EL MUNDO › COMO AMANECIO LA CAPITAL TRAS LOS PRIMEROS MISILES

Bagdad, ciudad militarizada

Por Francisco Peregil
Enviado especial a Bagdad

Horas después del primer bombardeo de Estados Unidos sobre Bagdad, decenas de miles de soldados iraquíes tomaron cada calle y cada esquina de Bagdad. Entre los pocos civiles que se veían pasear por una ciudad desierta, ninguno sabía exactamente sobre qué objetivo habían caído las bombas. El ministro de Información convocó a todos los periodistas para confirmarles que Estados Unidos había lanzado 40 misiles de crucero y que el pueblo estaba con ellos. Llevaron a los periodistas al barrio chiita de Kaolhimiya donde algunos paisanos levantaban los dos dedos en forma de V. Pero el gobierno se negó a mostrar los lugares bombardeados.
En el barrio de Dora, donde se encuentra una refinería de petróleo y una central eléctrica, tres muchachos aseguraban que habían visto por la noche un misil cruzar el cielo en dirección al cuartel de Rashid. Una vez llegados a las inmediaciones de este cuartel, protegido de miradas intrusas por una tapia de tres metros que se alarga al lado de una carretera durante varios kilómetros, un tendero vecino del lugar aseguraba que no habían visto caer por allí ningún misil. “Es posible que no esté diciendo la verdad –comentaba un taxista–. La gente tiene miedo a hablar porque sabe que cada vez que en la guerra de 1991 los americanos alcanzaban un blanco los militares acordonaban la zona en un perímetro de tres kilómetros.”
Casi todos los comercios se encontraban cerrados, salvo algún taller de reparación de automóviles, alguna panadería con una cola de cinco metros de clientes, un bar con sólo soldados sentados en la puerta... Y todo eran rumores. “Por lo visto han alcanzado una de las casas del presidente”, comentaba un mecánico.
“Yo creo que han debido darle a objetivos militares móviles. No edificios sino unidades antiaéreas o algo así, algo que se pueda desplazar –comentaba un panadero que hizo más negocio que en todo el mes–. Ha venido la misma gente de siempre. Pero el que solía comprar diez panes hoy se ha llevado cien.”
“También andan diciendo que se ha bombardeado una tienda y que han muerto civiles”, señalaba otro taxista.
Los autobuses rojos de la ciudad funcionaban, pero iban vacíos. La gente se asomaba a los balcones para ver la calle. Pero en la calle sólo se veían soldados. “Son los soldados del pueblo, no son las milicias nacionales –comentaba un conductor–. Yo me siento más seguro viéndolos a ellos en las calles.”
Era imposible dar un paso sin toparse con un grupo de soldados, ya fuese de pie, sentado, paseando, montados en jeep con metralletas, trasladándose en coches civiles, cavando trincheras, sentados sobre sacos de arena. La ocupación de la ciudad parecía mucho más un presagio de la batalla calle a calle que se puede avecinar sobre Bagdad que una simple medida para prevenir el sabotaje. La calle de Rashid, una de las más populosas de la ciudad, el jueves se encontraba vacía como si en cualquier momento pudiera caer una bomba. “Los americanos esta vez han hecho algo que nunca hicieron: bombardear al amanecer –señalaba otro taxista–. Esto no ha hecho nada más que comenzar. Si hubiesen querido, hoy mismo podrían haber arrasado con los puentes y las centrales eléctricas y de telecomunicaciones, pero por las razones que sean, no han querido. Yo estoy tranquilo –confesaba el citado conductor–. Sólo me preocupan mis niños. Y lo único que puedo hacer es rezar.”
En la calle y en los hoteles, los precios se han disparado. En el hotel donde me encuentro, las recepcionistas no han acudido. Una de ellas se quedó en casa y la otro se marchó con sus hijos fuera de Bagdad. Era el propio dueño, un anciano afable y sonriente, quien hacía las veces de recepcionista. La comida ya hay que pagarla en el acto y vale el doble delo que costaba. El servicio de habitaciones y de lavandería ya no existe. En la televisión, lo mismo que quince horas atrás, cuando comenzó el bombardeo se siguen viendo imágenes pregrabadas de Saddam Hussein aclamado por multitudes mezcladas con artistas que cantan alabanzas al presidente y con otras imágenes más recientes de oficiales armados que expresan su fe en la victoria y en Hussein.
Cae la noche y sólo queda esperar a que lleguen las bombas.

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