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Bombones en la Rosada

 Por Mario Wainfeld

Cristina Fernández de Kirchner saludó de a uno a la larga veintena de dirigentes sindicales que la visitaron por primera vez en la Casa Rosada. Le dio la mano a la mayoría, un beso a un puñado. En un encuentro signado por su lectura ulterior, todo significa algo. Hablaron primero los gremialistas, estaba convenido quiénes serían, con minucia. “Se eligieron como bombones” resume, socarrón, un asistente VIP del cónclave. Hugo Moyano, el número uno, refrescó su encuentro mano a mano con “Cristina” en Olivos, días atrás. Gerardo Martínez y Antonio Caló, dos que crecieron mucho bajo el kirchnerismo, dijeron lo suyo. Otro transportista, el taxista Omar Viviani, aportó su parrafito. José Luis Lingeri mentó a los desocupados y los informales, dos preocupaciones infrecuentes para los popes cegetistas. Parafraseó al General: “Perón decía que los dirigentes sindicales somos sabios y prudentes. Yo diría que somos prudentes”. Nadie lo sospecha de sabio, estuvo prudente.

Jerónimo “Momo” Venegas habló en nombre de las 62 Organizaciones, esa ONG cataléptica que se resucita para invocar ortodoxia o mangar cargos. Ni por asomo dijo “No jodan con Perón”, una simpática ocurrencia macartista de su autoría con la que empapeló paredes hace un ratito. En un encuentro signado por su repercusión ulterior, lo que se calla puede significar tanto como lo que se verbaliza.

Todos los gestos fueron amistosos y de pertenencia. La presidenta los correspondió, a su modo, con una larga semblanza de la relación entre el peronismo y el movimiento obrero. Elogió el rol de la CGT y el rol de las obras sociales, piropo que se redondearía horas después con un aumento del respectivo tramo del gasto en salud.

Dos asistentes, de los dos lados de la mesa, le juran a este diario que nadie pronunció la palabra “mesura” que se difundió después. De cualquier modo, no es disonante con lo que se conversó. La presidenta enalteció la palabra “trabajo” y convocó a los compañeros a consolidar lo conseguido en aras de seguir avanzando. Un doble objetivo capaz de contener a toda la mesa.

Didáctica, Cristina Fernández propuso una secuencia de la acción concertada, que debe eslabonarse “de abajo hacia arriba”. La negociación colectiva es un primer escalón, los convenios sectoriales un segundo, el Acuerdo Social más general se yergue por encima. Y luego, si bien se mira. El orden conceptual propuesto, explican en la Rosada y en Trabajo, será también cronológico: las paritarias largan a mediados de febrero, su núcleo debería cerrarse antes de mitad de año. Para entonces, junio o julio, será el turno del Consejo del Salario, ya una rutina de esta administración. Después se urdirá el Acuerdo Social o sus pininos. La impresión del cronista (que funcionarios empinados controvierten sin aportar elementos de prueba) es que, faltando la eternidad de seis meses, poco se ha avanzado en esa iniciativa.

Consolidar y avanzar, dijo Cristina a los compañeros que dieron señales de haber internalizado el mensaje. La dinámica de las paritarias, la autonomía relativa de los negociadores y el abanico de situaciones sectoriales tornan ilusorio un techo unánime o algo que se le parezca. Pero sí quedó flotando el compromiso tácito de repetir los modismos de 2006 y 2007, aumentos sin patear el tablero.

De cara a la interna por la conducción de la CGT la presencia de Néstor Kirchner, en diciembre, en un acto junto a Moyano fue un gesto augural inequívoco. Este encuentro vuelve a validarlo. Sus contendores no consiguen quererlo, rodearlo ni eclipsarlo. El secretario general conserva el lustre de haber sido antimenemista, combativo y exitoso a la hora de defender a sus representados. Casi ninguno puede colgarse todas esas cocardas. La pompa y circunstancia del primer encuentro, la condición impresentable de Luis Barrionuevo (su asado marplatense fue un fiasco de convocatoria), la carencia de piné para compensar al Negro, sumadas a su funcionalidad promedio al Gobierno se conjuran en aras de un nuevo mandato en la CGT. Al Gobierno le pintaría bien que Moyano se apañara para incluir en la conducción a dirigentes que le son afines (Caló y “Gerardo”, especialmente) y a los Gordos. Afuera, debería quedar Luisito Barrionuevo, se achicó Chacarita.

Los gremialistas se llevaron un grosso capital simbólico. El Gobierno quedó conforme, diríase empalagado, con elogios volcados a granel y con frases tales como “pertenecemos a este proyecto”. La gobernabilidad y los logros sectoriales fueron las prestaciones que se intercambiaron, a satisfacción mutua, durante el gobierno de Kirchner. Lo que se puso en escena el martes pasado es la voluntad de ambas partes de renovar el pacto.

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