EL PAíS › OPINIóN

Argentina ya no la mira desde afuera

 Por Adrián Paenza

Hace unos nueve años estuve por primera vez en el Fermilab, en la ciudad de Batavia, unos 100 kilómetros al oeste de Chicago. El Fermilab era en ese momento el acelerador de partículas más potente del mundo. Hoy perdió ese privilegio en virtud de la puesta en marcha del Cern, en la frontera suizo-francesa. Cuando llegué, me encontré una alineación de quince banderas que correspondían a los países que trabajaban en los dos proyectos más importantes. La bandera de Argentina era la primera de esas quince. No puedo describir lo que esa imagen me representó, sólo recuerdo que me quedé mirando hacia arriba y se me anudó la garganta. Ayer por la mañana, me pasó algo similar.

Como casi todos los argentinos, en los últimos años tuvimos razones para sentir una suerte de orgullo, ante acontecimientos deportivos y eventualmente reconocimientos científicos coronados con la entrega de algunos premios Nobel. Pero están más en el terreno de la emoción, el gol de Diego a los ingleses o algún triple de Ginóbili en la NBA cuando se coronó campeón. O más acá con las hazañas de Del Potro en el abierto de Estados Unidos o las maravillas de Messi en el Barcelona. Obviamente, podría hacer una larga lista de nombres que de una u otra forma fueron marcando nuestras vidas. Levantarse temprano para ver algunos partidos del mundial o las medallas de oro del básquet y del fútbol en Atenas... en fin, usted agregue las que lo hagan sentir mejor representado.

Pero la de ayer me impactó mucho. Me conmovió. Cuando vi que el satélite argentino estaba en el aire, me sentí orgulloso también. No son sólo los más de 200 científicos argentinos que participaron del proyecto o que construyeron el SAC-D, o los que diseñaron el instrumental que lleva. No. No es sólo eso. Es el hecho de que son todos miembros de organismos estatales, de universidades nacionales y públicas. Sentí orgullo porque una vez más tenemos mucho para exhibir ante los que viven y vivieron las privatizaciones con júbilo, a quienes les da asco todo lo que es compartido.

En este caso, es compartir el conocimiento. El SAC-D no fue solamente posible por el aporte intelectual e idoneidad de los que viven ahora. Ellos se pararon en los hombros de verdaderos gigantes de nuestra historia. La Argentina tiene una tradición científica extraordinaria, a pesar de los combates que recibió en condiciones desiguales de quienes gobernaron este país durante décadas y décadas.

Pero a pesar de ese avasallamiento de los sueldos miserables, de los presupuestos insultantes, del deterioro y de las condiciones de trabajo indignas, la ciencia argentina toda sigue vivita y coleando. Y nuestros científicos están a la par de los mejores del mundo. Y lo demuestran día a día.

Pero hoy, las condiciones de contorno están cambiando. O mejor dicho, han cambiado. Antes de avanzar en la lectura: no ignoro que el camino a recorrer es todavía larguísimo y plagado de las minas de aquellos que quieren privatizar todo y declarar lo público como insalubre. Y sé que ese mismo camino no es ni será sencillo. Habrá que seguir presionando y haciendo las correcciones que corresponda.

Pero cuando un acontecimiento como el de ayer sucede, el reconocimiento no es sólo para 200 personas sino para toda la comunidad, aun para aquellos a quienes la astronomía, la ingeniería, la matemática o los radares les resultan extraños. Un país se construye entre todos, generando masa crítica de conocimiento. Eso empuja hacia adelante y nos hace mejores. Con los sociólogos y los psicólogos, con los antropólogos y los paleontólogos. Y los poetas también. Y los músicos. La ciencia es parte íntegra de todo ese país.

Probablemente nunca más vea el lanzamiento de un cohete en mi vida, pero me deja tranquilo saber que eso antes les pasaba a los otros y ahora nos pasó a nosotros. Antes la mirábamos desde afuera y con “la ñata contra el vidrio”. Hoy ya no. Por supuesto no es éste el primer acontecimiento para sentir orgullo en la historia de la ciencia argentina. Afirmar eso sería un agravio para esa misma historia. Pero en algún lugar, esta Argentina, que sigue buscando su lugar en el mundo, ayer lo encontró una vez más.

No hubo ni un Diego ni un Manu, ni siquiera un Milstein o un Houssay. Ni Vilas, ni Del Potro, ni Messi o Kornblihtt o Maldacena. Este SAC-D lleva adentro al conocimiento común de nuestra gente, y por eso, para aquellos que nos dejan una esperanza todos los días... para esa comunidad científica toda, felicitaciones.

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