EL PAíS

“Los días corren”

 Por Horacio Cecchi

“No puedo esperar más de una semana, una semana y media –dice a Página/12 G.U., decidida, pero al borde de la desesperación, contando los días en un reloj con cuentas de plomo–. Yo no puedo permitir que por el motivo que sea le sigan arruinando la vida más de lo que ya la hicieron sufrir.” G.U. es la madre de V.O., la niña de 14 años violada y embarazada por quien cumplía el rol de su padre, y que reclama ante la Justicia la realización de un aborto al amparo de la ley. La mujer descubrió que su hija había sido violada y estaba embarazada de seis semanas el 19 de enero pasado, cuando la llevó al hospital para que la revisaran por “unas molestias”. Ese mismo día comprendió que el responsable había sido su propia pareja y lo echó de la casa y lo denunció en la policía. Por el momento está libre. Desde entonces, la chiquita, entre sollozos, le pide: “Ayudame a sacarme eso de encima. No quiero tener algo que no busqué. No aguanto más”. G.U. conoce el ambiente médico porque es enfermera. “Cuando en el hospital público se niegan a realizar un aborto con autorización judicial, no lo hacen por creencia. Lo hacen por plata. Vas con dos lucas al consultorio privado y ese mismo médico te dice pase. Vivimos en una sociedad cínica.”

V. es la mayor de los cinco hijos de G. Tiene 14 años cumplidos en diciembre pasado. Junto con los dos hermanos varones que la siguen, de 13 y 12 años, son hijos del primer matrimonio de G. “Nos separamos y hace ocho años me vine para acá y conocí a ese señor que hasta el día que me enteré de todo esto era mi pareja”, recuerda la mujer.

Con su nueva pareja tuvo dos hijas, de 5 y 3 años, respectivamente. “A su padre biológico (V.) no lo vio más, lo vio una sola vez más, pero no quiere saber nada con él, no quiere ni que se entere. Cuando ella dice ‘papá’ no se refiere al padre biológico, sino al padre de sus dos hermanitas, al mismo que la violó.”

“En los primeros días de enero mi hija me empezó a decir que tenía dolores y unas pérdidas. Yo pensé que era típico de su edad. La llevé al hospital. Cuando la vieron, con esa carita tan infantil que tiene, los médicos ni pensaron que podía ser esto. Le hicieron una ecografía. Y cuando estuvo el resultado no lo podía creer. Me dijeron que tenía un embarazo de seis semanas.”

G. es enfermera y trabaja con pacientes discapacitados. Tiene un carácter duro, decidido. Pero asegura que, pese a que los médicos lo confirmaban y la imagen estaba documentada en la ecografía, “no lo podía creer. La miraba y decía que debía ser un quiste. Me fui corriendo con mi hija a ver a una médica amiga que le hizo otros análisis y ahí sí, dieron positivo. Ya no podía pensar otra cosa. Entonces flasheé que no podía ser nadie de afuera. Mi hija va a la escuela y viene, siempre alguien la acompaña. Nunca está sola afuera y no es de salir mucho. Yo la cuidé de lo que le podía pasar afuera. Nunca me imaginé que el peligro estaba adentro”. G. le preguntó a su hija: “¿Quién te hizo esto? ¿Fue alguno de tus tíos?”, refiriéndose a los hermanos de su hasta entonces pareja. “No dijo nada, no dijo nada”, dice y repite como un lamento.

Ese día, el viernes 19 de enero, después de salir a la mañana temprano al hospital y hacer el segundo estudio que confirmó la violación, las dos mujeres, madre e hija, volvieron a su casa, cada una con sus propios motivos de preocupación. “El sabía que estábamos haciendo los estudios porque le dijimos dónde íbamos, y le fui contando por teléfono lo que me iba enterando. Cuando llegamos, eran como las seis y media de la tarde, estaba despatarrado a lo largo del sillón y sin moverse nos preguntó: ‘¿Y, cómo les fue?’ Ahí me di cuenta enseguida que fue él. Les dije a mis hijos mayores que sacaran a los más chicos. Agarré un cuchillo y pensé, rápido, que si lo mataba iba presa y quién le iba a solucionar el problema a mi hija. Lo eché y se fue, no dijo nada. Después quiso volver dos veces y lo volví a echar. Después lo vi dando vueltas por ahí.”

El lunes, temprano, G. se presentó en la Comisaría de la Mujer y presentó una denuncia por violación agravada y pidió que se diera lugar al Tribunal de Familia. “Quería avanzar con la Justicia.”

–¿Lo detuvieron?

–Cómo va a estar detenido si no hay pruebas. Por eso pido a la Justicia que autorice el aborto, porque si no nos quedamos sin la prueba. Lo único que recibió fueron dos notificaciones de restricción de acercamiento. Una que venció el otro día y otra que renovaron ahora.

G. está decidida a reclamar celeridad en el proceso judicial. “Mi hija no tiene tiempo. Van 9 semanas (hoy se cumple la décima). Ella me dice que no aguanta más, que la ayude a sacarse eso, le dice ‘eso’, no de otra forma. No quiere hablar más del tema, no quiere ir de acá para allá más, no quiere salir. Está muy asustada pero no quiere tener un hijo que no buscó y que no quiere porque le va a recordar todo el tiempo la misma situación. Nunca fui abortista ni antiabortista, pero la Justicia tiene que ser más práctica y más humana. Si no permiten el aborto, con qué prueba lo vamos a encerrar. El tiempo corre, y mi hija ya sufre un daño psicológico que se agrava a medida que pasa el tiempo. La Justicia con qué va a pagar el daño que le provoca a mi hija si esto se estira. Con qué. Nadie lo va a pagar.”

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