EL PAíS › UN RELATO DESDE LA CIUDAD

¿Por qué no en Almagro?

 Por Leonardo Moledo

Cuando escuché por la radio que estaba nevando en todo el país, di un vuelco de alegría: ¡por fin podría usar el traje para nieve que mi tía me había traído de Suecia hacía veinte años y que había permanecido clausurado en un ropero! Con la celeridad que da la inexperiencia me lo calcé de cualquier manera –la nieve ya comprendería– y bajé a la calle.

Pero nada. Ni un solo copo. El sol brillaba –pálidamente, es cierto, como si estuviera por empezar su extinción prevista para dentro de cinco mil millones de año– pero emitía un tenue calorcito que hacía husmear la primavera.

Me imaginé víctima de un engaño colectivo a lo Orson Welles, pero en el ascensor una viejecita me dijo: ¿vio que la Recoleta está cubierta por tres metros de nieve y el Palais de Glace desapareció de la vista? Por otro lado, la radio era taxativa: nevaba en todas las provincias argentinas y en la Capital: los ríos estaban congelados y un grupo de patinadores cruzaba sobre el hielo hacia el Uruguay. Edificios de más de diez pisos aparecían cubiertos por un manto blanco y gente aterida, provista de picos y palas trataba de desenterrar sus autos perdidos en las montañas de agua organizadas como los fractales de Mandelbrot.

¡Y por qué en Almagro nada! Llamé al Servicio Meteorológico, donde me atendió un portero aterido: “No le puedo contestar, porque todo el personal está convertido en estatuas de hielo. Llamé a la Facultad de Ciencias Exactas, pero nada conseguí, porque las líneas se habían congelado y además, me contaron después, estaban tratando de abrir un túnel a través de la nieve y naturalmente la radio hablaba de muñecos de nieve parlantes, de guerra de bolas de nieve entre pandillas que habían logrado transformar el agua congelada en armas mortales (ya había habido diez muertos), de una familia que se había cavado un refugio doce metros debajo del suelo, había logrado prender un fuego y había muerto ahogada, del Paraná y el Uruguay inmóviles por primera vez, de lagos y lagunas que permitirían una batalla como la de Alejandro Nevsky... Y en Almagro brillaba el Sol. La gente caminaba dulcemente disfrutando el calorcito oteando un horizonte primaveral.

¿Qué pasaba? ¿Era un efecto localísimo del calentamiento global que afectaba sólo a mi barrio? ¿Era un castigo porque Macri había ganado en esta circunscripción, tradicionalmente progresista?

Me saqué mi traje inútil, me tiré en un sillón a mirar el cielo azul, dándole vueltas a la pregunta: ¿qué hice yo?, ¿por qué no nieva en Almagro?

Y en ese momento sonó el celular: era el editor de Sociedad que me pedía que escribiera unas líneas sobre la nieve.

–¡Pero si acá no nieva le dije! ¡Ni un mísero copo!

–Bueno, entonces escribí sobre eso: ¿por qué no nieva en Almagro?

Y aquí lo tienen.

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