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El día no positivo de Cobos

 Por Martín Granovsky

Aunque la interna de los radicales bonaerenses terminó con un ganador nítido –Ricardo Alfonsín– es prematuro pronosticar cómo sigue la historia: la competencia no se inscribe en las grandes votaciones que, por sí mismas, eligen un candidato a presidente o casi al presidente. Sea por táctica o convicción, lo dijo el propio ganador cuando, poco después de las 21, lanzó un plan escalonado de consolidar la UCR, invitar a que retornen los que hoy integran el cobismo, la Coalición Cívica y la Generación para un Encuentro Nacional y fortalecer la alianza con el socialismo. Ayer fue un día no positivo para Julio Cobos, pero todos los actores tienen mucho por recorrer, a favor y en contra.

El fenómeno social de Ricardo Alfonsín es curioso. Militante desde siempre, también aprovechó con astucia el calor popular que rodeó la muerte de Raúl Alfonsín. Un calor popular paradójico: reivindicó al Alfonsín que fue –el arquitecto de la democracia y el impulsor del Juicio a las Juntas– y también endiosó al mito del Alfonsín que no fue. Así surgió la figura falsa de un Raúl Alfonsín ajeno a todo conflicto. A favor de Alfonsín hijo hay que decir que casi no habla de su padre y que, cuando lo hace, evita presentarlo como un político tonto. Alfonsín Ricardo sencillamente tuvo la sagacidad de instalarse en la ola de Alfonsín Raúl sin sobreactuar y, al mismo tiempo, sin desperdiciar un milímetro de la enorme ventaja que da la instalación popular de un nombre.

Curiosamente, el apellido Alfonsín protagonizó la última de las grandes internas. A fines de la dictadura, Raúl Alfonsín consiguió la jefatura de la Unión Cívica Radical y derrotó a los seguidores del ya muerto Ricardo Balbín. El triunfo fue tan contundente que el candidato del ala conservadora, Fernando de la Rúa, declinó su precandidatura presidencial para 1983 a favor de Alfonsín.

¿Le hubiera ganado De la Rúa a Italo Luder? La respuesta queda para los que deseen jugar mentalmente con lo que no pasó. La verdad es que el propio Alfonsín se sentía con chances reales de triunfar porque se veía a sí mismo como la encarnación de la nueva agenda democrática tras la derrota militar de Leopoldo Galtieri en Malvinas y el fin inminente del Estado terrorista.

En su libro de 1987 Los herederos de Alfonsín, Alfredo Leuco y José Antonio Díaz recuerdan un argumento usado por el Alfonsín modelo ’82 para oponerse a la guerra. Definía al conflicto de Malvinas como un modo de “poner en riesgo el único pleito internacional que estamos ganando” por “una locura, por una aventura, por un acto demencial de una camarilla militar que no tiene idea de en qué mundo está parada”. Más aún: “No podemos ir a la cola de proyectos que no manejamos. Está bien, juntamos sangre, hacemos festivales, ocupamos espacios políticos, pero para qué. Esto nos va a llevar a la humillación como país y nos va a dejar enganchados al carro fascista de Galtieri”.

Luego de la derrota a manos del Reino Unido, el precoz desenganche de Alfonsín lo dejaría con las manos libres para implementar su proyecto: convertir la interna en el comienzo de la campaña presidencial. Miles de argentinos se afiliaron a la UCR o comenzaron a militar en alguno de los cientos de comités nuevos no porque tuvieran bisabuelos radicales sino para apoyar una futura candidatura de Alfonsín. El liderazgo interno quedó potenciado por el crecimiento y ambas cosas dieron mayor fuerza a la candidatura presidencial.

La que enfrentó a Carlos Menem y Antonio Cafiero en 1988 fue una interna-campaña. En ese caso, el desgaste radical sí parecía abrir la perspectiva de que el ganador sería Presidente de la Nación en 1989. El año anterior a las elecciones, el gobernador de La Rioja le ganó al de Buenos Aires gracias a los caudillos del noroeste y al peso de los dirigentes sindicales. Después, la victoria de Menem alineó consigo incluso a una parte de los derrotados, de modo que ya era una aplanadora cuando llegó el momento de enfrentar al radical Eduardo Angeloz.

Fuera de la Argentina, la mayor interna-campaña de los últimos 50 años fue la que proclamó a Barack Obama candidato de los demócratas para las presidenciales de 2008. Después de 16 meses de pelea intensa, Obama consiguió los 2118 delegados. La participación popular fue abrumadora. Solo en Carolina del Sur votaron 500 mil personas. Los norteamericanos son gente pragmática. Usan como uno de los índices de popularidad la recaudación de fondos aportados por pequeños donantes. En los primeros meses de 2008 Obama alcanzaba un record de 90 millones de dólares frente a los 45 de Hillary Clinton.

La interna radical de ayer no está en la misma categoría de Alfonsín-De la Rúa, Menem-Cafiero y Obama-Clinton. Entre otras diferencias, porque no participó en persona uno de los presidenciables del mundo radical, Julio Cobos.

Sin embargo, ningún acontecimiento masivo pasa sin dejar huellas. La UCR tensó músculos en el principal distrito del país. Probó la fuerza partidaria de sus intendentes en las ciudades chicas y medianas. Esos intendentes fueron la columna vertebral del radicalismo en los años de caída. (Para calibrar esa caída basta un dato: en la ciudad de Buenos Aires la UCR solo tiene dos legisladores en un cuerpo de 60.) Reforzó la organización en la provincia de Buenos Aires por si vuelve a ser gobierno (lo fue en 1983-1987), oposición neta o, de nuevo, una fuerza de oposición a Su Majestad, como en los ocho años de colaboración con Eduardo Duhalde entre 1991 y 1999. Ayer la UCR movilizó en un distrito donde tiene inserción en los pueblos de raíz cultural agraria, en la clase media del conurbano y en San Isidro, un caso que escapa a los dos anteriores, donde la estructura que comanda el intendente Gustavo Posse funciona como un poderoso y masivo aparato policlasista.

Si el voto de Cobos contra la 125 reformada fue el símbolo del fin de la Concertación, con la interna radical bonaerense ese giro quedó consagrado a nivel de las estructuras políticas municipales, algunas de las cuales se habían plegado al kirchnerismo en la campaña presidencial de 2007.

El proyecto de cada fuerza opositora es alcanzar la polarización con el candidato oficialista en 2011. Ese plan –sin guiños hacia Mauricio Macri y Francisco de Narváez– es el que expresó anoche Ricardo Alfonsín. Su nivel de eficacia se medirá en un año.

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