos deportistas saltarines

El Muro de Berlín fue el símbolo de un encierro que contribuyó al fortalecimiento del sistema deportivo de la RDA, basado en la práctica sistemática del doping organizada desde el Estado y controlada por la policía secreta.

 Por Pablo Vignone

Axel Mitbauer usó su excelencia deportiva para escapar del Muro de Berlín. Campeón de los 400 metros estilo libre, a los 19 años, en 1969, se untó el cuerpo con grasa de petróleo para sumergirse en el helado Báltico –todavía no se usaban los trajes de neoprene y la temperatura del agua era de -18º– y nadar 25 kilómetros hacia Lubeck.

Veinte años después de que Walter Ulbricht, el premier de la Alemania del Este e ideólogo del Muro, afirmara que los auténticos embajadores de su país eran los deportistas, ocho años después de que se erigiera el siniestro complejo, Mitbauer se transformó en uno más de los 615 deportistas que, según los registros de la Stasi, la policía secreta del régimen, sortearon el Muro en sus 28 años de existencia.

Fue con un pasaporte de deportista, tan valioso como el de los diplomáticos, que el sprinter Manfred Steinbach, recordman nacional de los 100 metros llanos, cruzó a Berlín occidental en 1958. Para el momento en que se levantó el Muro, cruzaban a diario mil personas, practicaran o no deportes.

El Muro de Berlín, la Barrera de Protección Antifascista, como la llamó Ulbricht, fue el símbolo de un encierro que contribuyó al fortalecimiento del sistema deportivo de la República Democrática de Alemania, basado en la práctica sistemática del doping organizada desde el Estado y controlada por la Stasi, que llevaba un registro meticuloso del impacto que las drogas generaban en el rendimiento deportivo. Alrededor de 10.000 atletas consumieron sustancias prohibidas, la mayoría sin conocimiento, para mejorar su performance.

Los deportistas de la Alemania Oriental no daban positivo en controles antidoping en competencias internacionales. Dos semanas antes de viajar al extranjero a competir, sus entrenadores suspendían el suministro de drogas y sus muestras eran sometidas a controles secretos en laboratorios en Sajonia; si alguna daba positivo, el deportista era marginado. Así, por ejemplo, Bárbara Krause, campeona mundial de natación en Cali en 1975, no pudo competir al año siguiente en los Juegos Olímpicos de Montreal.

Semejante dispositivo sostenido por una eficiente burocracia y protegido por el sistema de terror impuesto por la Stasi produjo resultados casi inmediatos. Aunque el Muro fue levantado en 1961, los alemanes tuvieron un solo equipo olímpico en los Juegos de 1964, en Tokio, que terminó cuarto en el medallero final. La primera delegación de Alemania del Este que participó en unos Juegos, en la edición de 1968 en Ciudad de México, alcanzó el quinto lugar, tres puestos por delante del equipo de la Alemania Federal.

Pero en 1972, en los Juegos de Munich, terminaron terceros, detrás de la Unión Soviética y Estados Unidos, y por delante del país anfitrión. En Montreal 1976 –donde brilló la nadadora Kornelia Ender, la primera mujer en ganar cuatro medallas de oro en unos Juegos– treparon al segundo puesto, con 40 medallas doradas, el doble de las que habían conseguido en Munich. Y después de los boicots cruzados en Moscú 1980 y Los Angeles 1984, los alemanes del Este volvieron a ser segundos de los soviéticos en Seúl 1988, cuando Kristin Otto obtuvo seis oros en la pileta. Para 1992, año de los Juegos de Barcelona, el Muro se había derrumbado y con él su aceitado sistema de producción de éxitos a base de estimulantes.

Las nadadoras estadounidenses se burlaban de sus colegas alemanas del Este señalando que eran “un grupo de chicos”. No les faltaba razón. No sólo se desarrollaban desproporcionadamente sus músculos gracias al Oral Turinabol, un anabólico derivado de la testosterona, sino también les crecía el vello y se les agravaba la voz. El esteroide causaba además infertilidad y cáncer de mama.

Muchas de esas fantásticas nadadoras –que en 1976 ganaron todas las medallas de oro en juego salvo dos– ingerían píldoras prohibidas desde los 12 años, y un buen número sufrió problemas físicos durante y después de sus campañas. En los seis meses previos a los Juegos, la Ender aumentó 7 kilos de masa muscular.

El caso extremo resultó el de Heidi Krieger, campeona europea de lanzamiento de bala en 1986, cuando tenía 20 años. Venía siendo tratada con esteroides desde los 16, y a partir de los 18 su cuerpo tomó rasgos masculinos. “Recibir hormonas sin mi consentimiento me privó del derecho a de decidir por mí de qué sexo quería ser” dijo Krieger, que en 1997 afrontó una operación para cambiar su sexo. Desde entonces se llama Andreas Krieger y se casó con la ex nadadora Ute Krause, también víctima del sistema, a quien conoció en el juicio, en 1990, contra Manfred Ewald, el ex ministro de Deportes de la RDA, arquitecto del programa de doping.

Krause, como Ender u Otto, practicó con técnicas impuestas por la entrenadora nacional Helga Pfeiffer, otra protegida de la Stasi que desapareció tras la caída del Muro, para reaparecer, 15 años más tarde, en Shanghai... entrenando a las nadadoras chinas. Pero solo una de ellas, Liu Zige, ganó una medalla de oro en Beijing 2008.

El Muro se derrumbó hace 28 años. Sin embargo, algunos de los records impuestos por deportistas de la Alemania Oriental que consumían Oral Turinabol todavía permanecen vigentes.

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Un atleta alemán compitiendo, ayer, en un torneo frente a la Puerta de Brandeburgo en Berlín.
 
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