EL MUNDO › OPINION

¿Es posible un Irakgate?

 Por Claudio Uriarte

Es posible un Irakgate? Vale decir: ¿podrían combinarse las crecientes evidencias de manipulación informativa en la forma en que George W. Bush vendió a su público la invasión a Irak con su decreciente popularidad, de modo de inspirar un movimiento parlamentario para defenestrarlo? Por el momento, la respuesta debe permanecer en suspenso, aunque hay dos cosas claras: Bush usó información falsa y la economía seguirá deteriorándose. Bush necesita un gran golpe de efecto para desviar las presiones, y aún así es dudoso que lo logre. Pero el argumento de la oposición no es infinito, y tiene un límite: las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein realmente existieron, se las encuentre ahora o no. Justamente, la clave para salir del melodrama intelectual que ahora pasa por debate en Washington consiste en asumir tres proposiciones que aparentemente son contradictorias entre sí: 1) el presidente mintió sobre las armas de destrucción masiva de Irak, pero 2) las armas existían, pero 3) las armas no eran el verdadero motivo de Estados Unidos para invadir Irak.
Paul Wolfowitz, segundo de Donald Rumsfeld en el Pentágono, lo explicó hace poco con desnuda franqueza: “Elegimos el motivo de las armas porque era el punto en que más fácil era que todos (los integrantes del gobierno norteamericano) nos pusiéramos de acuerdo”. Más allá de su aparente cinismo, esta declaración de Wolfowitz tiene la virtud de explicarlo casi todo: las armas fueron el mero pretexto y casus belli de una operación destinada al rediseño geopolítico de Medio Oriente, pero al mismo tiempo eso no implicaba que ningún miembro de la administración dejara de creer en las armas. Lo que está en cuestión, por lo tanto, es un fragmento de la presentación de Bush de los hechos (el supuesto intento de Saddam Hussein de comprar uranio en Níger) y no el conjunto. Y no podía ser de otra manera. En realidad, la administración Bush tenía muy buenas razones informativas para creer en la posesión por Saddam Hussein de las armas químicas y biológicas de destrucción masiva, y la más irrefutable era que fue Estados Unidos uno de los que se las suministró en la década del 80 para enfrentar a Irán en primer lugar. Su empleo efectivo en esa guerra y luego en la represión a los chiítas del sur que se rebelaron contra Saddam tras la primera guerra del Golfo, están bien documentados, y no sólo por Estados Unidos sino también por Naciones Unidas. Naciones Unidas fue también la organización responsable de monitorear el cumplimiento por Saddam de los compromisos de desarme que asumió tras la primera guerra del Golfo, hasta que Saddam echó a los inspectores, en 1998. En 1995, por ejemplo, inspectores de la ONU encontraron giroscopios rusos de misiles balísticos en el fondo del río Tigris, y el mismo año fuerzas de seguridad jordanas interceptaron otros que estaban siendo contrabandeados a Irak. En julio de 1998, los inspectores internacionales descubrieron un documento iraquí que mostraba que Bagdad había mentido sobre la cantidad de bombas químicas que había arrojado en la guerra con Irán, dejando unas 6000 con paradero desconocido. Irak también admitió haber importado 200 a 250 toneladas de precursores del gas nervioso VX, dijo que las había destruido pero no probó que lo hubiera hecho. Y así sucesivamente.
Entonces, ¿dónde están las armas? Tal vez están desarmadas: sus componentes son muy inestables y frágiles, y no tiene sentido mantenerlos armamentizados en bombas y misiles todo el tiempo, a la espera de ser descubiertos por inspectores internacionales. O tal vez Saddam las entregó a otro actor, del mismo modo que en la primera guerra del Golfo puso a buen recaudo un tercio de las aeronaves de su Fuerza Aérea en Irán. (Cuando la guerra terminó con el triunfo de los norteamericanos, Irán se quedó con los aviones.)
Pero el debate en Washington seguirá, y la mentira comprobada sobre Níger es grave, por más que George Tenet, director de la CIA, haya asumido dócilmente el papel de chivo expiatorio. Porque hay una legión de agentes de la CIA furiosos por el modo en que la administración Bush los obligóantes de la guerra a que politizaran sus informes, y esos agentes están ansiosos por hablar.

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