EL PAíS

No tan abandónica

 Por Mario Wainfeld

Es común destacar la inconstancia del electorado porteño, su condición veleidosa y cambiante, concepto que (ya se dirá) merece ser matizado. Algo lo diferencia de la media de los demás distritos: su rechazo hacia el peronismo en todas sus vertientes, incluido el kirchnerismo.

Desde la recuperación democrática jamás un candidato presidencial justicialista venció en la Reina del Plata. Carlos Menem le pasó cerca en 1999 contra Eduardo Angeloz. La lista de diputados nacionales, rara avis, ganó en esa ocasión. El pluriministro menemista Erman González repitió en 1993. En 1995, en cambio, Menem fue batido contundentemente por el Frepaso.

El actual oficialismo nacional, que viene compitiendo desde 2003, jamás superó el 24 por ciento. Néstor Kirchner, Rafael Bielsa, Cristina Kirchner, Daniel Filmus, en distintas ocasiones y disputando diferentes cargos, toparon con ese techo o le pasaron por debajo. En 2009, el diputado Carlos Heller disminuyó mucho el promedio.

En su corta historia autonómica la Ciudad eligió jefe de Gobierno en cuatro oportunidades, con bastante alternancia. Claro que dejando a un lado al PJ, partido dominante en el escenario nacional y los provinciales. Se sucedieron el radical Fernando de la Rúa, el frepasista Aníbal Ibarra (único reelecto hasta ahora) y Mauricio Macri, del PRO. De la Rúa e Ibarra no terminaron sus mandatos, por razones bien diferentes, los sucedieron sus vices, el correligionario Enrique Olivera y el peronista Jorge Telerman. La única crisis institucional severa del distrito más nuevo del país aconteció tras el terrible estrago del boliche Cromañón, siendo destituido Ibarra.

Los porteños, como sus pares de grandes ciudades pujantes y cosmopolitas, son críticos y despotrican contra los granos de la vida urbana: el pavimento, los baches, el tránsito, la inseguridad. La sociedad civil capitalina es activa y movilizada como pocas. Sus acciones repercuten mucho en un sistema de medios muy centralizado. Gobernar esa ciudad es vivir expuesto a denuncias, marchas, paros, actos de todo tipo, a menudo muy legitimados socialmente e imaginativos.

Sin embargo, hecho no muy destacado, los porteños han sido bastante transigentes en las urnas con sus jefes de Gobierno. De la Rúa, en verdad, fue mimado en la ciudad desde sus inicios como candidato a senador en 1973. La jefatura le sirvió de trampolín a la presidencia. Y, aun en medio de la catástrofe aliancista de 2001, la Capital fue uno de los contados distritos ganados por la Alianza en las elecciones de octubre. Dos meses después, vibraba con cacerolazos, marchas, asambleas, una movilización machaza contra el Estado de sitio que fue reprimida con saña inédita. Entonces cayó la estrella radical, sólo entonces.

Aníbal Ibarra consiguió revalidar, ya se dijo, lo que habla de su legitimidad tras haber gobernado cuatro años signados por las carencias (desde 1999 a 2003). La defenestración achicó sus pretensiones, pero no truncó su carrera política, pese a las graves circunstancias que la provocaron.

Su sucesor, Telerman, era un hombre poco conocido y sin estructura partidaria que lo sustentase. Se presentó a las elecciones de 2007 con resultados notables, ya que superó el 20 por ciento y disputó en forma pareja el segundo puesto con el kirchnerista Daniel Filmus.

Macri viene logrando buenos resultados desde 2003 con un único (sí que significativo) revés en el ballottage de ese año.

Para esta selección compiten un ex candidato a presidente (Ricardo López Murphy), dos presidenciables que se apearon in extremis (el mentado Macri y el diputado Fernando Solanas). Y el Frente para la Victoria pone mucha carne en el asador con la mejor fórmula de que disponía (Filmus y el ministro Carlos Tomada), que es la única que promueve para la vicejefatura a un protagonista nacional de primer nivel.

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