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De políticos a gerentes del ajuste

 Por Raúl Dellatorre

Ayer se cumplió exactamente una semana del día en que Silvio Berlusconi, premier italiano, llamó por teléfono a la jefa de gobierno alemana, Angela Merkel, para asegurarle la “firme determinación” de su gobierno de aplicar lo más pronto posible las medidas de ajuste aprobadas por el Consejo Europeo el 26 de octubre en Bruselas. Ese mismo día rebotaba en toda Europa, como una bomba con la mecha encendida, la noticia del referéndum al que prometía convocar el primer ministro griego, Giorgos Papandreu, para someter a la voluntad popular la decisión de si seguir o no adelante con el ajuste en su propio país. La intención manifiesta de Berlusconi era presentarse como la contracara de Papandreu y separarse así de la suerte que pudiera correr el gobierno de Atenas. No pudo. Ayer, 72 horas después de la renuncia presentada por Papandreu ante la falta de apoyo interno, Berlusconi adelantó su intención de dimitir al quedar con un respaldo en minoría en el Parlamento. Sus destinos fueron similares, pero en ambos casos ya habían sido escritos lejos de sus respectivos congresos. En el corazón de Europa, desde el eje París-Berlín, los principales líderes de la Unión ya le habían bajado el pulgar: ambos dejaron de ser “confiables” para poder llevar adelante el plan que se les impuso.

“Tenemos que preocuparnos de lo que sucede en los mercados financieros, que no creen que Italia sea capaz de aprobar las medidas que la Unión Europea nos ha pedido”, se lamentó ayer Berlusconi después de presentarse ante el presidente, Giorgio Napolitano, para prometer poner a su disposición el cargo. “Creo que ésta es la primera cosa que nos tiene que preocupar; tenemos que demostrar a los mercados que vamos en serio”, dijo al defender la necesidad de aprobar el plan de ajuste bajo la denominación de Ley de Estabilidad.

“La cosa más importante es el bien del país”, remató sus declaraciones Il Cavaliere, bastante menos arrogante que en otras oportunidades. Su gobierno quedó acorralado por los ataques especulativos en los mercados, las maniobras con los bonos de la deuda italiana y las acciones de las principales firmas peninsulares y de los principales bancos acreedores. Los fondos buitre (y otros mucho más prestigiosos los acompañaron en la jugada) apostaron fuerte a la debacle. Aprovecharon cada paso en falso del primer ministro, cada escándalo en torno del magnate de los medios y del fútbol milanés, para generar una sensación de vacío e incertidumbre. El personaje que antes era un “simpático y atrevido” político, desenfadado y “travieso” había pasado a ser el instrumento de maniobras para sacarle ganancias a la crisis. Y sin embargo, Berlusconi, en su hora final, le sigue rindiendo pleitesías al “mercado”, reclamando con su aliento final la aprobación de la Ley de Estabilidad, cuya aplicación con toda certeza no será “en bien del país”.

La defensa del ajuste hasta tal extremo de dramatismo por Berlusconi es semejante a la autoinmolación de Papandreu, quien arrojó sobre una falsa mesa de arena el plan del referéndum. Sin fecha, sin buscar alianzas, sin ninguna posibilidad de que se llevara a cabo. Sin la más mínima intención, en definitiva, de parte del propio Papandreu de impulsarlo. Pero con ello logró que el último tramo del ajuste lograra pasar el Parlamento y así se pusiera en marcha el segundo “plan de rescate” para Grecia. Logrado esto, dimitió. Quizás en su propia consideración, el ahora ex primer ministro crea que logró una salida digna. Difícilmente encontrará quien lo comparta.

Berlusconi se ha convertido en un referente de la extrema derecha europea que se elevó en la consideración de sus connacionales sobre el fracaso de socialcristianos y ex comunistas. Papandreu, en cambio, había surgido como líder emergente del socialismo que llega al gobierno para recomponer los desaguisados de los conservadores. Ambos países, Italia y Grecia, con elevados niveles de endeudamiento. Tamaña distancia entre sus orígenes no les impidió aplicar obedientemente la misma receta de ajuste. El resultado que obtuvieron también fue similar: como antes Rodríguez Zapatero en España, no llegaron a completar el período de mandato. La crisis en sus respectivos países se profundizó a consecuencia del plan aplicado.

El porqué hombres de pensamiento político y trayectorias de distinto signo terminan gobernando según los dictados del mercado (es decir, a expensas de los intereses del poder financiero) es una pregunta a la cual Europa debería encontrarle urgentemente respuesta. No es sólo en estos países, porque también ocurrió en Gran Bretaña con la sucesión entre laboristas y conservadores, en España y Francia, con socialistas y ultraliberales, además de otros ejemplos en países periféricos. Lo que queda de manifiesto, más allá de la búsqueda de sus causas, es que hay una evidente renuncia a “la política” para dar lugar a que “los mercados” (el capital financiero, sin eufemismos) resuelvan los cursos de acción.

Papandreu y Berlusconi dejarán sus cargos no por razones políticas, sino porque los grupos financieros dejaron de confiar en ellos para aplicar “su” plan. Al igual que Zapatero, se van antes de tiempo porque ya no podían seguir profundizando el ajuste, aunque se lo propusieran. Sus reemplazantes no serán fuerzas políticas que promuevan soluciones distintas, sino administradores capaces de instrumentar las reducciones de gastos, privatizaciones, recortes de beneficios y otros padecimientos en favor del poder económico financiero. Gerentes “confiables” para el establishment.

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