EL PAíS › PERFIL DE LOS CUATRO PROCESADOS

Un poker para el banquillo

 Por Irina Hauser

Fernando de Santibañes
“Es extraña la política. Vine de afuera y no creí que fuese tan difícil dedicarse a las cosas.” La frase estaba en la carta que, con ese dejo apichonado, De Santibañes le explicaba a su amigo Fernando de la Rúa por qué dejaba la jefatura de la SIDE, donde había llegado por su amistad con el entonces presidente. En rigor, se fue envuelto en el escándalo de las coimas en el Senado y enemistado con medio gabinete, con sus críticas a la política económica y sus recurrentes pedidos de ajuste. Había trabajado en el Banco Central durante la dictadura y más tarde recaló en el Banco de Crédito Argentino, del que llegó a comprar el 26 por ciento de las acciones que, en 1997, vendió en 160 millones de dólares. Así, millonario, se dedicó a vivir de rentas, criar gallinas y caballos de carrera y disfrutar de su estancia en Pilar, vecina de la del ex presidente, a quien conoce desde 1982. El ex Señor Cinco fue fundador del ultraliberal Centro de Estudios Macroeconómicos (CEMA), que tiene por referente a Roque Fernández, y pasó por la Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas (FIEL), con Ricardo López Murphy, otro de sus camaradas. Durante la campaña de la Alianza fue un asesor clave en el círculo delarruista, donde creían que en el reparto de cargos le tocaría el Ministerio de Educación, una de sus grandes pasiones, o el de Economía. Pero terminó en la SIDE, cuya sede desconocía pese a su vieja amistad con Hugo Anzorreguy. En esa central, más allá de las chances de armar un órgano estratégico, había fondos para disponer y muchos, según el expediente de las coimas. El banquero fue el poder detrás de De la Rúa. En 2003, a los 58 años, se atrincheró en Chicago, donde había estudiado más de dos décadas. Se llevó hasta sus mejores caballos. Pero tuvo que volver a rendir cuentas.
Mario Pontaquarto
Desde que se quebró y contó la historia de las coimas uno se lo puede imaginar, volviendo atrás en el tiempo, sudando las 24 horas, hecho un manojo de nervios con cinco millones de pesos escondidos en su casa. “En Navidad, de la sidra al Chandon”, se burlaban en General Rodríguez cuando Pontaquarto dejó de ser sólo famoso en el barrio por haberse casado con una ex Miss Primavera de la zona, para convertirse en noticia nacional. El apodo de Tato lo acompaña desde sus años mozos, el de “valijero” se lo chantó Carlos “Chacho” Alvarez, hoy es “el arrepentido”. Durante el gobierno de la Alianza, aun sin ser senador, manejaba los hilos de la Cámara alta desde la secretaría parlamentaria. Nadie daba un paso sin su permiso, el de su padrino político, el ex senador José Genoud (UCR), o el del jefe del bloque peronista, Augusto Alasino, que completaba el mapa del poder. Había llegado al Senado como administrativo en 1983 y fue un obstinado militante radical. A fines de los noventa pasó por la obra social del Parlamento, donde fortaleció sus lazos con el PJ. Genoud fue clave para que Pontaquarto pegara el salto más alto. Después de que fuera separado de la estratégica secretaría, igual siguió en el Senado por ser empleado de planta. Al dejar ese puesto toda la cámara, íntegra, le dedicó una increíble sesión de despedida, donde las mayores loas le llegaron del menemismo. Otro escandalete le dio el último batacazo en noviembre de 2002: lo suspendieron sin goce de sueldo por no haber restituido 35.900 pesos de adelantos de dietas y dinero para la compra de pasajes y porque tampoco devolvió, según un sumario, 6600 dólares de un viaje a Portugal que no hizo. El año pasado parece que se las ingenió y consiguió un nombramiento en el gobierno fueguino que firmó el ex gobernador menemista Carlos Manfredotti. El día de su confesión a la revista TXT llevaba, como siempre, unos gemelos dorados con sus inciales.
