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Las luces y el apagón en la gestión de la ministra

La cancelación con el Fondo. El crecimiento y los superávit. La inversión y el consumo. Exitos ensombrecidos por disputas que le borraron la sonrisa. Paros del agro, inflación e Indec.

 Por Raúl Dellatorre

En fútbol suele decirse que “equipo que gana no se cambia”. En política, en cambio, la premisa no se toma al pie de la letra. De hecho, no fue la economía lo que terminó con la gestión de Felisa Miceli. En ese terreno, los números seguían mostrando “ganadora” a la primera mujer en la historia argentina en haberse hecho cargo de la cartera de Economía. Logró mantener, mal que le pese al Gobierno reconocerlo, los buenos resultados obtenidos por Roberto Lavagna en los tres años y medio previos. Aunque los últimos meses de su labor se hayan visto rodeados por conflictos en los que la coordinación con otras áreas de gobierno no fue óptima.

Cuando el presidente Néstor Kirchner la designó ministra de Economía en reemplazo de Lavagna, el 28 de noviembre de 2005, Miceli se planteó como principal objetivo mejorar la distribución del ingreso. Con una economía lanzada en sostenido crecimiento, sin desequilibrios en el sector financiero, cambiario ni externo, con fuerte superávit tanto comercial como fiscal, la meta de “democratizar” los beneficios no parecía un planteo desacertado. Aunque para ello tuviera que enfrentarse, suponía entonces, con un poder económico demasiado concentrado, en grupos que habían logrado preservar sus privilegios y eran los que sacaban el mejor provecho del crecimiento.

Algo de esto pesó en los últimos meses de su gestión, adquiriendo la forma de presiones de parte de las empresas formadoras de precios. Tensiones que tampoco fueron ajenas a los movimientos para sacar ventajas en un año electoral, como el presente. Antes, pudo vivir momentos más agradables.

La historia le deparaba una sorpresa. La primera mujer ministra de Economía tuvo como primer hecho relevante de su gestión la cancelación de la deuda con el Fondo Monetario Internacional. No llevaba más un mes en el cargo cuando la decisión tomada por el presidente de la Nación hizo conocido su rostro en todo el mundo. Miceli acompañó, sin dudarlo, la decisión que Kirchner no había logrado compartir con Lavagna.

La cancelación de la deuda significaba desconectarse de los condicionamientos que imponía el FMI a los países deudores. Nunca más las visitas de las “misiones”. Miceli ganaba “grados de libertad” para su gestión, según su propia interpretación. Desde la oposición por izquierda, se le cuestionó que no se usaran esas reservas del Banco Central para otros fines más loables. Era el principio de una relación siempre conflictiva con la oposición de centroizquierda, que nunca terminó de aceptarla como una ministra “distinta” de los anteriores habitantes de su mismo despacho.

Sin embargo, de los casi 20 meses que duró su gestión hay que computar como el mayor logro haber mantenido con firmeza las tendencias positivas que heredó de Lavagna: crecimiento anual del ocho por ciento, superávit fiscal y comercial, fuerte aumento del consumo, fortalecimiento de las exportaciones industriales, cosechas record y una tasa de inversión que siguió aumentando paulatinamente como proporción del producto bruto interno. En cuanto a la distribución del ingreso, también se observó cierta mejora en la comparación de lo percibido entre el 10 por ciento más rico y el 10 por ciento más pobre. Pero surgieron otros problemas que ensombrecieron los logros. Y no precisamente en una bolsa en el baño de su despacho.

La reaparición de las tensiones de precios, sobre todo en el rubro alimentos, empezó a complicarle la gestión. Algunos indicios habían aparecido ya en el final de la administración Lavagna, cuando éste, y su secretario de Agricultura, Miguel Campos, vivieron varios choques con el sector frigorífico. Estos mismos roces se reprodujeron, ampliados, en los meses posteriores. La decisión de cerrar las exportaciones fue una medida extrema para garantizar el abastecimiento interno, objetivo que se logró al precio de tensar al máximo la relación con la dirigencia agropecuaria sin excepción. El conflicto derivó en tres paros del campo contra su gestión.

Otros rubros agroindustriales de importancia, como la panificación y los lácteos, también quedaron bajo presiones cruzadas de grandes productores, industriales y exportadores desde principios de año. Con amenazas de desabastecimiento y de alzas de precios incluidas. A costa de subsidios y compensaciones, fue superando el escollo, aunque sin conformar a los sectores que mantienen la puja por apropiarse de una renta espectacular proveniente del alza de precios internacionales.

El tercer gran conflicto vinculado a los precios es el del Indec, que terminó impactando en la ministra cuando se hizo cargo de los desplazamientos de funcionarios y de la designación, al frente del organismo, de su nuevo titular, Alejandro Barrios. Una gestión iniciada hace 60 días, pero que no logró revertir la carga de desprestigio por las sospechas de manipulación.

En ninguno de estos tres ejes de conflicto vinculado a los precios Miceli actuó autónomamente. En los tres, tuvo intervención directa el secretario de Comercio Interior, e indirecta, a través de él, el ministro de Planificación. Muchas veces, con una orientación no compartida por la ministra. No obtuvo mucho rédito en ellos, y encima le quedó como lastre algún disgusto con los funcionarios de esas otras áreas, Guillermo Moreno y Julio De Vido. Distancia que debe haber pesado en estos momentos definitorios de la gestión de la primera mujer, desde ayer, que renunció al cargo de ministra de Economía de la Argentina.

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La primera mujer a cargo de Economía, veinte meses de gestión y la renuncia que escribió ayer.
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