EL PAíS › EL MALESTAR DE LOS PASAJEROS

Protestas bajo tierra

El paisaje en la estación Catedral de la línea D era el habitual: se transformaba todo el tiempo porque nadie quería estar ahí. El andén se llenaba y vaciaba cada cinco minutos, las escaleras eléctricas se acumulaban de impacientes. La noticia sobre la suba de la tarifa no parecía haber llegado al subterráneo, pero los pocos pasajeros que la conocían viajaban más fastidiosos.

“No, no otra vez. Encima hay tantas tarifas que ya me marean”, se quejaba Nadia, de 20 años. “A mí se me va la mitad del sueldo en transporte porque trabajo media jornada en diseño en una gráfica. Por la suba anterior, para ir al centro, de ida me tomo el subte, pero la vuelta la hago caminando unas 20 cuadras para ahorrar. Vivo en Wilde y también viajo a Ciudad Universitaria para estudiar, así que también me tomo el colectivo. Por mes, gasto unos 200 o 300 pesos. Ahora va a ser más”, comentaba con la mochila apretada entre las piernas, mientras esperaba sentada su subte a Plaza Italia.

De viaje a su casa en Belgrano, Juan estaba más molesto con la medida. “Lo uso de vez en cuando para hacer trámites, serán tres o cuatro veces por semana, pero me parece una barbaridad. En menos de un año, el valor se cuadruplicó, antes salía un peso con veinte”, contaba, sacudiéndose al ritmo del subterráneo. A su derecha, un músico callejero interpretaba “Adiós, Nonino” con una melódica gastada de plástico azul.

“Esta línea más o menos funciona, pero la B no anda muy bien. Siempre tiene problemas técnicos, demoras, se saltea paradas. La plata que recaudan por los viajes la deben usar para hacer esas bicisendas molestas u otro metrobús. No lo entiendo. Además, sería mucho más útil invertirla en escuelas u hospitales”, agregaba el hombre, de unos 60 años.

Según la línea de subte, los humores con respecto a la medida cambiaban. En la línea C, en Diagonal Norte, José Luis opinaba que “hay dos cuestiones. Por un lado, el aumento toca el bolsillo de todos y hay gente que no lo puede pagar. Por el otro, la plata se invierte en los gastos del servicio: infraestructura para los vagones y estaciones, sueldos para los trabajadores. En ese sentido, no me parece mal el aumento. Además, comparado con otras ciudades del mundo, la tarifa sigue siendo muy baja”.

“Yo viajo siete veces al día porque hago trámites para un despachante de Aduana y lo que más rápido me lleva es el subte. En general, el servicio es bueno en todas las líneas. Hay formaciones que tardan, muchas veces viajamos como cerdos, con calor, pero los viajes son mejores”, sostenía José Luis quien, además de tomarse seguido el subte, también debe viajar en tren para volverse a Ituzaingó, donde vive.

Dalila, que cargaba al hombro a su hijo de un año por los pasillos tranquilos de la línea E, comentaba que “para mí, la medida es negativa porque viajo día por medio al microcentro para trabajar y me sale más caro. Tampoco veo cambios en el servicio que lo justifiquen. La línea E tiene sus días, pero no es mala, circula poca gente. En las B y D no podría viajar con el nene”. A la llegada de las formaciones en la estación Entre Ríos, madre e hijo subieron y encontraron lugar para sentarse sin dificultades. Con cada aumento de tarifa, en los subtes viaja menos gente.

Informe: Gonzalo Olaberría.

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