EL PAíS › EL OBISPO QUE DIO PELEA

“No vengo a ser servido, vengo a ser servidor”

“En La Rioja, la tierra, el pan y el agua son de todos”, sostenía en sus homilías el obispo Enrique Angelelli frente a los campesinos y obreros que iban a escucharlo. Ayer se cumplieron 29 años de su asesinato a manos de la dictadura y todavía sigue movilizando a los riojanos. Miles de personas asistieron al acto que lo recordó, que fue encabezado por el presidente Néstor Kirchner (ver aparte). “En aquel tiempo de los militares, mientras muchos estaban bajo la cama por miedo o complicidad, Angelelli estuvo enfrentando a la dictadura”, remarcó Délfor “Pocho” Brizuela, el cura párroco de Chamical, que lo conoció personalmente.
Otra de las personas que colaboró con él es Alba Lanzillotto, riojana y Abuela de Plaza de Mayo. Tiene dos hermanas desaparecidas y todavía busca a una sobrina apropiada por los represores. A pesar de haber tenido que exiliarse en España con sus hijos, todavía conserva la tonada. En diálogo con Página/12, recuerda el día en el que lo conoció, cuando asumió como obispo de La Rioja el 26 de agosto de 1968: “Habló de la Iglesia que quería: la del Concilio Vaticano II, la Iglesia del pueblo. Todos los que esperábamos algo nuevo de la Iglesia nos acercamos a él”, plantea. Ese día, Angelelli dejó en claro quién era: “No vengo a ser servido, quiero ser servidor, como Jesús, de nuestros hermanos los pobres”.
Angelelli nació el 17 de julio de 1923 en Córdoba y se crió en una familia de inmigrantes campesinos piamonteses. Era el menor de tres hermanos. A los 15 años, ingresó al seminario Metropolitano Nuestra Señora de Loreto y a los 26 se hizo sacerdote y estudió en la Universidad Gregoriana de Roma. Dio misa por primera vez en la Basílica de San Pedro, en el Vaticano. Eran tiempos de cambio, luego de la Conferencia Episcopal para América latina en Medellín, cuando se conformó el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. Angelelli participó del Concilio Ecuménico Vaticano II, que planteaba la opción por los pobres.
En 1952 comenzó a dar misa en la Capilla Cristo Obrero de Córdoba y se convirtió en asesor de la Juventud Obrera Católica. Por esa época, ya lo conocían cariñosamente como El Pelado. Fue obispo auxiliar en Córdoba, hasta que en 1986 el papa Pablo VI lo designó obispo de La Rioja. “Era muy campechano, a diferencia de los obispos anteriores, que eran como son los príncipes de la Iglesia. Angelelli, en cambio, andaba por los barrios”, grafica otra de las personas que colaboró con él desde Cáritas, Lilian Santochi. Ella es esposa Tito Paoletti, quien fue director del diario El Independiente.
Cuando llegó a La Rioja, Angelelli llamó a una asamblea. “En las jornadas participaron todos los sectores. Se decidió que la Iglesia se jugaría del lado de los que sufren, de los postergados”, se acuerda Santochi. Angelelli apoyó a las cooperativas de campesinos, en particular a la Cooperativa de Trabajo Limitado (Codetral) en Aminga, un pueblo cerca de Anillaco, que llevaba la consigna “la tierra es de quien la trabaja”. “En La Rioja, donde había mucha miseria, alentó la organización de los peones sin tierra. Había un latifundio improductivo y era una aspiración de la gente de la zona que eso se expropiara”, explica Santochi.
“Existen los que no tienen voz, los marginados y otros que explotan a los demás. ¿Esto es lo que quiere Dios? Una y mil veces no”, decía en su programa radial, que fue prohibido en 1971. “Ningún obispo se había preocupado realmente, la catedral era para la aristocracia. Pero con Angelelli, la catedral era una fiesta”, asegura Lanzillotto. No fue gratuito: en 1973 un patrón de estancia, Amado Menem, molesto por su relación con los aceituneros, envió a sus seguidores a que lo echaran a los gritos de un acto en Anillaco.
Cuando viajó a Roma en 1974, le sugirieron que no volviera, ya que había recibido amenazas de la Triple A, pero regresó de todas formas en 1975. “Formamos una comisión en defensa de la Iglesia riojana cuando lo empezaron a perseguir, pero no pudimos lograr que no lo mataran”, se lamenta Lanzillotto, que recuerda: “Lo vi en la vereda, observando hacia la cárcel y le pregunté: ‘¿Qué está viendo?’ Me respondió: ‘Estoy mirando dónde se crucifica a los nuevos Cristos de La Rioja’. El salió a denunciar eso. No tenía miedo”, relata Lanzillotto, que al igual que Santochi tuvo que irse de La Rioja. “Cuídense, porque los quieren matar –les advirtió Angelelli–. Conmigo no se van a animar.”
El 18 de julio de 1976 un grupo de tareas asesinó a dos curas, Gabriel Longueville y Carlos de Dios Murias. Otra patota fue a buscar al párroco de Sanogasta, que se había escapado por recomendación de Angelelli. Les abrió la puerta un catequista, Wenceslao Pedernera, que fue acribillado cuando les dijo que el párroco no estaba. Angelelli fue a Chamical al sepelio de los curas y pidió que se investigasen esos crímenes. Sus denuncias contrastaron con el silencio (o la complicidad manifiesta) de otros sectores de la Iglesia. Se quedó a presidir el novenario y cuando volvía a la capital en su camioneta el 4 de agosto de 1976 fue asesinado en la Ruta 38 a la altura de Punta de los Llanos. Viajaba con el padre Arturo Pinto, que sobrevivió. Pinto recuerda que un Peugeot 504 los siguió desde que salieron de Chamical, les salió al cruce y los hizo volcar. El cuerpo de Angelelli fue encontrado con los brazos en cruz en la ruta. Lo habían arrastrado y tenía la nuca destrozada. Se dijo que había sido un accidente. “Cuando nos enteramos, fuimos a verlo a monseñor (Miguel) Hesayne y él nos hizo ver una tarjeta que había recibido, donde le decían que se calle, porque a Angelelli ya lo habían callado”, dice Lanzillotto.
Santochi también recuerda el momento preciso en el que escuchó la noticia: “Estaba lloviznando a la tardecita, teníamos mucho frío en la casa de Buenos Aires en la que nos acabábamos de instalar. Estábamos con nuestros seis hijos. Pusimos la radio para escuchar las noticias y ahí nos enteramos. Y empezamos a llorar y a gritar: ‘Lo mataron’”, cuenta Santochi y le tiembla la voz. El 19 de junio de 1986 el juez Aldo Morales emitió un fallo sobre la muerte de Angelelli, en el que determinó que “no obedeció a un accidente de tránsito, sino a un homicidio fríamente premeditado”. Pero con la sanción de las leyes de impunidad, la causa no avanzó. Junto con el obispo de La Rioja, Fabriciano Sigampa, Pocho Brizuela le pidió ayer a Kirchner que se reabra la causa, tras el fallo de la Corte que anuló las leyes. En el acto, Brizuela le agradeció al Presidente porque “hasta hace poquito todo esto era palabra prohibida, pero ahora podemos hablar”. Recordó que estuvo en el exilio con Tito Paoletti y Eduardo Luis Duhalde, el subsecretario de Derechos Humanos. Parecía una reunión de viejos compañeros de ruta, pero también de miles de personas que se reunieron para homenajear al obispo que le dio pelea al poder económico y que fue asesinado por no renunciar a sus principios.

Informe: Werner Pertot.

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