EL PAíS › SILVIA DELFINO, INVESTIGADORA

Sociedad y exclusión

 Por Andrés Osojnik

La discriminación no es individual, es una producción colectiva. Bajo esa premisa, Silvia Delfino –especialista en estudios culturales, investigadora del Area Queer de la Universidad de Buenos Aires– analiza las condiciones en las que se producen y reproducen la discriminación y los actos represivos. La desigualdad, la exclusión y los genocidios del siglo XX como explicación para la discriminación.

–¿Cuáles son las motivaciones sociales para la discriminación?

–Una primera cuestión es ver cuáles son las condiciones que hacen posible y habilitan los actos discriminatorios y cuáles son las condiciones de intervención que tenemos respecto de la discriminación. Los actos discriminatorios nunca son individuales. Si bien son producidos por sujetos, sus condiciones y elaboración son colectivas, en la medida en que toda ideología es colectiva. En Argentina y en América latina, esta condición social y política colectiva de las ideologías que habilitan y legitiman actos discriminatorios tiene que ver con una lucha contra la impunidad, que en nuestro continente empieza en el siglo XIX pero se profundiza en el XX. A los genocidios producidos en el siglo XIX y XX se les suman hoy los genocidios por exclusión: la figura del desaparecido del siglo XX se perpetúa hoy en la de Julio López, pero también en la del excluido social y político a través de la pobreza. La segunda pregunta es cómo la discriminación y la represión se habilitan institucionalmente. Cuando uno analiza las ideologías sociales y políticas que hicieron posible no sólo la planificación del genocidio sino también su legitimación por acuerdo, omisión o supuesta ignorancia, lo que ve es que allí actuó la condición institucional del discurso represivo: los medios, la educación, la universidad.

–¿Quiere decir que la inacción actual frente a la discriminación que evidencia la encuesta del Inadi es equiparable al “por algo será” de los ’70?

–Sí. Lo interesante de esta investigación es que hay un reconocimiento efectivo de las situaciones discriminatorias y represivas. Lo que pasa es que éstas actúan contra la capacidad de las personas de intervenir. El acto discriminatorio actúa contra la capacidad de reacción del sujeto. La omisión a la acción se inscribe en el trabajo que los argentinos tenemos que hacer contra la impunidad.

–Es la batalla vigente contra la naturalización de la represión.

–Hay una doble moral que habilita el pánico en torno de algunos grupos sobre los que se reclama control y represión. Porque primero han sido identificados como problema, luego como peligrosos y después se dice “hay que poner un límite”. Y esto habilita la represión por parte del Estado y las instituciones. Hay una aceptación de las condiciones de injusticia. A partir de 2001, las condiciones de discriminación actuaron produciendo imágenes o estereotipos muy visibles. Hay a partir de allí una visibilidad extrema (el migrante, el inmigrante, los travestis), pero por otro lado hay una invisibilidad de la trama represiva policial y judicial sobre esos grupos. Tener en cuenta esto permite empezar a discutir la distancia entre reconocer la situación y omitir actuar.

–¿Cómo se salda esa discusión?

–Es el Estado el que debe producir las condiciones para una denuncia de la situación que sea colectiva. Porque del mismo modo que un acto discriminatorio nunca es individual, aunque lo produzca un patovica, un maestro o un agente policial, la respuesta siempre es colectiva. Lo que se debe es producir mecanismo de intervención de los supuestos espectadores, partiendo de la base de que nunca somos espectadores.

–La omisión de actuar ya es una intervención.

–Efectivamente. Cuando se habla del silencio de la dictadura, no fue silencio, fue un acto de silenciamiento. Fue una trama explícita, ideológica, en la que intervinieron los medios, las instituciones educativas y los actores sociales en su conjunto. La represión y la discriminación actúan explicando la crisis como mecanismos de comprensividad de ella misma. Explicamos la crisis porque un grupo de inmigrantes nos quita el trabajo. No sólo discriminamos, sino que explicamos la crisis económica. Ahí es cuando la discriminación se convierte en parte de la vida cotidiana. La visibilidad de un grupo que requiere de la vía pública para su subsistencia (vendedores ambulantes, mujeres o travestis en situación de prostitución) termina siendo la explicación de la crisis: por un lado se los identifica como el problema del espacio público; por otro, se comprende la desigualdad a través de estos grupos.

–Se fantasea con solucionar el problema reprimiendo a ese grupo.

–Así actuó la planificación del genocidio del siglo XX y los contemporáneos, incluyendo la islamofobia, o el Eje del Mal: al legitimar que se identifique la crisis con un grupo, la desaparición de ese grupo no sólo garantizaría el orden sino también la recuperación social.

–El incendio de la Villa Cartón provocó innumerables llamados a las radios que evidenciaban ese prejuicio. ¿Cómo lo interpreta?

–Esos llamados no son autónomos de la producción del programa que los recibía. Esos llamados constituyen llamados de orden, que articulan la vigilancia. Alguien tiene que vigilar adónde se van a instalar esos sujetos, dicen en definitiva los llamados.

–En el barrio adonde serían trasladados, los vecinos hacían piquetes de protesta.

–La discriminación en relación con la pobreza actúa proponiendo espacios de pertenencia: la crisis de los barrios privados. El espacio son enclaves de vigilancia y control, pero también modos de autoexplicación. Las ideologías que hacen posible que interpretemos nuestro lugar en el mundo hacen posible también nuestros propios reclamos de vigilancia y control. Ahí es donde la lucha contra la impunidad de las dictaduras y el genocidio del siglo XX tienen que ser una lucha contra la impunidad en el presente.

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