EL PAíS › LA HISTORIA DE HAMAD BIN CALIFA AL THANI, EL EMIR DE QATAR

Los golpes de efecto del jeque

Llegó al poder por un golpe palaciego a su padre. Invirtió en marcas de renombre y compró los almacenes Harrod’s. Consiguió convertirse en sponsor del Barcelona y prepara el Mundial de fútbol de 2022 a todo trapo.

 Por Fernando Cibeira

Desde Doha

El jeque Hamad Bin Califa Al Thani es el emir de Qatar desde junio de 1995, cuando aprovechó que su padre se había ido a descansar a Suiza para hacerle un golpe palaciego. Se supone que Hamad se enteró que su padre, el emir Khalifah, pretendía hacer volver del exilio a un hermanastro con el que estaba enfrentado y apuró la sucesión pese a que Khalifah tenía cuerda para rato. Desde entonces, Hamad se dedicó a construir de manera casi unipersonal el nuevo Qatar, el de los edificios opulentos, las compras de marcas famosas y hasta un mundial de fútbol en una votación que sigue despertando sospechas.

El renombre mundial comenzó a gestarse con algunas inversiones que, más que rentabilidad, daba la sensación que buscaban un golpe de efecto. Así fue que las distintas ramas del fondo soberano Qatar Investment Authority comenzaron a tomar posiciones en firmas de renombre como Volkswagen, los bancos Barclays y Credit Suisse, la popular cadena de supermercados inglesa Sainsbury y hasta parte de Canary Wharf, el distrito financiero de Londres.

El golpe lo terminó dando cuando adquirió los almacenes Harrod’s a otro árabe, el magnate egipcio Mohamed Al Fayed, por la friolera de 1500 millones de libras esterlinas. Los árabes tienen especial debilidad por Inglaterra, la antigua potencia colonial en la región, pero en el caso del emir Hamad Al Thani está potenciado. El se educó en la academia de Sandhurst, una especie de liceo militar británico. Y llevó a Doha una sucursal del prestigioso colegio privado Sherbone, también inglés, donde mandó a estudiar a uno de sus hijos. En Qatar sostienen que ese proyecto –que se complementa con la Universidad de Doha que atrae a los mejores profesores universitarios de todo el mundo– es para que los hijos pudientes de las familias árabes no deban irse a Europa, como debió hacer el emir.

El jeque tiene varios hijos de tres esposas diferentes pero sólo es conocida la última, la sheika Mozah Bint Nasser Al Missned. A cargo del fondo qatarí que administra la ayuda social, Mozah –quien hoy se reunirá con la presidenta Cristina Kirchner– es conocida por sus labores de beneficencia en diferentes lugares del mundo y la colaboración con organismos como la Unesco. Su Qatar Foundation fue noticia el mes pasado cuando cerró trato con el Barcelona de Lionel Messi para poner su publicidad en la camiseta, algo inédito en la historia del club que nunca quiso tener sponsor. Hizo falta que el emir desembolsara 150 millones de euros por cinco años para que la entidad azulgrana dejara los principismos a un lado.

Es que las últimas andanzas del emir tienen que ver con el deporte y, más que nada, con el fútbol, otra pasión árabe. Como reza un enorme cartel de la avenida principal de la ciudad Doha: la nueva capital del deporte global. La semana pasada se jugó aquí un torneo del ATP de tenis que ganó Roger Federer y desde el 9 de enero arrancó la Copa de Asia de fútbol. Podría tomarse como un ensayo para el Mundial de Fútbol pero las dimensiones son otras, casi otra galaxia.

Qatar es un país pequeño: se calcula que ahora tiene un millón y medio de habitantes, pero la mayoría son trabajadores extranjeros y menos de un tercio qataríes. En los partidos de primera ronda de la copa asiática, salvo alguna excepción, hubo muy poca gente en las tribunas. Sin embargo, el proyecto presentado para que Qatar obtuviera el Mundial del 2022 está pensado con un concepto de megaparque de diversiones. Por ejemplo, establece que todos los estadios se encontrarán en un radio de 60 kilómetros para que los hinchas puedan ir de uno al otro en taxi o colectivo. Para que no lo acusen de despilfarro, contempla que al menos 9 de esos 12 nuevos estadios serán desmontables para que una vez terminado el campeonato sean llevados a otros países con mayores necesidades económicas. Un estadio se edificará en una isla a la que se llegará por un subte acuático. Además, está la cuestión de la temperatura. En junio, cuando se juegan los mundiales, la media en Qatar es de 45 grados. Por eso se pensó en estadios climatizados. El titular de la FIFA, Joseph Blatter, hace poco dijo que se podría evaluar hacerlo en enero.

Pese a todos estos inconvenientes, Qatar fue derrotando uno a uno a sus oponentes hasta llegar a la ronda final en la que superó a Estados Unidos, pese al apoyo in situ del ex presidente Bill Clinton. La votación disparó las sospechas y hasta el presidente de la AFA, Julio Grondona, debió salir a negar su apoyo a Qatar cuando se publicó la versión de un megasoborno de 78 millones de dólares. Como sea, el jeque Al Thani consiguió su último y gran golpe de efecto.

Compartir: 

Twitter

El jeque Hamad Bin Califa Al Thani.
SUBNOTAS
 
EL PAíS
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.