EL PAíS

Símbolos

Por H. V.

Si lo que estuviera en discusión en la provincia de Buenos Aires fueran concretas posiciones de poder, mensurables en número de bancas nacionales y/o provinciales, no debería haber mayores dificultades para llegar a un entendimiento conveniente para todas las partes. Pero lo que se discute está hecho de la materia inasible de los símbolos y las identidades. Por eso las discusiones circulares, con sus avances y retrocesos en cuestión de horas, no presagian el acuerdo sino la ruptura.
El golpe decisivo se produjo durante un agrio diálogo telefónico entre el ex senador Eduardo Duhalde y el jefe de gabinete de ministros Alberto Fernández. “No jorobes más. Yo recién bajo la candidatura cuando se ordenen las listas provinciales”, dijo el inseguro Duhalde, quien usa el tuteo como forma de autoridad. “Mire Eduardo, es muy difícil ordenar las listas provinciales con gente que se sienta a conversar sin saber si su interlocutor será un aliado o un adversario”, le respondió Fernández. No era nada distinto a lo que vinieron discutiendo durante días. Hasta que Duhalde cambió de tono.
–Mirá querido. Yo soy un profesional de la política. A mí no me podés tomar de estúpido –dijo.
–Yo no soy un profesional de la política y tampoco lo quiero ser. Así no va –replicó Fernández.
El viernes, cuando el ex senador le pidió a Jorge Villaverde que relativizara su candidatura y la de su esposa, Duhalde no parecía haber advertido que en aquel diálogo perdió al único partidario significativo de la conciliación que tenía en las filas opuestas. La distribución de posiciones provinciales ya había sido decidida sección por sección en una mesa en la que no hubo representantes del gobernador Felipe Solo. Por un lado se sentaron José María Díaz Bancalari, Hugo Curto y Juan José Mussi, por el otro Julio Pereyra, Alberto Dezcalzo y Alberto Balestrini, todos representantes de la nueva política, según un ácido duhaldista.
El clima es distinto en cada campo. El gobierno nacional orilla la euforia. “Prefiero que ganemos con el 40 por ciento y acabar para siempre con ese estilo político que la sociedad rechaza. Yo permití que quienes querían llegar a un acuerdo hicieran todo lo que les parecía correcto para cerrarlo. No hay nada mejor que la experiencia de cada uno. Ahora se acabó”, comentó Kirchner, con la tranquilidad de quien sabe que tiene en sus manos la carta más fuerte. El alejamiento del duhaldismo permitiría la apertura de las listas a sectores de la sociedad que no tenían cabida en los esquemas partidarios, regidos por la lógica de los liderazgos territoriales, con espacio para representantes de la cultura y para personas cuyas historias políticas sean más congruentes con el proyecto que Kirchner dice que se propone profundizar a partir de diciembre.
Como segundo candidato a senador podría aparecer un intendente con perfil progresista y militancia actual en otro partido que no es el justicialismo. En el campo duhaldista sólo celebran aquellos que no hubieran podido superar el veto presidencial y se preocupan quienes entienden que Duhalde está por librar una batalla perdida de antemano. Al duhaldismo residual sólo le queda capacidad de daño, pero si intenta ejercerla concitará aversión y hastío en la sociedad. Ni siquiera podrá hacer campaña atacando al gobierno. Cada vez que Cristina Fernández de Kirchner fustigue desde una tribuna con afectada neutralidad de etóloga los hábitos duhaldistas, consolidará su posición. Si Duhalde expresa en público lo que siente por Kirchner, se le torcerá la boca y perderá más puntos.
Su único espacio de acumulación está bien a la derecha del espectro político, en los andurriales que frecuentan el comisario Luis Abelardo Picapiedras o el coronel Aldo Hulk. Apenas superado en mala imagen por su compañero de fórmula de hace tres lustros, Carlos Menem, por su compañero de fórmula frustrada de hace una década, Domingo Cavallo, y por su antecesor fugaz en el sillón de De la Rúa, Adolfo Rodríguez Saá, la candidatura de Duhalde tiene un techo de alrededor del 20 por ciento de los sufragios, doblada por la del Frente para la Victoria. En esas condiciones, no tiene sentido hacer cálculo de bancas ganadas o perdidas, porque al mes siguiente del escrutinio sólo lo acompañarán sus familiares y un puñado de incondicionales, como ya les ocurrió precisamente a Menem, Cavallo y Rodríguez Saá. Su mayor preocupación será que la estampida no se lo lleve por delante. Los muchos duhaldistas que lo saben harán todo lo esté a su alcance para reanudar las conversaciones. Por suerte, ya parece tarde.

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