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“Es muy raro que alguien te diga ‘dame un kilo’”

Una recorrida saca a luz a clientes enojados y verduleros resignados. Los que compran de a un tomate, los que se quejan, los que lo eliminaron de la ensalada.

El cajón de los tomates perdió repentinamente su lugar estelar en la decoración de las verdulerías. En un rincón, casi escondido, ya no encabeza el ranking de los más buscados. Y no fue lo único que debió resignar, ya que el cartelito que dice el precio del kilo en todos los productos a él lo abandonó, luego de ser remarcado casi una vez por día en las últimas dos semanas. La velocidad con que esos privilegios lo abandonaron fue la misma con la que aumentó su precio, según los verduleros “más de diez pesos en dos semanas”.

El primer indicio es que en los negocios hay poco. No sólo está ubicado en un lugar apartado, sino que esos cajones atiborrados de la verdura colorada ya no existen y fueron sustituidos por cajas semivacías. “En los mercados mayoristas hay muy poco tomate para comprar, y eso hace que se encarezca aún más. A mí ahora casi no me queda, y estoy pensando no volver a traer por unos días”, confesó a Página/12 Edith, mientras cerraba una bolsita con manzanas para una clienta apurada de la verdulería de Pavón al 1600, en Constitución.

El precio de esta hortaliza se ubicaba ayer entre los 10 y los 12 pesos en casi todos los comercios recorridos, luego de llegar a “entre 18 y 20 pesos el viernes pasado, según la calidad”, según reveló otro verdulero del sur de la ciudad. Escasez, transporte y temporada son algunas de las explicaciones que esbozan los vendedores, que se defienden al unísono: “Nosotros no cambiamos los márgenes de ganancias, sino que ya viene caro desde los mayoristas”.

Entre la clientela, el principal boicot es espontáneo. “Dejé de comprar tomate hace 15 días, desde que llegó a valer 18 pesos. En la tele te muestran una cosa, pero acá en la calle la realidad es que los precios son éstos. Que los del Gobierno salgan a la calle a mirar los costos reales. En mi familia siempre consumimos mucho ese producto, porque a mi marido le encanta. Pero como él también sale a hacer los mandados y sabe cuánto cuesta, no se queja de que la ensalada haya salido del menú”, señaló resignada Susana, clienta del negocio ubicado en Virrey Cevallos al 1500.

Los papelitos donde los verduleros hacen sus cuentas antes de cobrarle al cliente empezaron a tener a la hortaliza colorada como protagonista de un hecho contradictorio. Cuentan los verduleros, vestidos con sus largos delantales, que este producto –que hasta hace tres semanas no solía faltar nunca en sus cuentas– ahora aparece sólo esporádicamente. Y cuando lo hace, su aparición genera un desbalance en la cuenta. “Muchas veces, al cliente le sale más el tomate que el resto de las verduras”, observó el encargado de la frutería de un supermercado cuyos dueños son orientales, ubicado en Constitución.

De todas maneras, la seducción del perita no perdió completamente su eficacia. “Sigue saliendo, pero ahora es muy raro que venga alguien y te diga ‘dame un kilo’. Como es medio insustituible, las señoras llegan y te piden un tomate, o dos. Es decir, vas a vender menos de lo normal, pero vas a vender”, sostuvo Roberto, intentando poner a salvo la virtud que tienen todos los de su rubro: tener una explicación para casi todas las cosas.

En un mercado de barrio, la escena fue comprobada por este cronista. Una mujer realizaba una compra importante de frutas y verduras.

–¿Me da un tomate redondo? –pidió finalmente.

Lejos de asombrarse por el pedido, el empleado tomó el producto de su lugar y lo apoyó en la balanza. “¿No te adherís a la semana de boicot al tomate?”, le preguntó otro trabajador del lugar a la mujer, al parecer habitual clienta. La señora esbozó una sonrisita, pero guardó la hortaliza en su bolsa, ya bastante cargada, y miró, ausente, su listita.

En las grandes cadenas de supermercados el verdulero es una especie en extinción. Sólo quedan pesadores de hortalizas, encargados exclusivamente de ponerle el precio a la bolsita que el cliente se encargó previamente de llenar por sí solo. Ahí es cuando el testimonio de la situación extraña está dado no por las palabras, sino por las imágenes. En un hipertradicional del sur de la ciudad, la inducción a la compra de frutas y verduras se realiza mediante grandes carteles de papel que informan los precios destacados del rubro, y publican ofertas.

Lechuga, banana y hasta guinda. Todos ellos aparecen en esas hojas de propaganda, pero el tomate está ausente sin aviso. El precio de dos dígitos debe asustar a los compradores, porque para encontrar lo que sale la hortaliza de la polémica, hay que ir a buscar específicamente a la parte de la góndola donde está ubicado, lejos del centro de atención.

“La lechuga y la zanahoria tomaron gran protagonismo en mis ensaladas, donde el tomate desapareció. Tuve que cambiar ese hábito de alimentación en mi casa, porque hoy es imposible comprarlo. No te digo que llevaba siempre, pero un par de veces por semana sí”, señaló María, con un tono irónico en la voz, pero no contenta con la transformación que tuvo que realizar.

Informe: Eugenio Martínez Ruhl.

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