EL PAíS › UN TRANSFUGA RECURRENTE

Borocotó, chas, chas

 Por Susana Viau

El flamante tránsfuga firma sus cartas a los periódicos como “Eduardo Lorenzo Borocotó, médico cirujano infantil, legislador porteño”. La mención no viene a cuento por la multiplicidad de actividades que el legislador confiesa practicar. No y mil veces no. Julio Elías Musimesi fue “el guardavallas cantor” y Alberto Castillo entonó “muchachos esta noche/iremos por los barrios” mientras atendía señoras –dicho sea en el sentido hipocrático de la cuestión– en su consultorio ginecológico. La originalidad de la presentación reside en la duplicación de la presencia paterna: no conforme con llevar el apellido de su progenitor, el diputado electo por la oposición y asumido por el oficialismo se apropió del seudónimo que éste había popularizado desgañitándose en las transmisiones deportivas y le dio el valor de patronímico.
Tan consustanciado se halla Eduardo Lorenzo con el “Borocotó” que, a su vez, lo legó a su hijo, pediatra, faltaba más. Así, cuando en las primeras horas de la tarde ambos entraban en acción para recordarle a las telespectadoras el cronograma de vacunas, las conductoras los anunciaban como “los doctores Borocotó”. La identificación con el “borocotó, borocotó, chas, chas” de los tamboriles montevideanos no se detuvo allí: en un acto casi milagroso, el ahora ex macrista trasmitió el “Borocotó” a su propia madre, quien fue rebautizada como señora “de Lorenzo Borocotó”. El orgullo filial expresado en el uso y abuso del “nom de guerre” o “nom de plume” le había servido de paso, cañazo, para hacerse un lugar, él también, en el mundo del periodismo deportivo. Solía contar que el rol de divulgador de temas médicos le llegó por casualidad, al intentar explicar ante las cámaras la operación de meniscos del riverplatense Ermindo Onega. Fue un éxito, si bien no puede decirse que sus opiniones hayan servido para abrir el horizonte de las madres: para el doctor Lorenzo Borocotó, ex médico del Hospital de Niños, la homosexualidad es una perversión y la nocturnidad un hábito contra natura, generador de los peores vicios y principal responsable del embarazo adolescente. Esa filosofía de brocha gorda encontró eco, sin embargo, en algunas franjas del PJ y dió a luz un proyecto electoral: el dúo Luis Patti-Eduardo Lorenzo Borocotó, postulantes a la gobernación de Buenos Aires. La relación entre estos dos exponentes de la derecha cerril duró poco más de un año. A fines de 1998, Lorenzo Borocotó resolvió dar por terminada la unión. Un auténtico caso de incompatibilidad: “Yo como médico me muevo horizontalmente –explicó Borocotó–, en cambio Patti es un verticalista”. En los bolsones de rumores del justicialismo bonaerense la explicación que circuló fue muy otra: las mediciones colocaban al pediatra por encima del comisario. Ni lerdo ni perezoso, Eduardo Lorenzo encargó afiches con su efigie y sin la menor alusión al titular de la fórmula. Luis Abelardo se encabronó y lo acusó de manejos poco éticos. A fin de año, Borocotó, Borocotó, chas, chas informaría a Eduardo Duhalde que se había liberado de la tutela del policía y se lanzaba solo a la aventura. El previsible fracaso no lo acobardó. Quedaba el gran bastión de la Capital. Se alineó con el cavallismo y fue elegido legislador por dos períodos consecutivos. Impedido de renovar mandato, el hombre de las tres “p” (pediatra, periodista, político) se candidateó a diputado nacional por el macrismo. En agosto, el cupo femenino le jugó una mala pasada, al desplazarlo del segundo al tercer puesto de la lista, en beneficio de Paula Bertold. De la herida narcisista manó abundante sangre. Eduardo Lorenzo Borocotó, Borocotó, chas, chas, cirujano infantil, la restañó con habilidad profesional. Y por segunda vez traicionó a su jefe.

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