EL PAíS › LOS DILEMAS DE LA HISTORIA > EL DEBATE SOBRE LA CREACIóN DEL INSTITUTO DE REVISIONISMO HISTóRICO

Entre pólvora y chimangos

 Por Víctor Ramos *

Y el tiempo –como decía Martín Fierro– es sólo la tardanza de lo que está por venir.

Nunca la historia revisionista estuvo tan articulada con el presente. Es como si la idea hubiera venido buscando a su tiempo.

Que el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, leyera en voz alta varios párrafos de la Historia de la Nación Latinoamericana de Jorge Abelardo Ramos y la presidenta de la Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, complementara explicaciones para contextualizarlos ante una reunión de ministros y autoridades de ambos países fue una sorpresa. Por su parte, el libro El loco Dorrego, de Hernán Brienza, fue el disparador para que la Presidenta argentina introdujera en la conversación el tema de la creación del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego que conduce el historiador Mario “Pacho” O’Donnell.

La conformación de la Cumbre de Estados de Latinoamérica y el Caribe –Celac– es el acontecimiento más importante ocurrido desde las guerras de la independencia. Para dimensionar el caso, debemos recordar que nunca antes se habían reunido todos los países de América latina, sin Estados Unidos. Es como si la OEA tuviera a Cuba y no a los EE.UU. Y lo trascendente de este encuentro es el grado de conciencia de todos los mandatarios de nuestro destino común.

Pero la sorpresa mayúscula fue cuando en la reunión plenaria de presidentes de la Celac, Hugo Chavez realizó un homenaje al abanderado de “la unidad latinoamericana” Néstor Kirchner y citara nuevamente al “intelectual y revolucionario argentino Jorge Abelardo Ramos”.

Con Miguel Angel Pichetto lanzamos hace unos años la edición de Historia de la Nación Latinoamericana en el Senado de la Nación; de sólo dos despachos solicitaron varios paquetes de ejemplares. Una fue de la oficina de la senadora Elida Vigo y la otra fue la de la senadora Cristina Fernández de Kirchner. Cuando con Pacho O’Donnell y la comisión del Instituto Dorrego visitamos a la Presidenta con motivo de su creación, ella nos manifestó que había votado por la formula Perón-Perón con la boleta del FIP y agregó: ¡Quién no ha leído a Abelardo Ramos!, anticipándonos el diálogo que luego mantendría con Chávez teniendo por testigos las cadenas internacionales de televisión.

En el equipaje presidencial viajaron varios ejemplares de esta Historia de la Nación Latinoamericana, en su edición en español y en su reciente versión en portugués con el prólogo de Jorge Coscia. Para Dilma.

Lo inédito en el coloquio desatado entre los mandatarios fue la lectura y los comentarios de los matices de la historiografía americana: si el joven Alberdi era liberal o si el último Alberdi fue “nacional y popular”; si la “cuestión nacional” era vinculante –al decir de Abelardo– con la cuestión social y el apoyo a Perón y a los movimientos nacionales desde la izquierda, entre otros puntos. Lo que pretendía –y logró– Hugo Chávez fue fortalecer el eje Caracas-Buenos Aires recordando las fiestas populares que desbordaron nuestra ciudad cuando se conoció la definitiva victoria de Sucre en los campos de Ayacucho; el abrazo de San Martín y Bolívar en Guayaquil; y el mapa geopolítico que nos presenta en ambos lados del continente sudamericano.

La polémica “social” versus “nacional”

El Instituto Manuel Dorrego, que se encuentra debatiendo en nuestro país con la historiografía liberal (ahora, la llaman “social”), también estuvo presente en la reunión presidencial. Cristina Fernández señaló que aún hoy en los centros educativos se enseña la historia falsificada, en referencia a la historia de los vencedores de Caseros y Pavón.

El peligro que advierten Beatriz Sarlo y José Luis Romero tiene sus fundamentos. La institucionalización de las corrientes historiográficas revisionistas: la nacional y popular que se expresan tras las obras de los intelectuales Raúl Scalabrini Ortiz y Arturo Jauretche y los de izquierda nacional con Manuel Ugarte y Jorge Abelardo Ramos, a los que se suman brillantes pensadores independientes, presentan hoy en el debate una fuerza arrolladora.

El “mitrismo” ya es una rama seca, fue mutando en los últimos años hacia la llamada “historia social”.

El peligro que presenta este nuevo agrupamiento de pensadores no es para la historia oficial del siglo XIX –que ya es indefendible aunque se continúa impartiendo en colegios y en algunas universidades– sino para los complacientes seudoacadémicos que desde un altar de pureza científica esconden posiciones políticas en muchos casos inconfesables.

¿A qué se debe la encendida crítica de los Luis Romero o los Tulio Halperin Donghi al presidente del Instituto de Revisionismo Histórico, Mario “Pacho” O’Donnell? No se recuerda que O’Donnell haya participado, ni justificado alguna dictadura militar. Mientras que estos intelectuales no pueden decir lo mismo. Incluso han manifestado públicamente su antiperonismo. La falta de profesionalismo de Halperin Donghi –autoexiliado en los Estados Unidos– se manifiesta cuando oculta deliberadamente en su Historia Argentina los casi 400 muertos en los criminales bombardeos del 16 de septiembre de 1955 sosteniendo que en esa oportunidad “sólo se ametralló el centro porteño”. ¿De qué cientificismo hablan? ¿No fueron José Luis Romero y Tulio Halperin Donghi funcionarios de la dictadura militar del golpe de 1955? Romero fue designado por el ministro del gobierno militar, el nacionalista católico de corte fascista Atilio Dell’Oro Maini, rector en la UBA, Universidad de Buenos Aires, y Halperin Donghi ocupó el mismo cargo en 1957 en la Universidad del Litoral. Este debate, como todos, hay que brindarlo.

El Instituto Nacional de Revisionismo Histórico no pudo haber llegado en momento más oportuno. Los grandes pensadores de nuestra América criolla están desplegando sus alas: Arturo Uslar Pietri, Darcy Ribeiro, Vivian Trías, Methol Ferré, Augusto Céspedes, Arturo Jauretche, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Jorge Abelardo Ramos y Manuel Ugarte.

Debemos generar nuevos desafíos y estimular una nueva camada de intelectuales revolucionarios en una América que finalmente se unifica.

* Es autor de la obra Racismo y discriminación en la Argentina y es miembro del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego.

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