EL PAíS

Chau Gordo

 Por Horacio Verbitsky

En el velorio de Oscar Raúl Cardoso, uno de sus amigos lo recordó atragantado de risa al recordar lo que le pasó en España cuando lo premiaron por su investigación sobre la guerra de las Malvinas. Junto con los coautores Ricardo Kirschbaum y Eduardo Van der Kooy dedicó el premio al centenar de periodistas detenidos-desaparecidos y, en especial, a Enrique Raab. Un periodista español le preguntó cómo se escribía y publicó la respuesta textual: el premio había sido dedicado al periodista argentino Roberto Antonio Bernardo. Era un hombre culto, un fino analista de la política internacional, que empezó a entender durante su infancia en Washington como hijo de un diplomático. Estudió filosofía y su mayor placer era la lectura. Pero al mismo tiempo tenía un entrañable sentido popular. Murió tan de repente que no llegó a saber que se iba el mismo día que Perón. Le hubiera gustado. Su mujer, la China Alicia Lo Bianco, contó que en los últimos tiempos tenía la sabiduría de no leer los diarios argentinos, lo cual le evitó enterarse de la muerte de su amigo Miguel Unamuno, pero que no se perdía una nota de la prensa internacional. Félix Laiño, quien durante décadas fue el hombre fuerte del diario que manejaban los servicios de informaciones del Ejército, decía que a los patrones les gustaba que sus periodistas fueran “Fulano de La Razón”, pero que en su caso la fórmula se había invertido y todos hablaban de “La Razón de Laiño”. Cardoso nunca tuvo esa clase de jactancia. Pero durante tres décadas trabajó en Clarín sin ponerse nunca otra camiseta que la de Boca Juniors, con la que pidió ser velado y cremado. Así esencializado, sus cenizas serán esparcidas sobre el césped de la Bombonera.

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