EL PAíS › OPINION

Despedida

 Por Ernesto Tiffenberg

Su paso por el exilio le sirvió a la agencia internacional de noticias IPS para exhibirlo al frente de sus profesionales y a los expertos en comunicaciones para discutir en persona sobre los principales temas del área, aprovechando su obligada residencia en Roma.

El esperado regreso se transformó en un vertiginoso recorrido por los intentos mediáticos de la balbuceante democracia, y así su mirada amplió los horizontes de una radio y una televisión no demasiado acostumbradas a la información sin censuras y a la reflexión del intelectual que usaba las palabras para tender puentes y no muros con los oyentes.

También claro, Página/12.

En el cruce de experiencias que desde el principio este diario se propuso ser, él, uno de los fundadores, sumó sin mezquindades el bagaje de su trayectoria. El sábado 30 de mayo de 1987, como culminación de la primera semana en la calle (Página/12 no salía por entonces los domingos) apareció el primer Panorama Político con su firma. Y difícilmente alguien pueda decir que conoce realmente lo que pasó los últimos 23 años en la Argentina sin recorrer sus obligadas columnas de los sábados.

Desconfiado de la cercanía con las “fuentes”, aunque informado como pocos de la trastienda política, su obsesión era ofrecer al lector una “visión organizada” de la multitud de noticias con que era bombardeado desde todos los medios, incluido éste. En sus palabras, tejer cada semana “un hilo conductor” que diera sentido a lo ocurrido.

Así basaba sus textos en estructuras de ideas, con un permanente intercambio con la mirada académica nacional e internacional, y dejaba para los demás las primicias y crónicas que habían caracterizado las primeras etapas de su recorrido profesional.

Siempre creyó que no había una doble vida para los analistas políticos, que el compromiso ético que lo unía a los lectores presuponía que éstos tuvieran la misma información que él para poder llegar con autonomía a sus propias conclusiones. Pero eso no impedía que en persona primero, teléfono mediante después, cuando los sucesivos golpes sufridos por su salud lo obligaron a concentrarse en su oficina casera, se convirtiera en uno de los más fecundos, feroces y entrañables críticos que hicieron posible que este diario creciera junto a sus lectores.

En los últimos años, las interminables charlas incluían un discreto capítulo sobre su estado de salud, nunca iniciado por él, que sobre todo resaltaba su preocupación por no resentir su trabajo y a los que con tanto cariño lo rodeaban. Dueño de un humor corrosivo –con su mundo, incluidos todos nosotros, como blanco principal–, supo convencernos de que cualquiera fuera el desafío que le planteara su físico él lo sortearía con su escudo de carcajadas, brillantez e ironía.

Hasta ayer, en que el teléfono trajo la única noticia que Pasquini Durán ya no podrá ayudarnos a comprender.

La despedida.

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