EL PAíS › OPINION

El tsunami de la inseguridad

 Por Horacio Cecchi

Una de las escasas estadísticas serias (realizada por la Dirección Nacional de Política Criminal, la Dirección de Estadísticas y Censos del gobierno porteño y el CELS, y que fuera publicada por este diario en diciembre pasado) señala que durante 2002 se registraron 230 muertes por homicidio, cifra que los mismos especialistas señalaban en descenso para el 2003, año para el que estimaban la cifra de 177. Merece subrayarse y repetirse: la cifra es anual. Hasta el 29 de diciembre pasado, los comerciantes del tsunami de la inseguridad agitaban esa misma cifra como bandera de campaña y para reclamar, qué digo reclamar, para exigir a los gobiernos “garantistas” más represión, más armas, leyes más duras, tal como supo Blumberg instalar en las agendas mediáticas y por lo tanto políticas.
Cifra anual que fue borrada de un plumazo en tan sólo un par de segundos y a manos de una asociación ilícita conformada hasta ahora por un cielorraso de poliuretano, su concubina mediasombra y una candela como mano de obra, bajo el amparo de una serie de inspectores corruptos e inidentificables y de un alocado y detenido empresario.
Los 191 muertos de Cromañón no sólo pulverizaron en unos pocos segundos la cifra anual de homicidios. Además, cuestionan en su propia médula el agitado discurso de la inseguridad, porque Cromañón modifica sensiblemente el criterio de lo que se entiende por inseguridad.
La idea de inseguridad que se pretende dar desde la perspectiva de la “ola de inseguridad” esconde otras inseguridades de las que nadie, ni el manodurismo más acendrado de los Ruckauf’s boys, parece querer hablar.
Muertes por inseguridad de alimentación y salud son las que tienen por víctimas a miles de chicos; inseguridad de techos es la que padecen en las villas cuando sopla un viento fuerte; inseguridad laboral es la que padecen los trabajadores en negro e inseguridad de marginación es la que sufren los que ya fueron víctimas de las inseguridades anteriores.
Cromañón viene a poner en escena otra inseguridad, mucho más silenciosa que la que puede desatar una muerte durante un asalto y mucho más extendida de lo que se creía hasta ahora. Cromañón pasó a decir que nada es seguro porque no hay controles desde hace años, muchos más años que los que lleva Ibarra en el gobierno pero sin excluirlo a él; porque los empresarios se han acomodado a la idea de que todo se arregla con dinero; porque para la propia clase media parece menos revulsivo hacer como que no pasa nada y creer que aquel restaurante de la Recoleta que habían clausurado porque tenía cucarachas en la comida seguramente quedó infestado de bichos días después de que el buen hombre había ido a cenar con sus hijos. Y que en la zona, ése debe ser un caso único.
Esa lógica, la de la mirada del oso y la de los comerciantes de la inseguridad, acaba de ser aplastada por una asociación ilícita: la de Cromañón. La inseguridad que dice que 191 en un día es mucho más que 230 en un año.

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