EL PAíS › OPINION

Actualidad de una historia

 Por Eduardo Jozami *

El tema militar ha vuelto a ser noticia. El inicio de las más importantes causas por los crímenes de la dictadura tiene mucho que ver con estos pequeños conatos de protesta. También, probablemente, la decisión con que se ha reglamentado la Ley de Defensa, cumpliendo el compromiso de racionalizar las FF.AA. y evitar su utilización como policía interna, tarea que olvidaron llevar a la práctica cuatro gobiernos constitucionales en veinte años.

Mientras la Iglesia hace un llamado a la reconciliación para el que carece de autoridad en tanto no reconozca sus gravísimas complicidades con la dictadura, la oposición intenta aprovechar el avispero. Con cuidado, porque un porcentaje abrumador de la población repudia a los genocidas y aprueba la política contra la impunidad. Nadie puede, sin salir incinerado, acompañar a la entusiasta señora de Pando –vocera menos de su esposo silenciado por los reglamentos que de su raigal vocación antidemocrática– o al general que frecuenta la TV en nombre de una Internacional antiterrorista que no registra los actos de ese tipo que comete el país más poderoso de la tierra.

Aunque eluda la cuestión, el ex ministro Lavagna –ahora adalid antichavista que todos los días da un paso a la derecha para constituirse en candidato único contra el kichnerismo– no ignora que cuando advierte sobre los riesgos del “setentismo” echa leña al mismo fuego. Elisa Carrió por su parte, con afectada inocencia, se pregunta ante las cámaras, por qué se considera héroe a Firmenich y no a Arturo Illia. Lo que es doblemente erróneo, porque ningún sector de la sociedad argentina considera un héroe a Firmenich y menos la gran mayoría de sus ex compañeros, mientras que el juicio histórico rescata al gobernante honesto que no transigió con el gran capital internacional, aunque esta reivindicación sería más fácil si los radicales reconocieran que su gobierno cargaba con el pecado original de la proscripción peronista.

El discurso que reclama “memoria completa” aflora cuando el presidente ha avanzado en señalar las responsabilidades del poder económico. Sería importante que comenzaran a escucharse las autocríticas de quienes tuvieron mucho que ver con la dictadura, pero han ignorado el discurso presidencial: los grandes empresarios, algunos sindicalistas y los dirigentes políticos que en palabras de Ricardo Balbín aceptaban el golpe militar, proclamando “hay soluciones pero no las tenemos nosotros”.

Los reclamos de los defensores del genocidio no conmueven a la sociedad. Pero dos puntos merecen aclararse porque se usan como excusa para aquella reivindicación imposible. Por una parte el derecho a rendir homenaje a los muertos de las fuerzas armadas y de seguridad, por la otra, el juicio sobre el comportamiento de las organizaciones revolucionarias durante aquel período. Respecto de lo primero, la ministra Garré ha dicho que, lejos de oponerse, el Gobierno respeta esa recordación de todos los muertos por la guerrilla, que no puede servir como pretexto para una reivindicación del terrorismo de Estado. Además, si esto hubiera sido una guerra como pretenden las FF.AA., es más que razonable que treinta años más tarde un manto de respeto cubriera a los muertos de ambos bandos, sin otras discusiones. Un personaje de André Malraux, –todavía entonces un hombre de izquierda– en la primera línea del combate antifranquista se permitía “brindar por los del otro lado que también son españoles y se juegan la vida como nosotros”, sin que ello le impidiera a continuación tomar su arma para seguir combatiendo en defensa de la República. En las guerras de verdad –no las idealizamos, nunca son combates entre caballeros– a la postre siempre se rinde homenaje a los caídos del bando propio y se adopta una actitud respetuosa ante los muertos del otro lado. Pero, una vez más habrá que repetir –y es importante que lo entienda la nueva generación de militares– que aquí ocurrió otra cosa, ¿cómo considerar combatientes de una guerra a los que llevaron la tortura hasta lo inimaginable, los secuestradores de chicos, los planificadores del mecanismo genocida?

En cuanto a los errores de las organizaciones revolucionarias, está claro que ellos no explican un golpe que tuvo el objetivo más amplio de una reestructuración regresiva de la sociedad argentina que Martínez de Hoz –todavía impune– comenzó a proyectar en 1974, antes incluso de la muerte de Perón. Por eso, ya no puede sostenerse la teoría de los dos demonios y es saludable que un nuevo prólogo al Nunca Más dé cuenta de la mirada que tiene hoy la sociedad.

Aclarado todo esto, nada nos impide decir que es bueno discutir también el comportamiento de la militancia en esos años. Siglos de historia avalan el derecho de resistencia a la opresión y por eso fueron aclamados en 1973 quienes habían tomado las armas para enfrentar a la dictadura, pero ¿cómo no admitir que fue un error grosero creer que esa lucha podía continuarse después del 25 de mayo y no advertir que los desatinos del gobierno de Isabel y las monstruosidades cometidas por las AAA exigían una respuesta política, en lugar de encerrarse en una guerra de aparatos que los sectores populares no habrían de acompañar? Errores todos demasiado serios como para que en un reciente documental sobre José Gelbard, un importante dirigente se justifique argumentando que “éramos tan jóvenes”.

Estas explicaciones no se deben exigir al Gobierno porque su tarea es trazar las grandes líneas de un consenso necesario para seguir avanzando en democracia y no imponer una única verdad de la historia reciente. El Presidente ya hizo lo que nunca sus antecesores: condenó la impunidad y precisó los verdaderos alcances del golpe del 24 de marzo, al tiempo que se identificó –no con un grupo, una táctica o una coyuntura– sino con una generación que dio todo en la búsqueda de un país más justo y solidario.

Pero nosotros, los que fuimos partícipes, –cualquiera haya sido nuestra responsabilidad y nuestro acuerdo con esas políticas– sí tenemos que dar ese debate para aclarar una historia que hoy los jóvenes no terminan de entender. Algunos saldrán al cruce diciendo que el reconocimiento de nuestros errores puede dar armas al enemigo. Nunca la verdad puede debilitar a quienes luchamos precisamente por una mirada social sin distorsiones interesadas ni prejuicios oscurantistas. Tal vez esto suene un tanto ingenuo, pero omito por innecesaria la larga lista de referencias ilustres que así lo han planteado a lo largo de la historia.

Esta discusión debe hacerse porque lo que facilitó el advenimiento de la dictadura –como señala un reciente texto de Pilar Calveiro– fue una previa derrota política de los sectores populares que aún debe explicarse. Hoy cuando se abre una nueva instancia de avance en la Argentina, ésta no es sólo una discusión histórica. Puede servir para no repetir errores, para valorar los avances logrados, cuando el principal enemigo está lanzado al desgaste del actual gobierno, para comprender que sólo en la participación y el pluralismo podrá asentarse sólidamente el proceso en marcha.

* Escritor, ex legislador, dirigente del Partido Participación Popular.

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