José Genoud
Sus catorce años consecutivos de senador de la UCR, su historia de vicegobernador de Mendoza (1983-1986) y sus días de presidente provisional del Senado pudieron haberle dado un lugarcito con algún laurel en los libros de historia. Pero José Genoud “justo” ocupaba ese último y encumbrado lugar en el Parlamento cuando explotó el entuerto de las coimas y, con él, sobrevino el ocaso de su carrera. Su antiguo pichón Pontaquarto confesó que cuando repartió las coimas para que se votara la reforma laboral le dio 700 mil pesos a Genoud en mano. El mendocino completó su propia crucifixión con un increíble ¿lapsus? que tuvo esta semana al enfrentarse en un careo con el ex secretario parlamentario: “Para lo único que servía Pontaquarto era para llevar las valijas”, dijo. Nació en 1947, es abogado, está casado y tiene tres hijos. Entre sus amigos figuran el banquero menemista Raúl Moneta, a quien conoce porque sus respectivas esposas fueron compañeras de colegio. Le gustan los caballos (él asegura que no así el turf) y dice ser amante del tango. Su primer mandato como senador comenzó en 1986. En el ‘93 sus pares lo eligieron jefe del bloque radical y fue reelecto varias veces. Su desembarco como presidente provisional del Senado fue una concesión del PJ al gobierno de la Alianza y en él también influyó su fuerte relación con Augusto Alasino, entonces jefe del bloque peronista. Ambos, con Pontaquarto en otro vértice, concentraban el poder en la cámara. Chacho Alvarez señaló a Genoud como sostén de un pacto entre radicales y justicialistas, aunque años antes había recibido acusaciones desde su propio partido por proteger al Choclo Alasino en un proceso por enriquecimiento ilícito. Renunció, muy a regañadientes, pocos días después que Alvarez a quien trata con ironía como “nuestro fiscal”.
Emilio Cantarero
Cantarero lleva una impronta imborrable: la de haber sido el primero en admitir, en una entrevista que publicó La Nación, que cobró coimas para votar la ley laboral. Por entonces, y aunque ahora niegue lo dicho, se convirtió en el terror de todos los que aparecían en aquel famoso anónimo que detalló los sobornos. Recibió cuanta licencia pidió y hasta tuvo la oportunidad de volver. La vida política del ex senador, nacido en 1943 y devenido contador, fue siempre en paralelo con la dinastía salteña de los Romero, la del actual gobernador menemista Juan Carlos Romero. En los ‘60 heredó de su padre acciones de Horizontes S.A. Esa firma fue fundada por Roberto Romero, gobernador de Salta en 1983 y 1987 y padre del actual mandatario, y tuvo entre sus bienes al diario local El Tribuno, que Emilio Cantarero dirigió. Romero padre lo convocó para ser ministro de Economía de su gestión, donde se convirtió en experto en crear “sociedades del Estado” exentas de control y nada rentables. Tiempo después, la intervención del Banco Provincial denunció créditos con coronita que habían recibido ambas familias. En el caso del ex senador incluían condonaciones de deudas y plazos exorbitantes. Su carrera legislativa comenzó en el ‘87, cuando ganó una banca de diputado en la provincia. Por esa época, una grabación difundió su voz pidiendo el nombramiento de determinados jueces para beneficiar a Horizonte. Le costó el puesto al presidente de la Corte provincial, pero a Cantarero nada. Cuando llegó al Senado de la Nación se ubicó en comisiones estratégicas: la de Reforma del Estado y seguimiento de privatizaciones, la bicameral de Reconversión de la Industria Gasífera, la de la Industria Eléctrica y la de Combustibles, entre otras. La senadora Silvia Sapag lo acusó de haberle ofrecido dinero en nombre de las petroleras para aprobar la Ley de Hidrocarburos. Al menos a la política, ya no tiene retorno.

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