EL PAíS

A desendeudar, a desendeudar

 Por Mario Wainfeld

El menos común de los sentidos impone que nada debe apartar a Roberto Lavagna de su lugar mientras dure el canje de la deuda privada, el mayor de la historia de la humanidad hasta ahora. “Nadie conoce el know how de esta operación como nosotros”, filosofa un integrante del equipo económico reseñando una intrincada secuencia de reuniones, aprendizajes, contactos cara a cara, agendas. A Lavagna lo incordia ser “el ministro de la deuda” y le complace puntualizar que es ministro “de economía y producción” pero hoy la mira está puesta en el canje y que, si éste se resuelve, se habilitará una nueva etapa que por ahora sólo es terreno de especulaciones.
Lo primero es resolver qué banco hará la gestión del canje, tarea minuciosa, burocrática, que le pone los pelos de punta hasta al sistema informático más pintado. A esta altura, refirieron de vuelta de su periplo neoyorquino Leonardo Madcur y Sebastián Palla, quedan en carrera dos entidades: el Banco de Nueva York (con el que el Gobierno rompió relaciones con estrépito) y el JP Morgan. El BNY es el que tiene más armado el esquema, pero recontratar con él comporta dos problemas para el Gobierno. El primero, claro, es reconocer que fue apresurado patear el tablero hace pocos días. El segundo es que los brokers neoyorquinos piden un adelanto de comisión que en las actuales condiciones es muy difícil de aceptar. En este análisis coinciden, por una vez, Lavagna y el jefe de Gabinete, Alberto Fernández. El otro ofertante en carrera es el JP Morgan. La Caja de Valores de Buenos Aires es un tapado que puede entrar a tallar, según confidencian desde la Rosada.
Llegar en regla al 17 de enero, fecha que el Gobierno se autoimpuso impelido por una urgencia excesiva, sigue siendo una dificultad, acaso insuperable. Así y todo, ésas son cuestiones operativas, tácticas que le dicen. La estrategia también está en debate en la Rosada y zonas de influencia.
“Desendeudar” es un verbo largo, cacofónico. “Desendeudamiento” es un vocablo casi impronunciable de corrido, sin tomar agua en el medio. Al presidente Néstor Kirchner se le escucha pronunciar con fruición ambas palabras, que aluden a lo que pretende lograr para lo que resta de su mandato, que no es poco, pero tampoco mucho más que la mitad.
Desendeudar, en el magín oficial, significa irse librando de los condicionamientos que impone la deuda externa, pagando. La hipótesis de una ruptura sin pagar no está en este momento en carpeta, ni respecto de los organismos internacionales de crédito ni de los acreedores privados. “Hay que desendeudarse para desintervenir la economía”, neologiza en exceso un prominente inquilino de Balcarce 50. “El Fondo –pontifica– es un lobbista del G-7. Para crecer necesitamos sacarlo del rol de interventor.”
Kirchner está convencido de que dentro de la actual correlación de fuerzas no hay margen para romper con todo el mundo y que, en el escueto margen de lo posible, es más gravoso seguir las condicionalidades del Fondo Monetario Internacional (FMI) que cumplir con la deuda.
La idea de “liberarse pagando”, que es bien polémica, fue la que presidió toda la negociación. Sin duda el Gobierno prejuzgó que arreglar con el FMI tendría efectos más consistentes que los que se produjeron, esto es, que tardaría más en convertirse en vocero de los acreedores privados. De cualquier modo, en la Rosada se cree que algo se logró y que una ruptura hubiera impedido a laArgentina desarrollar su propia política económica. Una hipótesis contraria, contrafáctica, era tensar la relación con el FMI y trabajar más con los bonistas privados. A su modo, esto es lo que preconizó Alfonso Prat Gay antes de presidir el Banco Central. Amén del sentido práctico que podía haber tenido tal rumbo, tendría un basamento ético: honrar la deuda con el FMI, transformarlo de garante de última instancia en acreedor de primera instancia es consagrar una inmoralidad.
Como fuera, el oficialismo, empezando por el Presidente, está persuadido de ahondar lo que vino obrando. Kirchner no es (apenas) un ortodoxo en materia de equilibrios fiscales, es un gobernante que juzga que atesorar reservas es un modo de acrecentar poder. Su idea sigue siendo pagarle al FMI el año entrante, sin aceptar sus condicionalidades. Pagar el canje, pagar al FMI, desendeudarse, hacer política económica con la feroz mochila que eso implica.
Con esa idea sita entre ceja y ceja del Presidente, resulta asombrosa la discusión de estos días acerca de la supuesta modificación de la Carta Orgánica del Banco Central. Para Kirchner, pagar para ahorrarse la presencia del FMI es un instrumento central de su estrategia para 2005 y 2006. Cuando llegue el momento y la necesidad, cuesta creer que el Presidente ha de someterse a los pruritos y devaneos del titular del Central, Martín Redrado. Al fin y al cabo, el enroque del Golden Boy en reemplazo de Prat Gay tuvo como propósito evidente avanzar sobre la autonomía de la autoridad financiera, un bastión del pensamiento económico noventista que tiene muy buena prensa en estos pagos. En suma, no es Lavagna el paladín de, en su tiempo, acudir a las reservas del Central sino el Presidente en persona. Quienes alegan que se puede resolver el entuerto acudiendo a los fondos disponibles que el Gobierno amarroca en una cuenta corriente del Banco Nación, desdimensionan ese “líquido”, que hoy por hoy, no llega a 1000 millones de dólares. No es poco para tener en cuenta corriente, ni bastante para todo lo que se tiene que pagar.
La pelea entre Lavagna y Redrado, azuzada por una derecha siempre presente y catalizada por la escasez de tino de la Rosada y de Economía, pues, carece de asidero. Cuando haya que desendeudarse, habrá que des-independizar al Central, auguran en el primer nivel de la Rosada. A la hora señalada, y en su medida y armoniosamente, claro.

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